Opinión Nacional

Eva McCarthy

Eva Golinger, una abogada norteamericana contratada por el chavismo para rastrear los archivos desclasificados de la Casa Blanca, acusó recientemente a 33 periodistas ante la Asamblea Nacional de haber recibido entrenamiento y adoctrinamiento en Estados Unidos. La funcionaria (obviamente, cobra por una partida secreta porque no ocupa cargo alguno) manejó criterios propios de los inquisidores nazis. Dijo, por ejemplo, no tener pruebas sobre el financiamiento de la CIA o el Departamento de Estado a los comunicadores. Pero el solo hecho de que éstos visiten Estados Unidos y asistan a cursos de mejoramiento profesional los convierte en “aliados del imperio”. Como producto de la paranoia guerrerista que se vive en este tiempo, el viaje significaría una toma de posición a favor de Washington contra Venezuela. En esa falsa conceptualización, por supuesto, Venezuela es sinónimo inequívoco de Chávez, quien con su discurso belicista construye diariamente en el imaginario colectivo un enemigo que en la realidad no existe.

El señalamiento de la Golinger por extemporáneo y frágil fue pospuesto o archivado por la AN. Pero más allá de su descarado interés por ganar puntos en Miraflores, su presencia en el ámbito legislativo y la circunstancia de que se la haya recibido en una sesión especial sin tener una investidura formal, habla del clima de intimidación, persecución y miedo que se estimula de manera creciente como un recurso de los modelos totalitarios plenos o en vías de serlo. El episodio remite a una suerte de “macarthismo al revés”. Ya se sabe de la huella que dejó en el alma de la sociedad norteamericana y en la conciencia de los demócratas del mundo la enfurecida campaña desatada en 1950 por el atrabiliario senador de Wisconsin, Joseph McCarthy.

Oficial de Inteligencia en la infantería de marina durante la Segunda Guerra Mundial, McCarthy abandonó su militancia en el partido demócrata y se hizo senador republicano, cargo en el cual fue reelegido en 1952. Puso en marcha una campaña anticomunista que llegó a entusiasmar y aglutinar algunos sectores de la vida estadounidense. Desde el Comité de Actividades Antinorteamericanas del Senado, condujo la mayor operación de investigación, acoso y destrucción de políticos, sindicalistas, intelectuales y artistas en razón de sus planteamientos liberales o progresistas. La intelligenza de Hollywood fue blanco privilegiado de su anticomunismo visceral. Se calcula que quince millones de norteamericanos fueron investigados, a pesar de que el macarthismo fue un fenómeno si se quiere pasajero. Científicos como Robert Openheimer, actores como Charlie Chaplin, Humphrey Bogart y reconocidos intelectuales conocieron el escarnio, la burla y el peregrinaje. Mediante su influencia se aprobaron leyes que autorizaron el registro de organizaciones supuestamente simpatizantes del comunismo y que impusieron restricciones a la inmigración. Las andanzas del senador, sin embargo, se apoyaban en una realidad concreta. La victoria de la revolución china y los primeros ensayos nucleares de la Unión Soviética daban paso de la política “de contención” derivada del cese del conflicto mundial al escenario de la Guerra Fría, en el cual Estados Unidos tenía un solo y poderoso enemigo: la URSS.

La caza de brujas estimulada por los sectores más conservadores (llegó a tener el apoyo del futuro presidente Richard Nixon) despertó una airada reacción mundial. Los sólidos principios democráticos de Estados Unidos parecían ceder ante una acción irracional e indiscriminada que llegó a sospechar incluso de la fidelidad del secretario de Estado George Marshall y de figuras militares con decorosa actuación en los campos de batalla.

En 1953 se propuso escrutar el ámbito de las fuerzas armadas. El presidente Eisenhower decidió actuar en su contra. En 1954, McCarthy liquidó el poco prestigio que le quedaba al ser retransmitida por televisión una audiencia del Senado en la cual acusaba a oficiales del ejército de presunta complicidad con el comunismo. Ese día, su estilo brutal y demagógico quedó al descubierto y tras perder los republicanos el control de la mayoría, McCarthy fue relevado como presidente del consejo de investigación. Días después, la Cámara le condenó por 63 votos contra 22 por su actitud “contraria a las tradiciones del Senado”. Pero todavía hoy en día el macarthismo pesa como una mácula en la historia de aquel país.

En condiciones normales ¿a quién se le hubiera ocurrido levantar en Venezuela un planteamiento como el que formuló la Golinger en el parlamento? Habría que entender que existen antecedentes recientes de prácticas igualmente discriminatorias contra los venezolanos. Son relevantes los casos de la Lista Tascón por el nombre del diputado que asumió la abominable tarea de fichar a más de tres millones de electores que solicitaron un referéndum revocatorio presidencial el 2004 y la Lista Maisanta confeccionada en el seno del Consejo Nacional Electoral para elecciones posteriores. Como lo señala en su interesante ensayo “Apartheid del Siglo XXI” Ana Julia Jatar, Venezuela es quizás un caso único en el mundo donde existe una segregación civil que supone una modalidad aberrante de violación de los derechos humanos. Tampoco es ajena a este ambiente la persistente hostilidad del ministerio público utilizando como instrumento de retaliación política la figura de las “imputaciones” contra opositores y periodistas críticos.

Con la discusión de la llamada reforma constitucional (en estricto sentido, una nueva constitución) que apunta a la transformación del Estado democrático en una estructura totalitaria y la perpetuación de Chávez en el poder, resulta claro que el atrevimiento de la Golinger (por encima de lo pintoresco que haya parecido) no fue una ocurrencia dictada por su obsesión antiimperialista, sino que podría considerarse como un paso perfectamente congruente con una dinámica que avanza hacia la liquidación de la disidencia democrática, en la más clara definición del macarthismo al derecho y al revés.

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