Opinión Nacional

Foro “Siglo XXI”: Una política exterior inadecuada a los intereses de la nación

Resulta imposible hablar de una “política exterior” del actual régimen. Si algo ha quedado demostrado más allá de la expresión “duda razonable”, usada en términos jurídicos, es la carencia de esta. Y más que culpar al ministerio rector en la materia por su inexistencia, hay que ver un poco más allá para darse cuenta de que ella obedece solamente a los caprichos momentáneos del dictador.

No existen, siquiera, lineamientos elementales que dicten conductas a seguir en casos predeterminados. Por ende, mucho menos los habrá en situaciones de crisis ocasionadas, la mayor parte de las veces, por arbitrariedades del actual dueño del poder. No es fácil, ni para el más experimentado diplomático, manejar enfrentamientos como los ocurridos con Colombia y Honduras, por tan solo citar dos casos, en que la voluntad del Presidente va en flagrante violación del derecho internacional.

En ambos casos, se trata de la más abierta y descarada injerencia en los asuntos internos de ambos países. ¿Cómo pueden pretender algunos países debidamente dirigidos, aleccionados con la expectativa de futuros negocios o financiados por el personaje en cuestión, dictar normas sobre asuntos internos de otro país que cumple los requerimientos de su propia Constitución? ¿Es aceptable, desde algún punto de vista que fuere señalar a otro país qué puede o debe hacer dentro de sus fronteras?

Ante esta situación, que comienza a causar serios problemas en Itamaratí, una de las Cancillerías más serias, hasta ahora, del continente, ¿con qué cuenta Venezuela para enfrentarla?

En primer lugar, la Casa Amarilla, nombre de la vieja casona con que se designa en Venezuela a la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, ha sido desmantelada paulatinamente, reemplazando a funcionarios con años de experiencia por militantes del “proceso”, en muchos casos ignorantes hasta del uso de un lenguaje acorde con las circunstancias y cuya misión es la de llevar al exterior el proyecto del régimen por cualquier medio posible, obviando las normas que establece la Convención de Viena. La mayoría de quienes quedan lo hacen buscando promociones oportunistas y evitando levantar olas a fin de garantizar su estabilidad económica. Los tradicionales consejos de consultas, como la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores., por ejemplo, desaparecieron por obra de un plumazo.

Si a esto sumamos la asesoría de funcionarios cubanos, libios e iraníes, países que en la historia reciente (Irán tuvo una excelente Cancillería pre-Khomeini) no han demostrado mayores aciertos, tenemos que la Casa Amarilla se encuentra verdaderamente desarmada y sin planificación ante los eventos que ocurren en el mundo actual. La “política exterior” del Presidente radica en un acercamiento temerario a las dictaduras más oprobiosas del mundo, lo que incluye una nefasta coincidencia antisemita con el régimen iraní, y un acercamiento de conveniencia para sus planes personales con el África subsahariana. Y de conveniencia porque, agotado su repertorio ante países con lineamientos serios, busca extender su papel de “liberador de pueblos” hacia ese continente con miras a ser apoyado por esos países en cualquier descabellada proposición que, en algún momento, más temprano que tarde, presentará ante los organismos internacionales, independientemente del hecho que estos mismos organismos, al acoger posiciones favorables a su opinión (v. gr. Honduras) se desprestigian cada día más y menos valor y fuerza tienen sus resoluciones que incumple el propio gobierno venezolano cuando no son de su gusto, sin que medie, siquiera, una sanción moral.

Esta política de “acercamiento” a África –no a los países que en ese continente sobresalen por méritos propios y sí a países que tambalean desde su independencia de las potencias coloniales- va en desmedro de los verdaderos intereses de la nación. La apertura desmedida de misiones diplomáticas allí sin un estudio de los posibles resultados que lograrían dichas misiones demuestra que es una sencilla y muy simple compra de países-voto sin miramientos del costo que esto acarree a nuestro país. Y si a esto se suma la ausencia de personal capacitado para cumplir las funciones inherentes a una embajada, tenemos que el dispendio alcanza cifras verdaderamente preocupantes. De notar, además, que si, en efecto, fuese en términos de una “cooperación” (mal entendida, por supuesto) hacia países menos afortunados, sería válido recordar que los miles de millones de dólares que, a modo de expiación, han enterrado allí las antiguas potencias coloniales, invariablemente han ido a parar a los bolsillos de la élite gobernante.

Y como corolario, la actitud constantemente desafiante de camaradería con los gobiernos “forajidos” más notorios del planeta y el empeño perenne en crear conflictos con otros gobernantes norte, centro y suramericanos para distraer la mirada de los conflictos internos, no hace augurar una futura política exterior ni hábil, ni inteligente ni adecuada a las necesidades de la nación. Igualmente cabe mencionar la tolerancia complaciente con movimientos narcoguerrilleros que encuentran en nuestro territorio aliviadero y asistencia.

La unipolaridad surgida con la caída del Muro de Berlín se deshace en el interregno que conduce al mundo global. Pareciéramos marchar hacia un mundo no-polar. La regionalización, y en muchos casos localización, de los procesos es incomprensible para el régimen venezolano, como queda demostrado con el proceso destructivo de la unidad económica andina, lo que ha permitido la expansión del sueño brasileño de alzarse como delegado del imperio norteamericano replegado y ejercitarse como nuevo factor determinante en el mundo latinoamericano, como queda demostrado con el uso indiscriminando de su embajada en Tegucigalpa.

La inexistencia de una política exterior que merezca tal nombre conduce al uso abusivo de la petrochequera como único recurso de logro de influencia circunstancial. Venezuela se muestra simplemente como el exportador de un proyecto ideológico trasnochado e incoherente, como la disociadora de los vínculos lógicos de nuestro intercambio comercial, como una exportadora de agricultura de puertos también sujeta a los caprichos del gobernante y a las alianzas circunstanciales que teje imaginándose un liderazgo que se transforma en caricatura, tal como lo demuestra el creciente rechazo a su verborrea, una que en cada ocasión provoca bostezos y cansancio.

Se hace necesaria la conceptualización y puesta en práctica de una política exterior venezolana que responda a los influjos de un mundo en transformación acelerada. Ello implica el reconocimiento de una sociedad civil supranacional, la aceptación de los términos democráticos inherentes a una integración regional (caso Mercosur), la negociación seria en materia integracionista y que supere el planteamiento audaz y demencialmente ideologizado, el aumento de nuestra capacidad negociadora en una situación que reclama modificación urgente de las instituciones internacionales de postguerra. Foro “Siglo XXI” advierte que no tener una política exterior en el mundo de hoy equivale a un hundimiento de Venezuela en el foso de los países marginales y señala esta carencia como de una gravedad extrema, comparable con la inseguridad en el plano interno.

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