Opinión Nacional

Fukuyama enredado

Luego de publicar su libro, «El fin de la historia y el último hombre», Francis Fukuyama ha invertido quince años tratando de explicar qué quiso y no quiso decir. Pésimo síntoma. En un artículo reciente, reproducido en este diario, Fukuyama repite que si una sociedad pretende ser moderna tiene que asumir el mercado y la democracia. Mas ahora distingue entre el deseo de ser modernos y el de establecer una sociedad liberal bajo un estado de derecho. Según el autor, «el deseo de vivir en una sociedad moderna y al margen de la tiranía es universal o casi», en cambio, el de vivir en una sociedad liberal con imperio de la ley se adquiere con el tiempo, y resulta de una modernización previa. Este entuerto teórico se enraíza en su propósito de pedir indulgencias por su apoyo inicial a la invasión de Irak.

Es paradójico, pero hasta hace pocos años la opinión bienpensante repudiaba el atraso y el despotismo, y cuestionaba la política exterior de Washington por su respaldo a dictadores en América Latina y el Medio Oriente. Hoy esas elites «progresistas» preferirían que Saddam Hussein resucitase, antes que proseguir la lucha por la democracia en Irak. La creciente alianza de una parte importante de la izquierda internacional con el fundamentalismo islámico no debe sorprender. En sus tiempos, Marx y Lenin exigían la modernización a toda costa, pero sus actuales epígonos aspiran que la civilización islámica se perpetúe en la parálisis.

Fukuyama sostiene que «un cambio coercitivo de régimen nunca ha sido la clave para una transición democrática». ¿De veras? ¿Y qué decir entonces de Alemania y Japón después de su derrota en 1945? ¿No fue ese un cambio coercitivo? Afirma también que «La Unión Europea refleja con mayor precisión que el Estados Unidos contemporáneo lo que el mundo será al final de la historia», debido a «su intento por trascender la soberanía y la política del poder tradicional». Cabe precisar lo siguiente: La Unión Europea funciona como mercado común, pero es una farsa política, y nadie más celoso de su soberanía que los franceses. La Europa actual le debe todo a Estados Unidos, que la salvó en dos guerras mundiales y durante la Guerra Fría, y sigue asumiendo su defensa pues los europeos ni se ocupan ni pagan por ello. Por último, la ilusoria Europa post-histórica de Fukuyama es en realidad un polvorín, amenazada por la crisis demográfica, una masiva inmigración no asimilable, economías escleróticas y el colapso de la voluntad de defenderse. Los europeos prefieren la esclavitud a la guerra, y han olvidado que Occidente, como aseveró Churchill, no se construyó por la paz sino por la libertad.

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