Opinión Nacional

¿Ganaron?

A Lacan, en una entrevista en Yale (1975), le preguntaron sobre las implicaciones políticas de sus investigaciones. Respondió: «Lo que se gana de un lado, se pierde del otro. Como no se sabe lo que se ha perdido, se cree que se ha ganado».

En las elecciones del 8D, el gobierno se vanagloria de haber «arrasado», con muchas más alcaldías y votos que la oposición.

Aunque, visto de cerca, no fue tan así: el PSUV obtuvo 4.588.437 votos y la MUD 4.252.082 (hasta el martes). El resto de la cuenta corresponde a aliados e independientes, cuyos votos (unos dos millones) no pueden adjudicarse así como así, al menos no totalmente, al equipo ganador o al perdedor. De los 19 millones y algo de votantes, sólo acudieron a las urnas un 60%, lo que deja un universo de unos 7 millones de los que no se sabe lo que piensan.

Es decir, unos 10 millones de personas, más de la mitad de los votantes, a lo mejor no están de acuerdo con el supuesto triunfo del gobierno. Lo que no se dice, es todo lo que pierde el gobierno con este proceso electoral. No sólo se trata de alcaldías emblemáticas y grandes ciudades. También la pérdida se mide en dudas: el gran día de lealtad y amor a Chávez, decretado en Gaceta Oficial, el PSUV pierde en Barinas. Ya todo el mundo murmura: gran parte del voto chavista no es tanto por amor, sino por dinero; más valen misiones que amores.

Pierde credibilidad el CNE con el injusto manejo de la campaña, el silenciamiento de la oposición y el grosero ventajismo del que disfrutó el partido de gobierno. El colmo fue el primer boletín, la noche de las elecciones: el anuncio parcializado de los resultados para minimizar el impacto en la opinión chavista del territorio perdido por el gobierno y la «Revolución».

Pierde credibilidad el gobierno y su «guerra económica», con el paroxismo de las últimas medidas desesperadas. Fue descarado el despilfarro de recursos del Estado para la campaña del PSUV y el último efecto (tristemente exitoso, porque logró levantar sus encuestas): arrebatar electrodomésticos a los ricos y vendérselos regalados a los pobres, sólo para ganar más votos.

El gobierno pierde muchas más cosas. Incluso arriesga perder a la oposición: quiere destruirla, o reducirla a un efecto publicitario más, a su servicio. Pierde al país, que se desintegra día a día en el caos de su gestión.

Pierde el porvenir, lleno de incertidumbres: cada vez son menos los que creen en «la suprema felicidad para el pueblo», la gran meta del gobierno, y en el Plan de la Patria, una nueva ley inconstitucional.

Elizabeth Bishop (19111979) escribió un bello poema, El arte de Perder. Algunos fragmentos dedicados a los que votaron y los que no votaron: «El arte de perder se domina fácilmente/ Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aún más:/ algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente./ Los extraño, pero no fue un desastre/ Incluso al perderte (la voz bromista, el gesto que amo)/ no habré mentido./ Es indudable que el arte de perder se domina fácil

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