Opinión Nacional

Guerra y paz

¿Realmente son justas las expectativas que se han creado de que un nuevo instrumento constitucional nos garantizará una mejor democracia, social y participativa, además de representativa?.

No se trata de la célebre novela de León Tolstoi sino de la situación venezolana de cara al proceso electoral para escoger los integrantes de la Asamblea Constituyente. Aunque destacados personeros del gobierno, comenzando por el propio jefe del Estado, en todas sus comparecencias públicas aseguran que los cambios institucionales que efectuará el poder constituyente serán sancionados en un ambiente de paz y democracia, la verdad es que los hechos no avalan esos dichos.

En ese sentido, la paz para que sea efectiva debe cumplir no sólo con el requisito elemental de la ausencia de un clima de violencia física entre quienes aspiran a disfrutar de ese bien tan preciado, equiparable a la libertad, valores ambos por cierto caros al pensamiento bolivariano, puesto que la violencia, como es sabido, presenta distintos rostros: paralelamente a la física existe también la verbal, por lo que se habla de agresiones de palabra, tan violentas como las otras ya que el lenguaje utiliza armas igualmente letales que afectan en grado sumo la vida de relación entre los seres humanos. En este terreno el discurso presidencial es claro ejemplo de conducta violenta y agresiva merced a la utilización de la palabra. Así, no hay intervención alguna del Presidente de la República, desde su toma de posesión hasta hoy, en que no haya descalificado con los peores epítetos a quienes le adversan en el campo político. Y por esa vía que transita con sin par deleite el primer magistrado nacional se siembra, lisa y llanamente, no otra cosa que el germen de la violencia, cuyo fruto para la hora de la cosecha, sin que quede duda alguna, será violencia de la otra, de la que físicamente enfrenta a unas y otras personas. Las consecuencias, de darse la hipótesis descrita, no serán exactamente favorables a los cambios por acometer, pues éstos en un ambiente de agresividad y violencia, perderán legitimidad y representatividad. Aún más, no gozarán de permanencia en el tiempo ya que un instrumento legal cualquiera, tanto más si se trata de un texto constitucional, que no haya sido acordado en un ambiente de paz, de conciliación y concordia, estará irremediablemente expuesto a una vida efímera.

El otro componente por comentar es el de la democracia. ¿Realmente son justas las expectativas que se han creado de que un nuevo instrumento constitucional nos garantizará una mejor democracia, social y participativa, además de representativa, carácter este último que consagra la Constitución vigente de 1961? El lapso que va corrido desde el 2 de febrero hasta hoy no presagia nada positivo en ese campo. Si a la obsesión reeleccionista inmediata que domina al jefe del Estado, meta de suyo que al parecer será la ambición suprema por satisfacer en la nueva Carta Fundamental, se añade la politización de las fuerzas armadas (ya se habla del partido militar y no de la institución armada apolítica, obediente y no deliberante, como ha sido tradición en nuestro país), el cuestionamiento a las organizaciones políticas contrarias al régimen y la militarización de la administración pública, entre otros aspectos por señalar, es indudable que las perspectivas democráticas se debilitan en lugar de fortalecerse como sería lo deseable. A tiempo estamos de modificar ese inquietante panorama. ¿Será así? Quien lo sabe es la sociedad venezolana en su conjunto, la soberanía popular tan invocada últimamente. En ella debemos confiar.

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