¿Habemus Papam?
Es incontestable el trabajo de la Iglesia para morigerar al ser humano inclinado a barbaridades si no se le sermonea con la palabra de Dios. De allí que la renuncia de Joseph Ratzinger sea significativa.
Al profesor y pensador profundo le correspondió suceder a Pedro, aquel pescador de hombres que nos dejó los mandamientos para portarnos bien, heredando, además, el liderazgo de Juan Pablo II, un altro compito. Ratzinger conocedor de las profundidades del alma, ya venía interpretando la doctrina de Jesús en «Dios es Amor, El Amor se Aprende, Nadar Contracorriente y La Sal de la Tierra», así como en encíclicas y cartas. En el fondo lecciones dirigidas a una humanidad revoltosa, mutante y ultramoderna que habría de convivir con la casa de Dios.
Se hace referencia a conflictos en la cúpula papal ante la protección del ser humano concebido, el género, el matrimonio sin observancia del sexo, la pederastia y las finanzas del Vaticano, aprietos ante las cuales un mundo atrevido demanda definiciones. Tal vez, Ratzinger el teólogo de Baviera se haya preguntado si el reto era para Dios o para él y consecuencialmente a cuál juicio nos sometería Jesús sin importar si estamos vivos o muertos.
Para Joseph Ratzinger habrá sido, entonces, más fácil escribir sus libros que ejercer el papado en una iglesia que procura mantener al hombre en la equivalencia moral, derivada de los buenos sentimientos, pero cuestionada por un liberalismo que no teme a Dios.
Ha renunciado un Papa, dejando a la Iglesia Católica con el titánico deber de actuar con sabiduría en la misión que Jesús le instituyera. La oportunidad está próxima para asumirlo cuando se escoja bien al nuevo pontífice. Dirá el mundo orgullosamente Habemus Papam.
