Opinión Nacional

Hegel y Chávez

Según nos informa el Editorial de este periódico del pasado miércoles 23 de junio, la revista Foreign Policy considera que “el líder chiflado de la Revolución Bolivariana promueve una doctrina de democracia participativa en la cual él es el único que participa”. El personalismo, al que alude el comentario, el cual deben soportar los ciudadanos venezolanos durante las interminables horas que duran las cadenas radiales y televisivas del líder, no es algo nuevo. Menos aún el mesianismo que es fácil detectar en medio de las incoherencias, amenazas y relatos de su vida personal que, como parábolas, nos obliga a escuchar. El filósofo alemán G.W.F Hegel, en quien se inspiró Karl Marx, describió este tipo de régimen en los primeros años del siglo diecinueve, antes de que inventaran la radio y la televisión. En el capítulo titulado “la libertad absoluta y el terror” de su Fenomenología del Espíritu (1807) se refiere al delirio que provocan los intentos de llevar a realidad lo que el llama la “libertad negativa” o “libertad vacía”, que inevitablemente conducen a la autocracia personal y al predominio del terror en la vida social. Hegel, quien fue un admirador de Revolución Francesa, explica como ella cayó en esa perversión. Sus reflexiones pudieran aplicarse a nuestra realidad, en ritmo tropical.

No se trata de que yo quiera comparar la ideología del filósofo alemán con la de nuestro Comandante. Ni mucho menos pretenda decir que el padre de la dialéctica es más profundo que nuestro máximo líder. De ninguna manera. Son tiempos diferentes. Y el último en aparecer es el más actualizado. Marx superó a Hegel; Lenin nos trajo el marxismo-leninismo; Stalin el marxismo-leninismo-estalinismo; Castro el marxismo-leninismo-estalinismo del tercer mundo. Y Chávez el marxismo-leninismo-estalinismo-castrismo del siglo XXI, que comprende a esos antecesores.

A lo que me voy a referir es a que Hegel, cuando analizó la Revolución Francesa, el principal acontecimiento político mundial de su juventud, describió, anticipó y previó lo que sería la revolución que dos siglos después modificaría a América Latina y al mundo, originada en Venezuela y, si vamos a hilar fino, en Sabaneta de Barinas. Lo que no debe reputarse como despectivo. Porque la gran revolución teórica que antecedió a Hegel, la de Kant, se originó en un pueblito prusiano marginal, llamado Koenisberg.

Según nos explica el filósofo canadiense Charles Taylor en su libro Hegel y la Sociedad Moderna, para el filósofo alemán la facción de la sociedad que adelanta la revolución “dice ser la encarnación de la voluntad general. Todas las otras facciones son tratadas como delincuentes. Y así debe ser. Porque ellas aspiran a escapar de la voluntad general y entorpecerla”. Por ello, “aquellas voluntades que son hostiles o refractarias, aunque no se opongan al gobierno revolucionario son enemigos de la libertad y del pueblo. En tiempos de tensión y crisis esto debe enfrentarse. Pero, por supuesto, la mala voluntad no se puede probar de la misma manera que la actividad contrarrevolucionaria. Si se debe golpear a todos los enemigos de la voluntad general tanto como a los que han actuado contra ella, resulta necesario basarse en la sospecha razonable”. En ese caso, dice Hegel: “Estar bajo sospecha corresponde a ser culpable, y tiene el mismo significado y consecuencia”. Taylor explica que de esta manera se identifica la actitud renuente con la acción criminal. Y agrega que esto puede suceder “objetivamente”, aunque no suceda “subjetivamente”.

La criminalización de la pasividad pasa así a ser parte de la supuesta actitud revolucionaria. Si a usted lo que le gusta es el fútbol o jugar dominó es culpable por no participar en la creación del hombre nuevo. Pasa a ser pecador por omisión. Lo que, en términos prácticos, significa que si no estuvo en la manifestación del Teresa Carreño con camiseta roja y gritos destemplados es sospechoso. Y como ya nos dijo Hegel, en tales circunstancias ser sospechoso es ser culpable. No montarse en el autobús que nos lleva a la manifestación, a pesar de que nos den cerveza polar y hamburguesas, es una confesión de renuencia. Una admisión de malquerencia. La participación tiene que ser activa y necesariamente implica la comunión con Él.

El Elegido. El que ha sido electo tantas veces, que el nuevo canciller argentino considera que es el más legitimado. Al menos por el Consejo Nacional Electoral. Lo que le da el derecho a considerar a todos los demás bajo sospecha. A decidir quienes son los malos y los buenos. Aun entre los suyos. Porque si no participan en su proyecto deben ser excluidos. Como lo saben los viejos comunistas. Porque participar es atenerse a una sola voluntad. La suya.

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