Opinión Nacional

Heinz Dietrich y el Socialismo del siglo XXI: La ideología como fábula

1. Heins Dietrich representa algo así como la extensión de la notable tradición política alemana en territorio latinoamericano. Sociólogo, filósofo, profesor de la universidad Autónoma de México y estudioso de la teoría sistémica, representa sin duda la más importante influencia ideológica de la izquierda radical en el gobierno de Hugo Chávez. En el presente ensayo abordaremos críticamente la exposición de sus tesis en el libro El socialismo del siglo XXI (1).

Dietrich traza como punto de partida la afirmación según la cual actualmente asistimos al fin de la civilización burguesa, cuestión que no deja de sorprender, en parte porque los plurales desarrollos teóricos de distintos intelectuales han advertido que las nuevas tecnologías han reinventado el capitalismo, en parte porque la importancia creciente del conocimiento y la globalización han traído el retorno muy fuerte de un fenómeno de neo-modernidad.

El planteamiento de este pensador a grosso modo es el siguiente: La civilización burguesa está agotada, el solo avance de los conocimientos y de la ética sobre lo que debería ser la convivencia humana y la realidad de explotación existente en el mundo anuncia que la civilización del capital no puede cumplir ni con la razón de la economía ni con la ética del ser humano. El conocimiento indica que la sociedad burguesa no puede ser la excepción de las leyes ontológicas del universo. El cambio es una legalidad del universo y, en el caso del sistema social, el cambio sólo puede ser hacia el socialismo. Los sistemas sociales, a diferencia de los sistemas biológicos, tienen una propiedad singular y única que es la capacidad individual y colectiva de razonar, por lo cual es posible planificar racionalmente el futuro del sistema. En esta peculiaridad junto a la libertad del sujeto reside de modo optimista el poder de aunar individual y colectivamente hacia el reino de un nuevo tipo de sociedad y convivencia sustentada en la democracia participativa o socialismo del siglo XXI.

Según Dietrich el agotamiento civilizatorio del capitalismo encuentra su expresión concreta en el fracaso de la democracia burguesa, la deslegitimación del Estado clasista y el agotamiento de la economía nacional de mercado. Para facilitar la exposición abordaremos estos tres aspectos por separado.

La democracia formal presenta como característica medular la lejanía con los planteamientos originales de sus padres fundadores. Esa señalada distancia consiste en que la llamada democracia representativa descansa en el mito de que la soberanía reside en el pueblo, pero como las mayorías no la pueden ejercer directamente, las delegan mediante elecciones. Este entramado de democracia formal no es más que una ficción, un simulacro que oculta la negociación del poder entre las élites dominantes. Citando para no alterar el pensamiento de Dietrich:

Esta apología de la democracia parlamentaria es coherente, pero nada tiene que ver con la realidad…los parlamentarios y senadores no representan al pueblo que les dieron el mandato, sino que los sustituyen. Entre los partidos del parlamento moderno, el lugar de argumento ha sido usurpado por el frío cálculo de intereses y oportunidades de poder, mientras que en el trato de las masas domina la manipulación mediante la manufactura del consenso. La “casa del pueblo”, el parlamento, no es el lugar de la verdad emergente, sino el mercado donde se negocia la repartición del poder entre las facciones de la élite…En la democracia realmente existente rige, dentro del parlamento, la partidocracia y la corrupción y fuera, la fabricación del consenso por los oligopolios transnacionales de la adoctrinación masiva.(2)

En este contexto de descalabro institucional se encuentra también el Estado clasista burgués que ya no puede cumplir con las funciones comunes que tuvo con la sociedad el aparato de poder primigenio (el trabajo, la guerra y el orden público), pues se ha metamorfoseado y desnaturalizado en relación con sus orígenes para convertirse en simple guardián de los intereses de la élite económica y del sistema de explotación existente privilegiando a capitalistas y banqueros por encima del interés general. De esta manera el interés particular de los amos del sistema distorsiona todas las funciones públicas del Estado. Así se opera la conversión de la autoridad democrática en agencia privada de seguridad y represión al servicio de la burguesía. Este tipo de Estado desaparecerá con la democracia participativa y el socialismo del siglo XXI.

Finalmente, la debacle civilizatoria del capitalismo tiene un nudo que es crucial en la argumentación de Dietrich, el agotamiento de la economía nacional de mercado. Ésta ya no puede ser la base de la economía global en desarrollo, pues es incompatible con una economía global democrática equitativa y sustentable. Es igualmente reproductora de asimetrías entre la concentración del capital y las masas desposeídas, no se cumple la razón de la economía de satisfacer necesidades generales. Entonces enfrentamos la paradoja de que mientras la racionalización y la automatización aumentan la productividad al propio tiempo se abre el compás de los desequilibrios entre los hombres y las naciones. Luego, concluye Dietrich, la seguridad de vida a escala mundial no la puede garantizar la economía nacional ni el mercado. Se requiere un nuevo sistema económico que a diferencia del mercado que funciona sobre la base del intercambio de no-equivalentes, establezca la economía de intercambio de equivalentes. En palabras de Dietrich:

En la economía global, un país o un individuo no tienen el derecho a ganar a cuenta de otro. Sin embargo, ¿existe un sistema económico que se distinga de la economía nacional de mercado en este punto decisivo? ¿Existe una alternativa para la economía nacional? Si analizamos la economía y su historia con respecto a los principios que crearon su base, encontramos sólo dos tipos: la economía equivalente, bajo cuyo régimen la humanidad ha vivido aproximadamente 6 mil años desde el inicio de su historia económica, y la economía no-equivalente…ambos arquetipos de economía son incompatibles de principio…la economía equivalente es la única alternativa para la economía no-equivalente… (3)

Y finaliza diciendo que el mercado, tal como lo conocemos, hunde sus raíces en un proceso histórico que pervirtió la satisfacción general de las necesidades humanas, verdadero objetivo de la economía, para transitar hacia la crematística, categoría propia del enriquecimiento. Por ello, se requiere un antídoto contra la teología del mercado sustentada en la postración del sujeto ante sus leyes de oferta-demanda y contra la brutal competencia social darwinista. Ese antídoto -sostiene Dietrich- es la economía equivalente. ¿De que se trata?

En el entendido que el dominio de las élites es un problema político con el que hay que bregar en otro contexto estratégico, Dietrich centra su atención en la tecnología, el desarrollo de las fuerzas productivas y un nuevo sistema económico diametralmente opuesto al mercado capitalista. A su juicio ya existen las condiciones tecnológicas para la democracia participativa y la construcción del socialismo del siglo XXI. Las tecnologías productivas desarrolladas a raíz de la últimas revoluciones científicas-sobre todo en la microelectrónica, donde se ha construido la primera computadora cuántica basada en la manipulación de átomos singulares; en la microbiología donde la cada vez mayor capacidad de diseño molecular hace retroceder las fronteras naturales limitantes de los sistemas biológicos y en la nanotecnología- han aumentado a tal grado la productividad del trabajo humano que se puede a)garantizar la satisfacción de las necesidades básicas humanas para todos los miembros de la sociedad global y, b) reducir simultáneamente la jornada de trabajo necesario a un nivel que hace posible que todos los ciudadanos participen el los asuntos públicos de sus sociedades respectivas(4).

De esta manera la base tecnológica y el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas en el capitalismo generan las condiciones objetivas para el tránsito hacia el socialismo. En este punto Dietrich es fiel al esquema de Marx cuando planteó que el socialismo sólo podía surgir en el seno de un capitalismo maduro que hubiera desarrollado toda su potencialidad como economía y civilización. El capitalismo tenía que alcanzar la plenitud de su apogeo para que se crearan las condiciones del socialismo.

Sin embargo, el capitalismo ha soportado diversos climas políticos y formas de Estados, pero su sustancialidad continúa siendo su base material de propiedad privada, capital y el mercado; en tanto el socialismo realmente existente fracasó -según Dietrich- porque no estaban dadas las condiciones tecnológicas suficientes ni se había alcanzado el nivel del conocimiento en la ciencia de la economía, matemáticas y computación para poder instaurar la economía equivalente. “No existieron la computadora ni la matemática avanzada para calcular en la práctica el valor de un producto…El teorema vital de una economía cualitativamente diferente a la de mercado, no se pudo convertir en base operativa de la economía real”.

Entonces queda pendiente una pregunta central, donde se juega la propuesta del socialismo de nuevo tipo: ¿De qué se trata y como funciona la economía equivalente? ¿En qué consiste tal tipo de economía, esa que es diferente y opuesto antagónico del mercado capitalista y que también rebasa a la economía planificada de los socialismos colapsados?.

Dietrich responde basado en los trabajos de Arno Peters: Es una economía donde las mercancías se intercambian con base en sus valores en tanto encarnación de trabajo abstracto y funciona como un mercado sustentado en valores y no en precios, pues éstos junto a la oferta y demanda son propios del mercado capitalista y, por tanto, destinados a desaparecer en el nuevo tipo de economía de equivalentes. De esta manera el salario se paga a su valor equivalente al tiempo de trabajo invertido, las mercancías se pagan a sus valores expresando la cantidad de trabajo invertido en su producción. En consecuencia, tenemos la teoría del valor-trabajo de Marx combinada con la economía de equivalencias y se evapora el viejo problema de cómo se transforman los valores en precios, porque aquí los precios equivalen a sus valores. En el texto de Dietrich:

El salario equivale directa y absolutamente al tiempo laborado. Los precios equivalen a los valores, y no contienen otra cosa que no sea la absoluta equivalencia del trabajo incorporado en los bienes. De esta manera se cierra el circuito de la economía de valores, que sustituye a la de precios. Se acabó la explotación de los hombres por los prójimos, es decir, la apropiación de los productos del trabajo de otros, por encima del valor del trabajo propio. Cada ser humano recibe el valor completo que él agregó a los bienes o a los servicios (5)

Sin embargo Dietrich reconoce que la implantación del nuevo tipo de economía estará sujeta a algunas condiciones. Por ejemplo habrá que incluir dentro de la teoría del valor todas las actividades que rebasen el mero autoabastecimiento del individuo, aquellas que en la sociedad moderna están englobadas bajo el término de “servicios”, desde jueces y médicos hasta oficinistas y peluqueros, por cuanto se trata de operaciones laborales cuyos resultados no entran directamente a los bienes.

En esta perspectiva, el régimen productivo presentaría las características de una economía en la que el mercado capitalista desaparece junto a sus leyes de oferta y demanda, la ganancia es suprimida en cuanto el precio pierde sentido, porque valor y precio son equivalentes, en la medida en que el valor de cada bien lo determina el trabajo invertido en su producción. Este proceso configura el paso a un sistema de valores equivalentes. El comercio y la actividad empresarial se mantienen, pero sólo como trabajos creadores de valor que deben renumerarse conforme al tiempo laborado. Asistiríamos a un peculiar tipo económico en que se opera la conmensurabilidad de los servicios con los trabajos de la producción, la socialización de los bienes de producción y del trabajo social acumulado estaría en manos del Estado en beneficio de la comunidad, el curso de la economía se reduce a esfuerzos individuales para satisfacer necesidades generales, allí impera la lógica del valor de uso y, por tanto, no existe mercancía como tal sino bienes destinados a satisfacer necesidades. Asimismo, al desaparecer la ganancia, la propiedad privada sobre los medios de producción pierde su base y se eliminará por si sola, el asunto de la masa monetaria no es tan importante pero se mantiene como medio de cambio y remuneración y se hará de acuerdo a las condiciones técnicas imperantes. Finalmente, la economía equivalencial será activada y facilitada por la computarización de la estructura productiva, administración y vida privada, ya que el entrelazamiento de la producción, la distribución, el consumo y la prestación de servicios puede garantizarse por medio de la computadora.

La naturaleza horizontal de la economía equivalente debe tener como correspondencia una estructura política encarnada en un Estado no-clasista y la democracia participativa. El autor indica que también en el ámbito político están dadas las condiciones tecnológicas para realizar la nueva tipología democrática. Se trata de desmontar el poder decisorio de los grandes capitalistas transnacionales y de los funcionarios políticos de profesión que le sirven de soporte, pues “las redes de información y comunicación electrónica permiten ya extender la democracia participativa a la esfera económica”. Ello implica la instauración de un sistema político abierto a la participación, entendida como la decisión real de los asuntos públicos trascendentales por parte de la mayoría de la sociedad, con la debida protección de las minorías.

El concepto “democracia participativa se refiere a la capacidad real de la mayoría ciudadana de decidir sobre los principales asuntos de la nación. En este sentido se trata de una ampliación cualitativa de la democracia formal, en la cual el único poder de decisión política reside en el sufragio periódico por partidos-personajes políticos. En la democracia participativa, dicha capacidad no será coyuntural y exclusiva de la esfera política, sino permanente y extensiva a todas las esferas de la vida social, desde las fábricas y los cuarteles hasta las universidades y medios de comunicación. Se trata del fin de la democracia representativa-en realidad sustitutiva- y su superación por la democracia directa y plebiscitaria (6)

Así se llegaría a un nuevo orden caracterizado por la economía planificada de equivalentes, una sociedad sin capitalismo ni mercado y la democracia participativa como claves maestras del socialismo del siglo XXI. Para ello es menester la praxis humana y su capacidad consciente de intervenir sobre el sistema social en una articulación de lo local, regional, nacional hasta lo mundial.

Este es pues, el relato o metarrelato de Dietrich sobre el socialismo del siglo XXI. Así se le da cuerpo y figura a una nueva utopía, esta vez en el envoltorio de una palanca que da marcha atrás a la rueda de la historia para conducirnos al edén del valor de uso.

2. Notas, discusión y comentarios críticos en torno a las tesis de H. Dietrich a propósito del socialismo siglo XXI

1. El Capitalismo como sistema dinámico

Una de las apreciaciones más recurrentes de Dietrich consiste en apelar a los descubrimientos de la ciencia nueva para sostener que el cambio es una legalidad del universo y que el capitalismo no puede ser la excepción de esa ley. En este punto tan sólo queremos significar que precisamente por no ser la excepción, es por lo que se ha mantenido vigente como sistema social a lo largo del tiempo. El capitalismo es el sistema que mejor ha realizado la idea de cambio, mutación y sobre todo reinvención permanente. Mientras otros sistemas sociales, como por ejemplo El Feudalismo, han sido caracterizados por los estudiosos de la historia económica como “reacios al cambio”, el capitalismo por su parte es el sistema que más cambios ha experimentado en la historia, tal como decía el viejo Marx “una revolución continua en la producción, una inquietud y un movimiento constante, una conmoción de todas las relaciones sociales, distingue la época burguesa de todas las anteriores”. O, como apuntaba Schumpeter, los renovados métodos de producción y las nuevas formas de organización industrial de la empresa capitalista “revoluciona la estructura económica desde adentro, destruyendo ininterrumpidamente lo antiguo y creando continuamente nuevos elementos” (7). Una revisión de la historia interna del capitalismo bastaría para constatar los variados cambios cualitativos por los cuales ha pasado el sistema a través de su evolución. De un capitalismo primigenio de base artesanal gestado por pequeños productores de mercancías se pasa al capitalismo manufacturero; luego el impacto tecnológico apalancado por la invención de las máquinas trajo consigo el capitalismo industrial y, finalmente hoy día tenemos una gigantesca reinvención del sistema con un capitalismo articulado a la sociedad del conocimiento y la información que está a la base de la revolución en microelectrónica y telemática. De modo que -estimado Dietrich- efectivamente el capitalismo no es ninguna excepción a la legalidad del universo, es un sistema en el que el cambio mismo es su elemento y, por ello ha podido sobrevivir y superar las profecías del derrumbe a la que lo condenaban los anatemas provenientes del marxismo. En el curso de esos cambios, el capitalismo ha mostrado una diversidad de “estados” y “entidades cualitativas”, tal vez en ello reside su capacidad adaptativa, pero decir que el único cambio posible en el marco de los sistemas sociales es hacia el socialismo significa navegar sobre una nostalgia, construir un nuevo metarrelato con la sensación de los viejos que ya han fracasado, apelar a una utopía con la estructura y el sabor de las fábulas.

2. Las instituciones y los actores políticos no siempre orientan sus acciones como franquicias del imperio

Una de las erratas más comunes en las que incurre cierto marxismo estructuralista consiste en construir un esquema teórico y acto seguido hacer contorsiones a la realidad para hacer que encaje a rajatabla en el modelo. En este procedimiento cae H. Dietrich cuando convierte a los monopolios y al capital transnacional en una suerte de espíritu absoluto y a partir de allí, toda acción, sea del parlamento, de la democracia formal o de los actores sociales o políticos encuentra su acomodo explicativo en la omnisciencia del imperio del capital. Al proceder de esta singular manera estimamos que se estaría aniquilando a más de la mitad del proceso histórico, pues una multitud de hechos quedarían en el limbo. Decir por ejemplo que el parlamento, los parlamentarios y las instituciones de la democracia formal son algo así como una franquicia de los oligopolios de la adoctrinación masiva introduce una visión determinista, reduccionista y simplificadora. No se podrían explicar las leyes antimonopolios, la intervención del Estado en la economía para generar asistencia y beneficios sociales, los fondos de pensiones serían en unos cuantos países un “lapsus antiimperialista”. Se incurre en el mismo error cometido por la izquierda oficialista venezolana cuando afirma, por ejemplo, que en Bolivia los Santacruceños votaron por la autonomía guiados por el imperio. Como se puede constatar se trata de explicarlo todo con base en un esquema reduccionista y, un esquema que pretende servir para explicarlo todo, termina por no explicar absolutamente nada. Ciertamente los monopolios existen y operan tratando de imponer sus intereses, pero inducir la idea de que todo actor, toda institución, todo órgano de acción política es una marioneta del imperio, constituye una falacia de monto descomunal, hija de una hiperideologización que responde al esquema binario de “los buenos y los malos”, es esa extraña forma de ver la historia en blanco o negro, sin matices, sin grises, sin claroscuro. Un esquema binario no está a la altura del pensamiento complejo.

3. El desmontaje del mercado capitalista para establecer un régimen económico de equivalentes es sencillamente una utopía

Es en el terreno de la economía donde se juega de modo crucial la viabilidad de una propuesta de cambio en un sistema social. H. Dietrich ha tomado la ruta del retorno a un pasado muy lejano cuando ha formulado su tesis de la instauración de una economía de equivalentes basada en el trabajo y no en el precio como estrategia para superar la irracionalidad y las asimetrías del mercado capitalista. Sin embargo, sostenemos que un examen de sus puntos de vista teniendo como telón de fondo y horizonte a la actual sociedad poscapitalista del conocimiento y la información, arroja serias inconsistencias.

Dietrich, siguiendo la tradición de la economía política clásica, señala que la economía equivalente está sustentada en el tiempo y cantidades de trabajo. Una primera cosa lleva a puntualizar que en la sociedad actual cada vez es más evidente que la mano de obra pierde su rango de principal activo del proceso de producción. Estudios como los de Drucker y Fukuyama indican que mientras la producción manufacturera de países desarrollados ha experimentado progresos enormes, en cambio los porcentajes de empleo en esa rama se han mantenido iguales y, se observa más bien una tendencia al descenso. De acuerdo con cifras de 1970 a 1990 en EEUU “la producción manufacturera creció más de dos y media veces en esos veinte años…pero el empleo en esa rama no aumentó en absoluto”. Similar tendencia se encuentra en el Japón, donde el espectacular crecimiento de la producción manufacturera total ha ido acompañado por cifras de empleo estacionarias en ese ramo. Ello implica que la productividad ha crecido por oficios distintos al trabajo manual, los trabajos de conocimiento. Estas tendencias se hacen cada vez más visibles en la medida en que las sociedades aplican más conocimientos en el proceso de trabajo y conocimientos como plataforma para crear otros conocimientos. El trabajo manual, el trabajo de hacer y mover cosas que sirvió de sedimento de la economía clásica como la de David Ricardo y a la economía política de Carlos Marx, ya no es determinante en la sociedad actual que se está configurando, ya no es la regla de oro de la economía. La economía actual, mucho más la del futuro que ya está aquí, es la del conocimiento más que la del trabajo.

Marx en su teoría del valor-trabajo expuesta en el volumen I de El Capital (8), enfatizó en bienes o mercancía como el lienzo, la levita, el carbón, el trigo, etc. Es decir, en productos donde era evidente el gasto de energía física y mental por parte del obrero, la gráfica explotación del trabajo manual. Ello es natural, pues teorizaba conforme a la creencia, propia del siglo XIX, según la cual la única manera de que un trabajador podía producir más era trabajando más horas o más intensamente. Estaba lejos de imaginar una sociedad como la de hoy, donde el conocimiento tuviera el papel central de los recursos y del capital mismo. Así, la tecnología que sí encarna conocimiento, Marx la ubicó como parte del capital constante o capital fijo. Dietrich, por su parte, que dedicó gran espacio de su libro a los avances tecnológicos y al inmenso desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo, curiosamente no repara ni un ápice en esa nueva condición del conocimiento en la sociedad posmoderna y, sigue apegado al esquema clásico de las “cantidades de trabajo” por su empeño fantasioso de dotar al socialismo de una “economía” que implica el regreso de la historia a las etapas antediluvianas del valor de uso, pasando por alto que el mercado no es sólo un mecanismo económico, no es sólo la anatomía capilar de la sociedad moderna, sino que es una cultura toda, un sistema-mundo que ha forjado socialidad, identidades y un cuerpo de valores.

Es indiscutible que la productividad de hoy está ligada a procesos y a formas nuevas e inéditas del capital que ya se han autonomizado del trabajo como se ha entendido en términos clásicos. La productividad actual, amigo Dietrich, está imbricada al conocimiento y éste es el principal activo, el principal recurso y la forma representativa del capital por excelencia.

Si Dietrich insiste en tasar productos en cantidades de trabajo, habría que preguntarle: ¿Qué hay de las calidades?… ¿cómo mide UD la inversión de conocimiento?… ¿Qué pasa en su sociedad del paraíso equivalencial con un bien como el conocimiento complejo, pletórico en cualidades más que en cantidades? Seguramente hallará UD una escala dialéctica inversa que transforma la cualidad en cantidad para equiparar el conocimiento con una medida objetiva del valor y, por reducción especial equipararlo a trabajo o cantidades de trabajo. Pero pronto se daría cuenta de que estaba soñando, porque la valoración del conocimiento pasa necesariamente por el cotejo y comparación con otros conocimientos y ello no es tarea de una superclase especial de planificadores del bien y el saber, sino ¡verbigracia! Es tarea de un mercado, sí -mi estimado- de un mercado capitalista.

Un bien como el conocimiento complejo no es reducible a cantidades de trabajo ni a la lógica del valor de uso. El conocimiento no sirve sólo para satisfacer una necesidad cualquiera como el pan, la electricidad o, incluso la fuerza de trabajo. El conocimiento sirve para transformar la sociedad, para solucionar problemas, mejora nuestra interpretación del mundo y comprensión del universo, opera como plataforma para crear nuevos conocimientos y posibilita diseñar nuevos modos de relacionarnos entre sí y con el entorno. Si esto es así, mucho más evidente y complejo se hace en el campo de los descubrimientos (conocimiento científico) y en el de los inventos o aplicaciones (tecnología). Un invento como la computadora, el Internet, las comunicaciones en redes, la microelectrónica, entre otros, no sólo satisfacen una necesidad sino que se expanden en progresión infinita abriendo nuevos territorios y horizontes hacia el futuro. Ni pensar siquiera en tasarlo en cantidades de trabajo, lo cual sería aplicarle un reduccionismo escamoteador. Mucho me temo que el bien conocimiento complejo representa un escollo muy serio para el sueño de la economía equivalente de H. Dietrich. Si ex-hipótesis consideráramos que en el edén de la economía equivalente el conocimiento se renumera a su valor, estimando sus aportes y cualidades, se acabaría la igualdad, porque los creadores de conocimiento acumularían valores muy por encima del resto de la sociedad. O, a lo mejor no, pues la mayor cuantía de esos valores irían a para a manos del Estado para ser administrados por una “comunión de los santos” que encarnan “el saber”, “el bien” y “la justicia”.

En la sociedad actual, de acuerdo a los estudios de Peter Drucker, el conocimiento ha alcanzado una condición especial y específica en cuanto a su significado que lo distingue de épocas anteriores de la historia. En una primera fase hacia 1750, el conocimiento se aplicó a herramientas, procesos y productos. En su segunda fase hacia 1880 y extendiéndose más o menos hasta la segunda guerra mundial, el conocimiento comenzó a aplicarse al trabajo. La última fase, después de la segunda guerra mundial, es a la que asistimos actualmente, donde el conocimiento se aplica al conocimiento mismo. (9).

El conocimiento como plataforma para crear nuevos conocimientos y apalancar procesos productivos y mejorar las condiciones de vida es lo que le da especificidad como recurso y como capital a la vez que imprime el signo particular que juega en la sociedad posmoderna. “El verdadero recurso dominante y factor de producción absolutamente decisivo no es ya ni el capital, ni la tierra ni el trabajo. Es el conocimiento. En lugar de capitalistas y proletarios, las clases de la sociedad postcapitalista son trabajadores de conocimientos y trabajadores de servicios”. (10).

Desde esta perspectiva, asistimos a la configuración de una sociedad de nuevo tipo, pero que en el terreno de la economía es ya postcapitalista, porque el principal recurso y medio de producción “el conocimiento” no está en manos de los dueños del capital, sino en manos de una nueva clase de gerentes, ejecutivos, profesionales y trabajadores instruidos que portan sus conocimientos como el caracol a su concha, una sociedad en la que la oferta y distribución de dinero estará cada vez más controlada por los fondos o cajas de pensiones, una sociedad de organizaciones que redefine el papel del capital y del trabajo, una sociedad de productividad resultante de aplicar conocimiento al conocimiento, una sociedad cada vez más compleja y global.

En este contexto, parece claro que una sociedad rizomática no puede darse el lujo de execrar al mercado por un trauma psicológico de “exceso crematístico”. El mercado capitalista es el mecanismo económico de integración y funcionamiento de una sociedad compleja. El mercado no surgió por el amor a la ganancia (aunque es obvio que ella está implicada), sino por la complejización de la sociedad cuando se produce la división del trabajo, cuando las sociedades se impusieron en vista a su progreso “saltar” de la prisión de sus necesidades concretas ligadas al valor de uso, hacia la posibilidad de satisfacer cualquier necesidad con cualquier bien mediante el valor de cambio utilizando al dinero como equivalente universal. Y es que el reino del valor de uso no ofrecía un mecanismo potencialmente eficiente para satisfacer las necesidades en crecimiento, una vez que la división y especialización del trabajo hizo más numerosos y variados los bienes a intercambiar y se hicieron múltiples y más exquisitos los deseos de los hombres. Ante la abigarrada cantidad y variedad de bienes, distintos, disímiles, hacía falta una herramienta o equivalente universal para el intercambio y es cuando surge el dinero. Por ello el valor de uso es sinónimo de atraso, de estancamiento, signo de una economía donde se intercambia un exiguo excedente y donde el hombre aparece atado a las necesidades concretas, las cuales debía satisfacer con los meros bienes que producía. De modo que el rebasamiento de esa condición es clave para comprender el verdadero origen del mercado, del valor de cambio, la complejización de una sociedad apalancada por la división del trabajo y no meramente el surgimiento de la crematística.

El mercado con sus leyes de oferta y la demanda, con el sistema de precios, considerando el trabajo, la escasez, el tiempo, las preferencias y expectativas de los consumidores, seguirá siendo el motor económico de la sociedad compleja poscapitalista. Hay que puntualizar que cuando una mercancía sale al mercado no sólo porta trabajo, sino cierta calidad, será objeto de cierto “clima” de preferencia bajo condiciones específicas, estará sujeta a evaluaciones subjetivas por parte de los consumidores y entrará en competencia con otras mercancías de su tipo. La teoría del valor-trabajo sólo tendría aliento en un régimen de competencia perfecta, pero esto no es lo que pretende mostrar Marx, ya que dicho esquema se basa en muy fuertes supuestos que al debilitarse hacen intervenir otros factores distintos al trabajo en la fijación del valor. Y Marx lo que quiere es demostrar que el trabajo es la única fuente del valor “Basta con que la reproducibilidad de un bien no sea perfecta para que tengamos que aceptar que su valor, en alguna medida, tiene un origen distinto del trabajo” (11). De allí que Marx llega a sostener -no en un esquema lógico- sino en la sociedad capitalista empíricamente considerada, que lo que no tiene trabajo no tiene valor. Y este dogma fue causa de muchos tropiezos como el déficit para explicar la transformación de los valores en precios y las serias limitaciones para determinar el valor de las mercancías individuales.

El economista venezolano Emeterio Gómez es de insustituible consulta para encarar las tesis socialistas remozadas. Desde sus viejos trabajos hasta los más recientes ha revisado la teoría del valor de Marx y ofrece una cantera teórica para contestar las utopías económicas. En sus textos encontramos un nudo que constituye un golpe demoledor al planteamiento de Dietrich, a saber: que el trabajo concreto es irreductible a trabajo abstracto en la esfera de la producción y que sólo en la esfera de la circulación mercantil, esto es, en el mercado, el trabajo es abstractificado en forma absoluta al quedar cuantificado y expresado como valor (12). Dietrich recicla el error de Marx: creer que el trabajo es ya abstracto antes de ir al mercado.

En resumen, el trabajo abstracto, concepto muy bien ponderado por Dietrich para mostrar la posibilidad de la economía equivalente, no es un a priori, es un a posteriori que sólo se muestra y cristaliza en el mercado. Es el mecanismo del mercado el que puede verdaderamente establecer la relación entre dos tiempos de trabajo y entre dos tipos distintos de trabajo. Es la biografía del mercado, la historia de la estructura mercantil, la que posibilita la lectura del trabajo como creador de valor y la que privilegia el papel esencial de un sistema de necesidades. Éste es el que explica por qué en un determinado momentum una foto de Carla Bruni tiene más valor que hace un año. Asimismo, determina por qué en un determinado momentum el trabajo invertido en producir equipos de maquillaje femenino podría generar más valor que el ramo de alimentos.

A esto hay que agregarle el trabajo del conocimiento que sólo un mercado de competencia capitalista puede en su dinámica valorar en términos de utilidad, productividad, eficacia e impacto social. Dietrich quiere reducir la complejidad con una receta utópica: la vuelta a la lógica del valor de uso para hacer realidad la economía equivalente basada en el trabajo, tal vez arrullado por cantos de sirena inducidos por la nostalgia de aquellas narraciones de Aristóteles, donde describía el intercambio de bienes a valores iguales en algunas comunidades de Grecia y Asia Menor.

5. En el tema del Estado H. Dietrich se reencuentra con la utopía

A diferencia de Marx que atisbó la “desaparición del Estado”, H, Dietrich postula que el Estado no desaparece en la sociedad socialista, sino que se pasa hacia un Estado no-clasista. Aquí hay un problema de envergadura expresado en el poder y que a mi juicio ofrece la forma de una aporía, porque por una parte el Estado controla medios de producción, valores socialmente acumulados, lo cual implica ejercicio del poder, pero por otra, el manejo no-clasista del Estado supone orientar acciones hacia la horizontalidad absoluta y, ello –querámoslo o no- abriga la idea de suprimir el poder mismo. Esto comporta una paradoja, pero además supone que el Estado está en manos de un segmento social de iluminados (no una clase) que encarnan el saber (planificadores de la economía equivalente), el bien (garantizar el beneficio de la comunidad) y la justicia (velar por la igualdad). Sin duda una utopía posmoderna.

Notas

1. Heinz Dietrich, El Socialismo del siglo XXI, Libro en versión electrónica, (Internet) con prólogo a la edición mexicana. 2008.

2. Heinz Dietrich, Ob. Cit; p.22
3. Ibidem , p.20
4. Ibidem, p.30
5. Ibidem, p.40
6. Ibidem, p.49
7. Joseph Schumpeter, Capitalismo, Socialismo y Democracia. Aguilar, Madrid,,1963, pp.120-121
8. Carlos Marx, El Capital, Fondo de Cultura Económica, México, 1975, pp.3-26, Vol. I
9. Peter Drucker, La sociedad PostCapitalista, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1994,p.22
10. Peter Drucker, Ob. Cit; p.6
11. Emeterio Gómez, Socialismo y Mercado, Editorial Metas, Maracaibo, Venezuela, p.209
12. Emeterio Gómez, Ob. Cit; pp.214-218

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Un comentario

  1. El autor de este ensayo es el historiador y filosofo Ángel Américo Fernandez, es inmoral que publiquen articulos sin poner el nombre del autor eso se llama plagio y es inmoral. Una revista que deberia ser respetable queda deshonrada por plagiar articulos. Inmorales.

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