Opinión Nacional

Hemerografía política

A Jesús Sanoja Hernández

– I –

Abonando a la presunción, cuando corren tiempos de cambio, tienden a reducirse cada vez más los espacios políticos de los medios impresos para –apenas- telegrafiar la crisis. Son los medios virtuales los que ofrecen una tribuna más abierta para la diversidad y el debate, hasta que la CANTV realice algún ensayo de neutralización, limitación o censura de acuerdo al pronóstico de algunos especialistas.

A la reducción que se evidencia en los diarios, no encontramos revistas semanales o quincenales equivalentes a aquellas que marcaron pauta, desde distintas perspectivas editoriales e ideológicas, como “Summa” o “Resumen” en décadas anteriores. “Zeta” es la sobreviviente en un mercado orientado más a la ligereza de los planteamientos y del bolsillo, ahogada la venta de páginas que versen de la política o del deporte con algún asomo de especialización. Impresos ambiciosos como “Nueva Sociedad”, “Revista Venezolana de Ciencia Política” o “Debates” de IEWSA, como un día tuvieron éxito las importaciones castellanas de “Claves de Razón Práctica”, “Sistema” o “El Malpensante”, sufren los embates del ahorro forzado de los académicos: “Sic” del Centro Gumilla, continua dando testimonio de un esfuerzo sobrio y convincente para tratar los problemas colectivos y ciudadanos, ampliando el círculo de los lectores.

Reconozcamos que la inmensa maquinaria de impresión del gobierno nacional ha poblado las estanterías (por lo menos, golosamente, las de la Hemeroteca Nacional), sospechando de algún negocio de quienes reciben abundante publicidad oficial por los efímeros pasquines que promueven el socialismo del siglo XXI y rinden culto a la personalidad presidencial. Salvo la aparentemente desaparecida “Question”, estupendamente diagramada e ilustrada para una defensa inteligente del proceso, la retórica oficialista sigue el camino del sardo convencionalismo y de la hábil huída a la polémica creadora.

Desafortunadamente, los partidos históricos le hablaron resignadamente a su militancia a través de los grandes medios y, simplemente, al dejar de ser noticia, aceptan estúpidamente la inexistencia de una opinión pública interna con todo lo que significa e implica. Pocos saben de los méritos de “El País” o “AD”, “El Gráfico” o “Al Cierre”, “El Martillo” o “Tribuna Popular”, aterrizando en la actual etapa ágrafa sin vergüenza alguna.

La literatura política de gobierno y de oposición, fértil y sustancial, hizo o está haciendo todavía su paciente mudanza a los sitios de Internet. Las más modestas y prestigiosas firmas ofrecen alternativas para la reflexión, en reñida competencia con los espontáneos “blogueros”.

– II –

Es necesario o, por lo menos, aconsejable volver la vista atrás. Muy frecuentemente ocurre lo que señaló Lope de Vega: “Vienen a ser novedades / las cosas que se olvidaron”.

Recurrente hábito o inadvertido oficio el nuestro, la vieja prensa suele profetizar el pasado y el presente. En un sentido, facilitando una distinta valoración de lo ocurrido por lo que ocurre, al permitirnos reensamblar los hechos que resistieron las más férreas políticas editoriales; y, en otro, creyendo superar lo que –simplemente- no ha sido, al ofrecer incansablemente los mismos acontecimientos, aunque bajo el espeso polvo de angustias y nombres diferentes.

Tratándose de una vasta y costosa empresa, el Estado podría impulsar la reedición impresa o digital de muchas de las publicaciones periódicas que marcaron precedentes en el siglo pasado, desde la obligada perspectiva del pluralismo ideológico y político. Sin lugar a dudas, le ayudaría a compensar las evidentes carencias presupuestarias, la insuficiencia y el deterioro de los servicios hemerográficos que ofrece, suplantando la microfilmación por una exposición interneteana confiable.

La vieja prensa es una tentación para legos y especialistas, deseosos de los temas –incluso- poco cotizados en la lectura diaria o con aspiraciones académicas ¿No lucen interesantes los viejos encuentros beisbolísticos como el de los caraqueños equipos Cervecería y Magallanes, la preocupación sobre la condición de hijos naturales que resolvió la reforma del Código Civil en 1982 o el intento de reforma tributaria que produjo la crisis parlamentaria de 1966?, además de renglones tan atractivos como el humor y la fotografía.

Hemos disfrutado del habilidoso sarcasmo de las páginas orientadas por el serio tratamiento de la noticia o de la discusión. A guisa de ilustración, hallamos por azar aquello de los estudiantes de Princeton que pidieron el doctorado honoris causa para Brigitte Bardot por sus aportes en el campo de la educación física (AP/El Nacional, Caracas, 01/02/58); o lo de “el marxismo es una ciencia-ficción, viva Marx cusse” (Waterlisomen/Deslinde, Caracas, 05/69).

En relación a la fotografía, tenemos un gran continente de sugerencias como la placa que avecina a Antonio Esteves nada más y nada menos que con el violinista Yehudi Menuhin (El Nacional, Caracas, 03/07/50): redescubierto por la crítica, como en el siglo XX a Vivaldi, ojalá digamos que Menuhin está acompañado nada más y nada menos que de Esteves. O, avisado en una ocasión por Julio César Moreno, quien se encontraba en un cubículo cercano en la Hemeroteca Nacional, no dejará de cautivar la fotografía de Rómulo Betancourt, Julio Pocaterra, Raúl Ramos Giménez y Domingo Alberto Rangel, en el Yankee Stadium (Ibidem, 02/09/48): digamos de unos líderes capaces que, tardando diez años en desentenderse, procuraron componer sus diferencias ante el reto de la dictadura perezjimenista.

Nota personal, en días pasados consulté – por tercera o cuarta vez- la revista “Summa”, dirigida a principios de los setenta por Ignacio Juarista. Al llegar a casa y registrar los viejos cuadernos de notas, la consignación original de los datos relacionados con la citada revista, fue hecha en 1985. Inevitable, recordé aquélla difícil manía de guardar los recortes de prensa y –después- transitar por las salas de la Biblioteca Nacional de San Francisco, la de los archivos de El Nacional de Puerto Escondido, la pista de Mucubají del Nuevo Circo, arribando al Foro Libertador.

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