Opinión Nacional

Henrique Capriles

E s obligatorio partir de la premisa de que Henrique Capriles se enfrentó a Chávez en condiciones muy desiguales.

Como señalé en una columna anterior, fue la lucha de David contra Goliat. Pero en este caso un Goliat moderno, sin escrúpulos cuando de ganar se trata, respaldado por el petroestado venezolano, forrado de dólares administrados a su leal saber y entender, sin ningún tipo de control, freno ni contrapesos.

El ventajismo derivado de la disposición grosera del llamado sistema nacional de medios públicos, integrado por las televisoras y radios nacionales y locales, la prensa escrita y el amplio circuito de emisoras comunitarias, pertenecientes al Estado, todas al servicio del teniente coronel, constituyen un eficaz medio propagandístico difícil de contrarrestar.

Peor aún, si le sumamos las radios y televisoras privadas que, «complacientemente», se agregan a esta gigantesca parafernalia comunicacional.

Pero, aparte de ello, hay que tomar en consideración la manera como la revolución hace uso de los medios de transporte de las entidades civiles y militares, no solamente para hacer proselitismo político con altavoces y equipos de sonido de alta potencia, sino también para llevar a los venezolanos de forma compulsiva a los centros de votación, con las consabidas amenazas de que si no votan por la revolución pierden su trabajo o cualquier beneficio relativo a las misiones y tantos otros emolumentos dados graciosamente por papá Chávez.

Pero bueno, dejemos eso hasta aquí, porque si seguimos no alcanzaría el espacio del periódico para enumerar los mecanismos de que se valen para mantenerse y ganar elecciones como sea.

Lo que quiero destacar hoy es la excelente campaña admirable realizada por Henrique Capriles que llenó de esperanza y vida a más de seis millones y medio de venezolanos que recuperamos la fe de que una Venezuela distinta es posible. Y es posible no por los deleznables atajos del golpismo (los cuales Chávez conoce bien), sino por medio del trabajo democrático para conseguir el afecto, la confianza y el respaldo de los que todavía (cada vez menos) creen en los cantos demagógicos de Chávez. El trabajo titánico, lleno de una energía creadora e incansable llevado a cabo por Capriles nos indica que Venezuela ha parido un nuevo líder.

Capriles no sólo entregó el alma, como él mismo lo ha dicho, durante los apretados convulsos meses de campaña electoral, sino que, con sus visitas a más de 350 ciudades y pueblos de la Venezuela profunda, sembró la semilla del futuro para un país de progreso, de bienestar; donde la paz, la tranquilidad y una vida digna sea posible. Una vida en la cual no sea necesario vender el voto (el alma) a cambio de un beneficio que, por derecho, le corresponde a cada venezolano.

Es un hombre de 40 años de edad con un amplísimo promisorio porvenir por delante.

Ya madurado por el tráfago inclemente de la política criolla que le da una ventaja importante sobre cualquier posible contrincante, incluido el propio Chávez que, se quiera o no, por distintas circunstancias está en el ocaso. Que se mantiene gracias a su vesánica ambición de poder; pero que, sin lugar a dudas, ya da muestras palmarias de cansancio no solamente intelectual, sino también biológico, a pesar de que, cronológicamente, no es un hombre viejo.

A los amigos de la oposición, no se pongan creativos (Capriles dixit), les guste o no a muchos, Henrique Capriles ya tiene un sitial en la cima del liderazgo nacional dado por la propia gente. Tenemos que apostar por él si queremos recuperar la democracia, no hay un camino distinto. No hay lugar a equivocaciones ni a ambiciones trasnochadas…

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