Opinión Nacional

Herencia maldita

En Venezuela se ha hablado mucho de la sucesión de Chávez. Se ha denunciado al clan de Barinas, su fulgurante ascensión social y sus intereses económicos. Se analizan los pro y los contra que representan cada uno de los herederos políticos. Por un lado encontramos a los Castro apuntalando a Maduro para no perder su parte del pastel y por el otro un sector militar, representado por Diosdado, un grupo que se resteó con un golpe, han permanecido fieles el virtual “De cujus”, comprometidos en su “revolución” y en una gestión que de conocerse bien pondría a más de uno en dificultad.

Distraídos con la disputa en ciernes entre los herederos, poco se ha hablado de la herencia que nos deja Chávez y su pandilla.

En Derecho, una herencia es un patrimonio activo o pasivo que una persona deja al momento que fallece. En biología es la trasmisión de un carácter o fenotipo, de un organismo a su descendencia, lo cual incluye rasgos físicos como conductuales.

Por extensión también se habla de herencia social, en antropología moderna se define así a la cultura y en las ciencias sociales a los hábitos y valores adquiridos. Consiste en la transmisión oral, escrita y en representaciones de las ideas, ejemplos y realizaciones.

La cultura ha sido definida como “un todo complejo que incluye los conocimientos, las creencias, el arte, el derecho, la moral, las costumbres y demás aptitudes que el hombre adquiere como parte de la sociedad” (E.B. Tylor).

Tiene una importantísima función de integración y de cohesión social, le da sentido tanto al concepto de familia como al de nación. De alguna manera legítima las relaciones entre sus miembros y las relaciones con los otros.

Una vez producida la cohesión en el seno del grupo, la cultura, los valores comunes, las normas la dan un sentido a los lazos que unen sus integrantes, creando relaciones más sólidas que los simples nexos biológicos.

Las interrelaciones que se producen provienen de la división de las responsabilidades, de la cercanía geográfica o del deseo de perpetuarse y reproducirse. Ello deriva en la idea de nación, lo cual permite que los hombres vivan juntos en paz sobre un mismo territorio y que eventualmente en su defensa, puedan declarar la guerra a otras naciones con otras culturas, otros valores y objetivos opuestos.

Atentar contra esos valores comunes es atentar contra la unidad nacional, contra la supervivencia como país, contra la seguridad de sus miembros, contra su razón de ser.

Una política gubernamental que incite al odio, la angustia y al desorden público, solo busca crear un caos social, en el cual los dueños del poder y las armas terminan tomando el control total de la población, a fin de dirigirlos a sus intereses personales y no al bien común.

Se comienza dividiendo a los integrantes de la misma sociedad, luego se procede a marginar al sector que no puede dominarse. A los más débiles se les somete con la dependencia económica, con el discurso manipulador, con pan y circo, con amenazas, con regalos que no produzcan soluciones definitivas de progreso, sino el bienestar inmediato del beneficio gratuito.

Se intervienen los medios de comunicación, para controlar los mensajes que se pondrán al servicio de la destrucción de los valores que nos definen, se instaura la irreverencia, la vulgaridad, los gritos y los insultos, todo es válido para sembrar nueva ideas que destruyan el producto de la civilización y permita los desmanes abusivos del autócrata.

Se permite la violencia en manos irresponsables, que de manera impune van sembrando dolor y muerte, lo que trae como consecuencia la destrucción de la felicidad, de las familias y del amor a la patria que no ha abandonado a nuestra triste suerte.

Los autores del crimen saben que el pueblo confunde el país con el gobierno y si el ciudadano concluye que perdió sus nexos con su patria, tirará la toalla, se rinde o se va.

Paralelamente se toma el control de las instituciones, no solo para manejarlas a su conveniencia, sino y especialmente para producir en lo profundo del que resiste la desesperanza, del que se encuentra indefenso y a su propia suerte.

La sucesión de medidas arbitrarias, el abuso del poder y la prepotencia harán el resto. Solo falta que los recursos puedan utilizarse sin ningún control, para regalarlos, robárselos, comprar conciencias o votos, para que la destrucción de lo que siempre habíamos sido termine por colapsar.

Una nueva cultura se instala como “herencia maldita” de un régimen, dirigido por Fidel y Raúl Castro, quienes ya acabaron con su propia nación.

La herencia que amenaza nuestra idiosincrasia tenía todo calculado, menos al destino que se presenta en forma de enfermedad. Ni contaba con la resistencia perseverante de una sociedad que nació libre y democrática, con valores, que prefería ser pobre pero honrada y que se resiste a irse o a dejarse dominar.

Una intensa operación de marketing y de publicidad intenta llenar el vacío del presidente virtual, retenido en manos de los nuevos jefes del país.

Afiches y carteles pretenden sustituir a Venezuela por Chávez, como si la noción de país dependiera de la salud del enfermo. La búsqueda desesperada por sustituir gerencia, eficacia, solución de los problemas, gestión gubernamental y de los recursos, por un mito al que pretenden idealizar, con sus rituales y su devoción popular.

Un país pierde cuando le roban su bonanza económica, el tiempo desaprovechado es irrecuperable, de los 300 millones de dólares diarios no queda nada, ni siquiera una carretera sin huecos.

Tan solo un foso profundo en el que se han ido los sueños, la seguridad y el futuro, dejándonos como herencia la escases de productos, perdida de los trabajos, deudas a otros países y la invasión de las fuerzas de seguridad de los Castro.

Nos deja también las colas: en la autopista, en el banco, en el supermercado, para comprar medicinas que no hay, para que te atiendan en un hospital, para que te den una cita de CADIVI.

Heredamos la lista Tascón y la Maisanta destinadas a la segregación. Nos deja presos políticos, expropiaciones, exilados, victimas del hampa y a gente pobre manipulada por el temor a perder sus dadivas.

Nos queda una Venezuela sin un camino, ni un puerto, ni una fábrica, ni un colegio ni un hospital en buen estado, que se pueda mostrar como resultado de la danza de millones. En cambio se arruinó la industria y la producción agropecuaria.

Felizmente todo heredero es libre de aceptar o no una sucesión, dispone de un tiempo delimitado para tomar su decisión, a partir de la desaparición física del fallecido.

Una esperanza para Venezuela por que al renunciar se liberará de la herencia negativa y no tendrá que sufrir más por las deudas del difunto.

 

Ex Cónsul de Venezuela en Paris

Presidente de Venezuela-Futura, Francia

 

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