Opinión Nacional

Hitler no estaba loco

Si los gobernantes y lideres que han dejado, o pueden dejar una estela de atrocidades sociales, actúan bajo la condición mental denominada psicosis o locura, o por el contrario son totalmente responsables de sus actos, ha sido para la ciencia de la conducta un tema de investigación y controversia. Si es el primer caso, lo imperativo seria que la sociedad promueva la hospitalización psiquiátrica, y más hoy en día que se cuenta con excelentes esquemas farmacoterapeuticos. En la segunda situación, lo determinante es que la sociedad evite que gobiernen, o le imponga severas sanciones por sus actos. Pero en los dos casos, es de sentido común prevenir el futuro nefasto, y por un derecho social elemental, el ciudadano debe averiguar, exigir y conocer el estado mental y la conducta psicosocial de los aspirantes a regir los destinos de miles de humanos.

Esta semana acaba de publicar Oxford University Press un libro titulado Hitler: Diagnosis of a Destructive Prophet, cuyo autor es el Dr. Firtz Redlich, neurólogo y psiquiatra, profesor de la universidad de California y Yale. Esta publicación, ya esta creando una interesante confrontación y reviviendo la polémica y desacuerdo entre historiadores si dada la maldad que Hitler perpetró es imposible no atribuirse a la enfermedad mental, o por el contrario no estaba loco y es totalmente responsable de sus actos. El New York Time lo señala como la obra más amplia sobre los aspectos psicológicos y médicos del Führer, Kershaw, profesor de historia en la Universidad de Sheffield en Inglaterra, quien publicara en enero-99, «Hitler 1889-1936: La arrogancia», dice de la obra: «La investigación más completa de la condición médica de Hitler.»

Redlich durante diez años revisa y consulta material, analiza las notas del Dr. Theodor Morell, medico personal de Hitler, del Dr. Cunther, nazista y autor de la biografía medica de Hitler, de sobrevivientes del Holocausto, la poca historiografía existente de su niñez y los análisis psicoanalíticos hechos sobre el personaje Es así como construye una patobiografía y concluye que si bien Hitler no era ajeno a reacciones paranoicas, idea delirantes y síntomas psiquiátricos, no termina de encontrarse el conjunto de indicadores que permitan concluir en una categoría de enfermedad mental, y que sus múltiples problemas físicos que iban desde espina bífida, hipospadia, arteritis de células gigantes, hasta la enfermedad de Parkinson que sufrió en sus últimos días, tampoco se asocian con enfermedad mental. Como tal Redlich puntualiza que «Hitler conoció lo qué él hacía y lo eligió para hacerlo con orgullo y entusiasmo.» «Y que los crímenes y errores no eran ocasionados por enfermedad mental.»

Diferenciar que lleva a un ser a producir daño siempre a sido un tópico de gran controversia. La conducta humana es tan versátil que a pesar que se utilicen criterios técnicos para calificar y diferenciar la conducta enferma de la no enferma pero transgresora, la línea es tan indeleble, que las fronteras fácilmente se confunden. Unos de los méritos de este trabajo biográfico de Redlich es que deja un planteamiento para pensar en las conductas de los gobernantes como actos que no siempre están en esa línea indeleble, invitándonos a salirnos de esa limitación de seguir considerando que dado la complejidad de la conducta humana hay que aceptar que se empañe la objetividad y por más aberrantes que sean los actos, no todos tienen que ser asociadas a enfermedad mental. La conducta humana y los actos del gobernante deben ser vistos como ejercicios de su voluntad y libertad, a los cuales corresponde el reconocimiento o las severas sanciones por parte de la sociedad, pero sobre todo, el mensaje del libro puede ser usado como un antídoto para no seguir mitigando y empañando los efectos nocivos de usar con sentido jocoso o actitud de resignación el «bondadoso» y acomodaticio calificativo de loco o locura, desvirtuado las consecuencias dantescas que puedan tener en el ejercicio del poder un individuo que sin ser loco, si puede llevar a la sociedad a una especie de «psicosis social», a una profunda «melancolía comunitaria, o aumentar, además de los índices de mortalidad, la muerte social, eso que el sociólogo francés Durkheim, a inicios de siglo, llamó la anomia. Además, esas referencias ligeras y permisivas de describir a los aspirantes a regir los destino del país como «locos», «viejos»… solo pueden servir para dejar pasar y no ver el futuro promisorio que trae, el exigir de una forma implacable la total responsabilidad que todo aspirante a gobernar debe tener por sus promesas, actos y fortalezas culturales y educativas, más cuando con esto compromete el presente y futuro de niños, madres, ancianos y adultos, seres libres, con derechos y deberes sociales. Seres además plenamente responsables para elegir, no entre aspirantes «locos» o cuerdos, pero si escoger entre individuos con diferentes ideas, emociones y actos, que finalmente es de lo que va a depender que el gobernante entienda, liderice y gerencie un país donde se trace la gran meta indispensable y prioritaria para lograr cualquier futuro social desarrollado, rico, prospero y estable: La Salud Mental.

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