Opinión Nacional

Honestidad más que objetividad

Ante coberturas mediáticas de catástrofes como la de Haití, se vuelve a plantear el papel de los medios de comunicación en la construcción de otro mundo posible. Cada vez se debate más esta cuestión en seminarios, talleres y jornadas que invitan a periodistas, analistas políticos, profesores universitarios y responsables de cooperación. Muchas de estas iniciativas han tomado como prioridad la formación de los periodistas, sobre todo en cuestiones relacionadas con una sensibilidad sociocultural.

Se trata de evitar que los periodistas que cubren una catástrofe lleguen a un terremoto con una maleta de ruedas, que una revista de moda femenina envíe a una periodista para cubrir los eventos y que una persona que se supone profesional se ponga a llorar al bajarse del avión y verse rodeada de haitianos en estado de shock. Así lo contaba el periodista Jacobo García, que titulaba su artículo “Periodistas… ¿o hijos de papá?”. El gobierno español pagó ese montaje, para el que fue necesario un avión de emergencias y un día de búsqueda para encontrarles casa a los “profesionales” para que trabajaran “en condiciones de seguridad”.

Más allá de la anécdota, cabe preguntarse por las causas de ese esperpento mediático. Por un lado, se habían sobredimensionado las cuestiones relacionadas con la seguridad. Durante días, muchos medios se limitaron a informar de saqueos, de enfrentamientos violentos o de imágenes sensibleras.

Se argumenta una supuesta “lógica empresarial”: “es lo que vende y los medios son empresas”. Empresas que se enfrentan a una crisis económica que les ha quitado una parte de sus ingresos que antes consideraban una fuente más segura: la publicidad. En el caso de los medios impresos, el número de suscripciones va en picada por la crisis y por la proliferación de medios digitales gratuitos.

Esta carestía ha llevado a muchos medios a recortar sus plantillas. Cada vez hay menos corresponsales y se recurre al “enviado especial”, que no conoce el lugar ni tiene los contactos que sí tenían antes los corresponsales. En muchas ocasiones, los periodistas no cobran un sueldo fijo, por lo que se ven presionados para sacar adelante la crónica o un reportaje que tiene que “vender”. Para ello, siguen la línea dura que les marcan.

Pero la crisis, la presión del periodista y la lógica empresarial no explican tanto sensacionalismo y, sobre todo, la estigmatización que se hizo de los haitianos. Basta un rastreo por la hemeroteca digital de muchos de estos medios y una mirada rápida a titulares y fotos. Quizá la cobertura etnocentrista de los medios provoque el paternalismo de políticos y de algunos cooperantes. Conciben a los afectados por catástrofes como objetos de la “beneficencia occidental”.

La raíz de ese paternalismo y etnocentrismo está en la formación y en la falta de sensibilidad. Para algunos profesores resulta incomprensible que estudiantes de periodismo no lean periódicos, oigan la radio o sigan las noticias, que no se esfuercen por conocer otras culturas y otras formas de entender el mundo. Algunos docentes organizan viajes para re-encontrarse con otras culturas, como se dice en francés (rencontrer), pues uno sólo encuentra lo que ya estaba buscando.

A muchos periodistas les sucede lo que a muchas personas cuando ingieren drogas y alcohol: proyectan lo que llevan dentro. Es poco probable que un periodista con actitudes racistas aborde de manera “objetiva” un artículo sobre inmigración. Por eso no se puede hablar de “objetividad” ni de “equidistancia”, sino de honestidad. El periodista no tarda una hora en escribir una crónica. Ni dos, ni tres. Tarda el tiempo que le lleva escribirla, más todos los años que ha vivido y que han configurado su forma de entender el mundo. La educación consiste en despojarse de lo que sobra, en “desaprender lo aprendido”. Sólo una adecuada formación puede encauzar nuestros prejuicios y nuestro miedo a lo desconocido.

El periodismo solidario se abre camino en los medios de comunicación, sobre todo los digitales. Internet permite crear redes, intercambiar información y comunicarse para denunciar modelos de desarrollo obsoletos que los medios tradicionales dan ya por hechos. Como una mancha de aceite, estas escuelas de periodismo empiezan a empapar a otros medios. ¿Quién dice que todo está perdido?

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