Opinión Nacional

Huele a tartufo

Las satrapías suelen ser inseparables de la tragicomedia. Así las charadas ramplonas se convierten en una manifestación natural de su desempeño. La del señor Chávez, no faltaba más, se ha vuelto experta en cabriolas y chapuzas.

En el «affaire» de los paramilitares colombo-baruteños, sólo les ha faltado decir que fueron detectados por el satélite «Maisanta-I», que debió ser lanzado a la estratósfera por la base de cohetes espaciales que debió construirse en el eje Orinoco-Apure.

La batalla de «Daktari», así se llama la finquilla-campamento de la avanzada paramilitar en las faldas de Caracas, pasará a la historia del Comando Ayacucho como otra gesta heroica de la revolución bolivariana para impedir los zarpazos de George W. Bush y Collin Powell.

No importa que los 80 presuntos magnicidas de recién-estrenado uniforme no hayan disparado un tiro, ni tampoco que el aparatoso arsenal incautado consistiera –hasta ahora– de una única pistoleta SigSauer; aquello fue como la reedición de las Termópilas en la que el mismísimo trisoleado García Carneiro –con cara de buen trasnocho– derrotó las hordas terroristas de la oligarquía gringo-santafereña.

Los chacones y cabellos del ensamble oficialista no perdieron tiempo para pedir las cabezas de media oposición. Con su sagacidad de marca, el otro trisoleado, Lucas Rincón, aportó la prueba inequívoca de unos cachitos (no se sabe, aún, si de jamón o de queso o mixtos) provenientes de panaderías controladas por la Coordinadora Democrática, que habrían servido de sospechoso sustento a los proto-fascistas del Merendero del Gavilán.

Imagino que los fiscales militares, asistidos por el experimentado Danilo Anderson, tendrán el cuidado de colocar los «cachitos incriminatorios» a buen resguardo en una nevera del Fuerte Tiuna. No vaya a ser que de pronto algún sargento les meta el diente y se pierda uno de los cuerpos del delito.

Con su ojo de aguila (o su olfato de buitre, diría Sebastián Haffner), el señor Chávez ya sentenció que se trataba del enésimo complot para perpetrarle un magnicidio. Recordemos que según los anales oficialistas, el primero ocurrió en la vecindad de una caimanera de beisbol en Ciudad Bolívar, y otro de los más sonados fue el cuento del «chacal» de Catia La Mar que pretendió derribar al camastrón con un lanza-misiles portátil.

Total que de escándalo en escándalo anda la «revolución bonita». Que sí una cosa no se le pueda regatear al jefe único es su disposición a la truculencia.

Lo lógico es que el caso sea investigado por una comisión conjunta de Venezuela y Colombia. Lo lógico es que las responsabilidades a que haya lugar sean precisadas y procesadas. Lo lógico es que todo esto refuerce la necesidad de lograr una salida electoral y pacífica al pandemónium venezolano.

Para la lógica no es el fuerte de las satrapías. La nuestra no es la excepción.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba