Opinión Nacional

Hugo Chávez y El Capital de Marx

En días recientes, durante una de sus interminables alocuciones públicas, Hugo Chávez no sólo se declaró marxista sino que aseguró que en sus ratos libres se dedica a leer El Capital de Marx. Me permito dudar de tal aseveración, tanto por el hecho de que Chávez no pareciera disfrutar jamás de ratos libres, ya que pasa el tiempo hablando de manera incesante, como por la innegable verdad de que El Capital es en buena medida un libro prácticamente ilegible. Con esta afirmación no pretendo denigrar de Marx como pensador social. Sería absurdo desconocer que Marx hizo aportes importantes en el terreno del estudio de la historia, con su perspectiva materialista sobre la misma, así como en el plano del análisis político, en el que quizás se encuentran sus más interesantes e impactantes escritos, como por ejemplo El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.

El marxismo es un compuesto de varios elementos: Por un lado, la visión de la historia como un proceso principalmente basado en el esfuerzo humano por producir y reproducir la vida, es decir, como un proceso en el cual juegan papel prioritario y decisivo los factores económicos. Este es el denominado “materialismo histórico”. Por otro lado, el marxismo es un programa de transformación social radical, dirigido a destruir el capitalismo mediante la lucha de clases y la instauración de la dictadura del proletariado, e instalar en su lugar el socialismo, entendido este último fundamentalmente como la colectivización de los medios de producción. En tercer lugar el marxismo es una utopía, ya que según Marx el socialismo es una etapa de transición entre el capitalismo y el destino final de la historia, que no es otro que el establecimiento de una sociedad perfecta, la sociedad comunista, que Marx concebía como una sociedad de abundancia concentrada en el disfrute hedonista de la existencia por parte de individuos liberados de sus penurias.

Antes de retomar el hilo en lo referente a Chávez y El Capital conviene precisar dos puntos de relevancia: Primero, está presente en el marxismo una intensa tensión entre, por una parte, una tendencia determinista y hasta fatalista acerca del curso histórico, de acuerdo con la cual, y de manera necesaria, el capitalismo va a derrumbarse y abrir las puertas al socialismo. En el propio Capital (Capítulo XXIV), Marx escribe que “la producción capitalista engendra, con la fuerza inexorable de un proceso de la naturaleza, su propia negación” (es decir, el socialismo). No obstante, y por otra, el programa político marxista contiene un poderoso ingrediente voluntarista, según el cual la acción consciente y deliberada del proletariado, encabezada por la lúcida y aguerrida vanguardia comunista, es la encargada de llevar a cabo el necesario proceso de destrucción.

De la tensión planteada se deriva un problema: Marx confiaba que la revolución tendría lugar en los países capitalistas más avanzados de su tiempo, en particular en Inglaterra, países en los que ya existían, en su opinión, las condiciones de productividad económica suficientes para que el socialismo fuese más que un sistema de permanente empobrecimiento. Sin embargo, a Lenin no se le ocurrió nada mejor que forzar, con su voluntad y la de sus seguidores, el cambio revolucionario en un país entonces tan atrasado como Rusia en el marco europeo, lo cual desde el inicio hizo del experimento socialista un rumbo de opresión y carencias.

El otro aspecto del marxismo que me interesa destacar tiene que ver con su dimensión utópica. Sobre ello Marx dijo poco, pero lo que dijo permite constatar que imaginaba su sociedad perfecta como un ámbito de abundancia, en la que eventualmente desaparecerá la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, donde el trabajo dejará de ser un medio de vida para transformarse “en la primera necesidad vital” (es decir, en algo agradable y no forzado), en la que correrán “a chorro los manantiales de la riqueza colectiva”, y donde, finalmente, la sociedad podrá escribir en su bandera: “¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!” (Crítica del Programa de Gotha).

Estas últimas frases me retornan al Capital. Parece claro que Marx no captaba con la debida precisión que la escasez es una realidad irremediable de la existencia humana colectiva, y que las necesidades físicas y espirituales pueden ser infinitas en ciertos contextos culturales, como ocurre en el capitalismo avanzado contemporáneo, pero los recursos para satisfacerlas siempre serán limitados (en particular con una población humana en constante crecimiento). Cuando uno intenta leer El Capital en nuestros días experimenta una patente impresión de algo superado por la historia, de un libro envejecido y farragoso, que sólo sobrevive en librerías por el prestigio de su autor como inspirador del comunismo moderno.

Mentiría si dijese que he estudiado a fondo, en todos sus detalles, El Capital, pero sí he procurado leer con atención aquellas secciones que me lucen de mayor interés teórico, lo que me ha puesto en evidencia que el capitalismo acerca del cual Marx habla en ese texto es cosa del pasado. Sin ser economista, me resulta sin embargo obvio que desde el punto de vista del análisis económico El Capital es una obra plagada de errores y desatinos. Lo que le salva a medias se encuentra en otro plano, y tiene que ver con la evidente pasión de redención social de Marx y su condena a las iniquidades del capitalismo de su tiempo.

Imagino que alguien ha puesto en manos de Hugo Chávez párrafos fuera de contexto, extraídos de la inmensa y extraviada selva del libro, y que a los mismos se aferra el caudillo cuando asevera estar leyendo El Capital, usándoles en sus diatribas contra el capitalismo. Mas se trata de un capitalismo que no sólo cambió de manera radical desde los tiempos de Marx, sino que ha demostrado una fortaleza y una capacidad de renovarse que siguen asombrando a quien haga el mínimo empeño de reflexionar al respecto.

Ahora bien, El Capital es, presuntamente, un libro de economía, que a decir verdad deja mucho que desear en ese terreno específico del análisis social; pero la obra es también una especie de tratado filosófico hegeliano en clave económica. El fantasma de Hegel recorre sus páginas y se manifiesta en la estructura conceptual subyacente que proporciona su columna vertebral a la argumentación del libro. Ello se patentiza, por ejemplo, en las disquisiciones de Marx acerca de lo que llama el “fetichismo de la mercancía”, así como en su insistencia en proclamar que el destino inexorable del capitalismo en su tránsito hacia el socialismo constituye “la negación de la negación” (fórmula clave de la dialéctica hegeliana).

No es sin embargo el propósito de esta nota realizar una especie de reseña de El Capital. He mencionado algunos puntos de interés teórico para ubicar más definidamente el cómico alarde de Chávez como supuesto lector de la obra. Si Chávez la ha leído, cosa que como dije debemos dudar seriamente, entonces no tiene sentido sorprenderse de que el líder de la revolución bolivariano-marxista esté aún más confundido que de costumbre. Mas en vista de que cabe conjeturar que de El Capital tan sólo conoce algunos párrafos de contenido “revolucionario”, podemos sostener que lo que Chávez tiene de marxista se limita al apego a una mal aprendida y mal digerida utopía, a una ilusión que vislumbra un “mar de felicidad” situado más allá de la experiencia histórica concreta, experiencia que enseña a todas luces que el capitalismo ha cambiado y el socialismo ha fracasado.

El marxismo de Chávez, en lo que tiene que ver con el programa de cambio político, acoge la lucha de clases, pero se cuida todavía de enarbolar la dictadura del proletariado como meta explícita. No creo que por pudor, sino por miedo. Lo que resta entonces es únicamente el discurso irredento de un demagogo, que encontró en un Marx resumido una manera de dar forma a algunas ideas simples acerca de la historia y la sociedad, y de articular consignas incendiarias, todo ello para servir la causa de un “socialismo del siglo XXI” tan deplorable y estéril como el del pasado siglo.

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