Opinión Nacional

Identidad

El otro día hablé con un francés, tan galo como cualquier otro. Soy francés, dijo, de Marsella. Con los alemanes pasa lo mismo, responden que son alemanes con idéntica fuerza persuasiva. Y es que el poder de autoconvicción es tan fuerte como extraño: franceses, alemanes, hondureños o venezolanos, cada uno está seguro de su cuadriculada pertenencia colectiva, de su nomenclatura que lo afilia al grupo, de la manada gregaria a la que se debe, y si brinca un ápice de duda aquí tiene el pasaporte, que en asuntos como éste suele ser el golpe encima de la mesa.

Eso de la identidad cubre los milímetros cuadrados que sirven de andamiaje para andarnos por ahí. Mientras alguien jura que es del Magallanes, porque Magallanes es Magallanes y se le metió hasta en los poros, el Caracas hace de las suyas: más de un fanático de los Leones da razones, vibra, siente el rugido de su equipo como un eco de lo que nos une, esa especie de linfa común tan presente en sociedades primitivas.

Adecos, justicieros, copeyanos, emeverrecos. Cada quien toma el arma arrojadiza de lo que cree ser y dispara al blanco sin descanso, hasta que termina por admitir una de dos: o falla cuando apunta porque las dianas se mueven, o yerra porque es de humanos verse inmiscuido en tales cuitas. Entonces ahí va quedando otro tanto, es decir, son multitud quienes acaban convencidos de pertenecer sin duda alguna al Homo sapiens sapiens. Y así.

La seguridad da saltos de conejo en el horizonte imaginario de la gente. Sé que puedo estar equivocado, pero sostengo el mundo que llevo en la cabeza con uñas, dientes y mordiscos. Y así. Venezolanos, caraquistas, adecos, humanos por los cuatro costados, el escenario de nuestra puesta en escena sirve para evidenciar el rostro inamovible de lo que suponemos nos define.

Ayer no más, en el supermercado, escuché a una conocida diciendo ser lo que no era: pintaba para sí, y se lo creía, un listado enorme de lindas cualidades. La pobre estaba convencida de una identidad fraguada a fuerza de la máxima de Goebbels: repite mil veces la mentira y será cierta. Y así. Pero la verdad verdad es que al pararse ante el espejo, por lo general allá en el fondo donde crecen telarañas porque es una región a la que pocos gustan visitar, repican voces cuyas resonancias tintinean en ciertas cortezas cerebrales, ecos de lo que probablemente vamos siendo, aunque casi siempre lo ignoremos. Y así.

Venezolanos, caraquistas, copeyanos, muy humanos, por fin, ¿qué es lo que somos?. Basta aceptar respuestas generales, mandadas a hacer para tranquilizarnos. Pero en realidad, ¿qué queda de nosotros?, ¿qué de la epidermis para adentro?. Cada quien suele plegarse a sus modelos, meterse en sacos que lo diluyen en el todo. ¿Quién se conoce a sí mismo?, ¿quién se mira en el espejo y dice: ese soy yo?. Y así.

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