Opinión Nacional

¿Inclusión o disgregación?

Es difícil pensar que la mayoría de los ciudadanos de Venezuela no sientan amargura en estos reveladores momentos. Y digo reveladores, por las obvias mermas de bienestar que once años de asquerosas equivocaciones le acarrean a la población del país en general.

La razón de las protestas estudiantiles actuales, no sólo se generan de ese sentimiento de amargura sino más bien del acelerado desmantelamiento de la panacea democrática (la única salida) que, desde el poder actual, se tergiversa sin ningún tipo de miramientos o respeto.

¿Por qué sale la gente a la calle y no espera, “cívicamente”, a que el próximo referendo defina las fuerzas que presidan la Asamblea Nacional?
Esta es una pregunta esencial que amerita ser desentrañada por todos los venezolanos.

Mientras esperemos, inermes, a ejercer nuestro derecho democrático en noviembre, el gobierno (enloquecido e inmerso en una debacle de inefectividad) seguirá avanzando, grosera y antidemocráticamente, con una abismante profusión de leyes (y acciones) inconstitucionales que seguirán menoscabando y coartando las verdaderas posibilidades de ejercer un hacer democrático conciliador.

La evidente situación de inseguridad física y jurídica que padecemos, es la que hasta ahora nos ha hecho salir a la calle. Más aún, la que nos empuja a la calle sin que sintamos culpa de romper ese “supuesto” actual orden democrático, amañado y diseñado desde un poder conscientemente “inconsciente” de “lo alternativo” (que es el pilar fundamental del hecho democrático).

El chavismo equivocó la necesidad de reencontrarnos y no ofrece, ni ya puede ofrecernos jamás, una posibilidad de que nos reencontremos y refundamos las bases de una sociedad de inclusión.

El socialismo del siglo XXI está indiscutiblemente herido de muerte. Y si no muere hoy, ayudado por las debilidades que aún pregonan las cómodas conformidades de los aparentemente dispuestos a “defender” la democracia pasiva, morirá igual, por simple suicidio.

No basta que sepamos que pronto, irremediablemente, el chavismo (en su forma actual) va a morir por su inherente ineficiencia. Y me atrevo a decir que mientras más pronto muera esa definición de socialismo del siglo XXI que propaga, mejor será para que podamos reencontrarnos en una nueva sociedad distinta que deberá contemplar una nueva definición de justicia social.

Lo único que es absolutamente seguro es que ya, hoy, hemos llegado al punto de no retorno, al punto de disolución de un estado político y social hace tiempo difícil de definir, y tanto al final de un establecimiento que se autodenomina democrático sin serlo como al final de una contradictoria necesidad de adquirir una identidad correcta (o acorde a su realidad autocrática).

Todo indica que muy pronto lograremos descubrir, por fin, lo que somos de verdad (sin eufemismos). O damos al traste con la pretensión de que funcionamos como una democracia (deficiente), o nos sinceramos y aceptamos cabalmente la angustiante y pragmática autocracia que se nos impone hoy.

Lamentablemente, quienes hasta el momento tienen la posibilidad (aunque sea transitoria) de definir lo que somos, son los esbirros nacionales e internacionales que actualmente ostentan el poder, y los eternos excluidos nacionales que, por comprensible ignorancia, los apoyan porque creen que mágicamente asegurarán su entrada al mundo de la decencia, la dignidad y el bienestar.

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