Opinión Nacional

Independencia institucional

A mediados de 1984 Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal norteamericana (Banco Central de EE. UU.), recibió una invitación de James Baker, jefe de la campaña de reelección del Presidente Ronald Reagan, en la que éste invitaba a Volcker a intercambiar opiniones sobre asuntos de Estado con el Presidente Reagan. En el diseño constitucional de las relaciones entre los poderes públicos, el Presidente de la Reserva Federal (FED), no estaba obligado a asistir a esa reunión, ya que la institución que representaba era “independiente dentro del gobierno” y en su funcionalidad se apartaba totalmente de la ingerencia política, para poder tomar decisiones de política monetaria con total independencia.

Aunque al presidente de la FED, lo nombra el Presidente de los EE. UU., y su período es por cuatro años, normalmente se le reelige para un segundo o tercer período, ese era el caso de Volcker que nombrado por el demócrata Carter, había sido ratificado por cuatro años más por el republicano Reagan. Las decisiones de la Reserva Federal no pueden ser modificadas, ni por el Presidente de los EE. UU., ni por el Congreso, ni por un tribunal, por eso en la esfera ejecutiva y legislativa, se aprecia al Presidente de la Reserva Federal como un ser ungido por la divinidad, inalcanzable y arrogante. Volcker asistió a la reunión en la Casa Blanca que se efectuó en la biblioteca del ala este, lejos del trepidante frenesí del ala oeste; a la cita asistió Baker y Reagan y comenzó, como bien lo sabía el presidente de la FED, con insinuaciones para que se bajaran las tasas de interés. Volcker, por cortesía oiría aquella recomendación, pero por supuesto, no la tomaría en cuenta.

Lo sorprendente de aquel día fue que Baker fue más osado y directo, apartando las sutilezas con que antes hizo sus sugerencias. Esta vez, en un tono imperativo y de urgencia planteó la necesidad de bajar las tasas de interés ya que esa medida a su criterio, aseguraría la reelección de Reagan. El Presidente de EE. UU., sentado a su lado, no abrió la boca, y aparentaba un aire de distraído. Mientras Baker hablaba Volcker no podía creer aquello, ese lenguaje soez, irrespetuoso para con la majestad de la institución que él representaba y que era ajena al juego político. Oyó tenso el resto de las palabras de Baker y cuando la cortesía lo hizo conveniente se despidió de sus anfitriones, sin asentir en nada. Camino a su despacho pensó en quejarse ante el Congreso de los EE. UU., por la ingerencia política indebida de Reagan en sus asuntos; pero decidió no hacer nada porque el mandatario fue tan astuto que no abrió la boca y podía argumentar que eso fue cosa de Baker.

Todo esto viene a colación porque el gobierno bolivariano niega y desconoce de una manera arbitraria la independencia de los poderes públicos que en cualquier otro país es cuestión regulada en el instrumento constitucional y respetada por los presidentes. En noviembre de 2003 Chávez solicitó en un Aló Presidente un “millardito” de las reservas internacionales, como quién le pide dinero prestado a un amigo que le debe muchos favores. Como el BCV no se lo dio, inició una campaña de presiones a través de sucesivas declaraciones públicas; a la par connotados miembros del MVR declararon en los medios solicitando al BCV el millardito en cuestión. Simultáneamente varios congresistas del partido de gobierno hicieron lo mismo. El Vicepresidente Ejecutivo y el expresidente de la Asamblea Nacional, dispensaron sendas visitas a la sede del instituto emisor para abogar por la solicitud presidencial. No contentos con ello, se organizó una marcha de mil personas frente al BCV, en la que los participantes vocearon consignas contra la dignidad de las autoridades de Banco Central: fascistas financieros, golpistas económicos, hambreadotes del pueblo y avaros. La turba a la vez que gritaba: “tupamaros, tupamaros”, pintó en todas los muros del BCV, las consignas que voceaban

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