Opinión Nacional

Inflación y radicalismo

Los llamados planes antiinflacionarios lanzados en varias oportunidades por este régimen no han sido eficaces. Al contrario, muchos fueron perjudiciales. Incluyendo los anunciados antes desde el chavismo y el que por cuentagotas viene ensayando ahora el madurismo.

Se parecen mucho a los practicados por otros socialismos del subcontinente hace décadas, que en su momento tomaron medidas inflacionistas que dieron por llamar antiinflacionarias. Las consecuencias fueron nefastas. En casi todos los casos se soltaron espirales inflacionarias que se convirtieron en hiperinflaciones, derrumbaron la actividad económica, arrasaron con el ingreso familiar y dejaron gobiernos y países postrados bajo el peso de enormes deudas públicas. ¿Es algo similar lo que espera a los venezolanos en el futuro?

Al gobierno parecen molestarle principalmente las consecuencias políticas que tiene la inflación, ya que esta aliena el apoyo electoral y difuso de sus bases populares. Da la bienvenida, sin embargo, al efecto guadaña que el alza de precios tiene sobre el valor real de su larga lista de pasivos en bolívares. El año pasado, por ejemplo, la deuda pública interna perdió más de un tercio de su valor real, con lo cual la revolución se enriqueció de nuevo, mientras empobreció aún más el patrimonio de sus acreedores, incluyendo trabajadores (pasivos laborales), contratistas (cuentas por cobrar) y financistas (bonos de deuda).

Para mitigar el efecto político se ha valido de varias artimañas efectistas, como los decretos de reducción compulsiva de precios lanzados con fanfarrea y machacante propaganda. También de una nueva vuelta doble de tuerca en materia de controles y la evidente intención de adueñarse de la comercialización directa de los productos vinculados a la tasa de cambio preferencial de Bs. 6,30 por dólar.

Algo así como proclamar que si la inflación se nos opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca.

El problema reside en que la inflación luce infrenable. Porque la revolución no reconoce sus causas verdaderas y la atribuye a fantasmales espectros de conspiraciones, especulaciones y guerras económicas. Y por tanto, sus acciones están dirigidas a reprimir a personas y empresas, a aumentar el acoso a la actividad comercial y a perseguir a quienes según un criterio rupestre ahora convertido en ley puedan incurrir en algunas decenas de nuevos delitos económicos.

Con ello no logran sino castigar y deprimir la producción y la oferta de bienes y servicios, con resultado contrario al vociferado como objetivo antiinflacionario. A la vez, siguen sembrando temor en la población respecto a la disponibilidad futura de artículos de uso imprescindible con lo que incitan las compras nerviosas y refuerzan la escasez de base. Mientras tanto, no logran avanzar un milímetro en la corrección de los desequilibrios macroeconómicos cuya dinámica fue desatada y advertida desde aquí reiteradamente en los últimos tiempos, siendo que allí se encuentran los factores desencadenantes de la situación actual.

El radicalismo ha tomado el control de casi todo el aparato gubernamental. En lo económico se ha entronizado una visión arcaica que no desea diálogo franco con los sectores productivos sino su aniquilación, sea por asfixia, expropiación o confiscación.

 

 

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