Opinión Nacional

Instancias quijotescas entre Chile y Venezuela

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Durante el presente año, en todo el mundo se ha venido celebrando el 400 Aniversario de la primera edición del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, publicada en 1605, obra magnífica de esa figura universal y padre de la narrativa moderna y contemporánea, como lo es Don Miguel de Cervantes Saavedra.

En nuestro continente caribe-latinoamericano, la rememoración ha sido igualmente relevante en todo este contexto que nos cobija. En esta ocasión, quisiéramos referirnos a las dos vivencias mas significativas que durante nuestra existencia en el Allá y en el Acá hemos tenido con esta narración extraordinaria.

Instancia chilena

En los albores de la década de 1960, tuvimos un acercamiento mas íntimo con la obra estelar cervantina como estudiante del Pre-Grado en la especialidad de Pedagogía en Castellano, en la Universidad de Concepción de Chile, donde cursamos los estudios que nos llevaron a convertirnos en profesional de las letras, en una época áurea, cuando en la Dirección del Departamento de Literatura se encontraba ese gran creador poético Gonzalo Rojas, integrando una trilogía con las excelencias, representadas por Alfredo Lefébvre, fino y profundo ensayista y el sin par profesor de Literatura Latinoamérica, Juan Loveluck ,entre otros.

Por supuesto que la cátedra de Literatura Española estaba dirigida por el profesor Lefébvre, asistido por el docente auxiliar Luis Muñoz, quien nos proyectaba la visión histórica e ideológica de los tiempos cervantinos y era el encargado de controlar las lecturas que hacíamos con tanto deleite de tan singular relato. Por ahí, fuimos incursionando en la primera parte por la morada y lar nativo de Don Quijote y Sancho, supimos de su ordenamiento como caballero en la venta, hicimos nuestra su locura y fuimos padeciendo junto a él cada golpe que recibía de esa dura realidad con la cual nos enfrentamos cotidianamente los idealistas. Nos entretuvimos con sus narraciones enmarcadas como las de: Cardenio y Dorotea, Grisóstomo y Marcela, El Cautivo y Zoraida, y esa historia psicológica, intercalada del Curioso Impertinente. A través de esta parte inicial, visualizamos el ascenso de Sancho hacia lo quijotesco y el descenso gradual de Don Quijote ante lo real y terrenal.

La segunda parte, de igual modo, nos pareció maravillosamente valorativa, donde logramos adentrarnos más profundamente en esos seres cabalgantes al carecer esas páginas del “material de relleno” inicial y padecer más con ambas figuras protagónicas ante la burla e ironía de los antagonistas, que se deleitaban a sus anchas con estos personajes, burlándose una y otra vez de ellos hasta llegar a niveles extremos. Al final, con tristeza asistimos al desenlace, cuando Don Quijote recupera el juicio para retornar al ser original de Alonso Quijano y se conduele de las locuras cometidas a las cuales llevó al inocente e ingenuo Sancho, a quien terminó por convencer de que su realidad era la normal y la del otro era falsa e impostora.

Con estas visiones de El Quijote, con un cúmulo de conocimientos aportados por los trabajos ensayísticos de Marcelino Menéndez Pelayo, Ramón Menéndez Pidal, Salvador de Madariaga y tantos otros especialistas, arribamos en el. inicio de la segunda mitad de la década señalada, a estrenarnos como docentes en un liceo público chileno, el único para ese entonces que existía en la localidad de Mulchén, enclavada en pleno territorio de la Araucanía. Al segundo o tercer año de permanencia en ese centro de estudios medios, nos asignaron los cursos superiores de este nivel educativo, cuyos programas consultaban un acercamiento mas intenso a los estudios literarios. Empezamos con un 5to año, donde en la asignatura de Castellano, se exigía el estudio de El Quijote pero no en su totalidad. Para esa época, bastaba con leer sólo diez capítulos de la primera parte y diez, de la segunda.

Programamos nuestro quehacer docente y decidimos para motivar a nuestros alumnos aún adolescentes, que iniciaríamos en conjunto la lectura del primer capítulo. De esta suerte, fuimos desbrozando la expresión lingüística, aclarando los arcaísmos, en general la lengua castellana de ese tiempo, recordando el sabio conocimiento que habíamos recibido en la Universidad de un religioso, Monseñor Luco, tanto en la cátedra de Latín, como especialmente en la de Gramática Histórica, donde elaboramos un largo y minucioso trabajo de investigación, analizando la evolución de la lengua madre de una a otra época.

Así, empleando esta metodología, logramos el entusiasmo de estos jóvenes que no se detuvieron al término del capítulo diez, tal cual lo exigía el programa, sino que avanzaron velozmente hasta llegar al final de la primera parte. Realizado el control de lectura, se evidenció que en un noventa y cinco por ciento, ésta había sido plena y real. Pero no todo quedó ahí, porque luego decidieron saber qué había pasado con Don Quijote y Sancho y se encontraron con ese socarrón Bachiller Carrasco, quien recibió su merecido de Don Quijote cuando disfrazado de caballero quiso abatirlo con el compromiso que se retirara a descansar a su casa. Y por supuesto, quedaron sorprendidos con Sancho al verlo convertido en un gobernador de un imaginario gobierno de Barataria, donde a pesar de las trampas a través de las cuales los duques pretendieron burlarse, Sancho salió siempre airoso, actuando con la mesura y el sentido común del hombre de pueblo.

Tal experiencia se prolongó con éxito por tres años, hasta cuando nos enrumbamos a otro destino, y a raíz de una intervención que hizo el Ministerio de Educación de Chile en ese plantel por ciertas irregularidades administrativas cometidas por sus directivos, un grupo de alumnos que no pasaba de tres, esos que concurren poco a clases, indisciplinados y perezosos, se acercaron a la supervisora del Ministerio y nos acusaron de que los hacíamos leer El Quijote, íntegramente. Recibí una citación de la funcionaria ministerial y nos comentó asombrada sobre lo que había hecho, al no respetar el programa que consultaba en total veinte capítulos, a lo cual repliqué que “Tres-en este caso-no hacían iglesia”. Tenía que interrogar a los cincuenta restantes que cada mañana, cuando se encontraban se saludaban en ese español arcaico, aprendido en El Quijote, así como se ilustra:”Cómo estáis fermosa señora. Muy bien, vuestra merced. Y cuándo empezaréis a preparar el examen de Literatura. Pronto, mi hacendoso caballero”.

Sin embargo, la culminación de este quehacer se produjo cuando para la Fiesta de la Primavera, que se celebraba entre octubre y noviembre de cada año, sin que lo sospecháramos preparaban nuestros quijotizados alumnos un carro alegórico con los personajes de las dos partes de El Quijote, partiendo desde el barbero y terminando con don Alvaro Tarfe, pasando por Dulcinea del Toboso, el Cautivo, los dolientes Pastores y por supuesto el socarrón Sansón Carrasco.

En esos días, nos habíamos ausentado de la ciudad por asuntos administrativos, surgidos por la dirección que paralelamente a mis clases diurnas había recibido para conducir un Liceo Vespertino, y justo coincidió nuestro retorno con el día del desfile de carros alegóricos. Mi felicidad fue inmensa, al descubrir a mis alumnos, proyectando hacia la ciudad una realidad aprehendida de un texto trascendente, escrito más de tres siglos atrás por ese extraordinario Manco de Lepanto, gloria de las letras del universo.

Instancia venezolana

La segunda vivencia quijotesca data de la segunda mitad de la década de 1970. Era la época en que creábamos y fundábamos el Núcleo de Canoabo de la Universidad Simón Rodríguez, junto a esos dos inquietos jóvenes ingenieros agrónomos valencianos como lo son: Jaime Pizani y Humberto Sarquís, dirigidos todos, por una de las figuras cumbres de la educación venezolana en el siglo XX, el doctor Félix Adam. Exactamente sucedió en el transcurso de 1977, cuando ya nos habíamos instalado a vivir en Bejuma y viajábamos todos los días, atravesando una sierra de ciento veinte curvas para llegar a nuestro lugar de labores en Canoabo. Estoy casi seguro que fue en el atardecer de un día viernes en que junto a otros colegas arribamos a citada localidad bejumera desde Canoabo, con un abrasador calor que nos produjo una sed intensa. Nos detuvimos justo en el” botiquín”, que estaba a la entrada del pueblo en la vía señalada. En seguida, nos dirigimos a una mesa para calmar ese fuego interior con unas refrescantes cervezas. Al entrar, visualicé a dos parroquianos que discutían acaloradamente. No habían pasado ni cinco minutos de nuestro arribo, cuando Ramón, el pintor de Bejuma, que era uno de los que se enfrentaba con una amigo, se acercó a la mesa donde estábamos libando y con mucho respeto se dirigió a mí y me manifestó: “Que tuviera a bien acompañarlo junto a su interlocutor a fin de que yo resolviera el impasse producido entre ambos”. Se habían trenzado en una discusión en torno a Don Quijote y Sancho Panza. Mientras el amigo afirmaba que ambas figuras habían existido como seres de “carne y hueso”, Ramón, por su parte señalaba que solo eran entes de ficción. Por supuesto, que ninguno de los dos tenía conocimiento de que el autor se llamaba, Miguel de Cervantes Saavedra.

Los dejé hablar todo lo que quisieron, y al final, di mi opinión un tanto salomónica para dejar en paz a ambos amigos. Les expresé que los dos tenían la razón, dado que aunque efectivamente son entes de ficción creados por un autor, en este caso Cervantes, eran también reales, porque dondequiera que transitemos vamos encontrando quijotes y sanchos, tanto en el aspecto físico; leptosomáticos, los primeros y pícnicos, los segundos. Les enfaticé que todos tenemos algo de Quijote y de Sancho, porque somos portadores, en mayor o menor grado de ideales como Don Quijote y estamos inmersos en realidades materiales a las cuales era tan afecto Sancho. Tal vez, no debiéramos caer en los extremos, pero si equilibramos ambos aspectos seremos seres normales , debiendo trabajar para vivir, ayudando al otro mas desposeído, luchar por la justicia y la equidad y practicar y promover los valores humanistas, sin caer tan exageradamente en los bienes materiales, para no convertirnos por ejemplo en “mercaderes de la educación”, como lo proclamaba otro Quijote americano, o “mercaderes de la salud”, que cada día van acumulando más fortunas y construcciones imperiales-decimos nosotros.

Parece que quedaron satisfechos con la respuesta. Permanecieron tranquilos. Retorné a mi mesa donde continuamos dialogando con nuestros colegas sobre ese proyecto que un Quijote venezolano, el profesor Félix Adam deseaba para su pueblo: Crear un Centro Educativo Rural en Canoabo, integrado plenamente con la comunidad, dándole forma a la “ciudad educativa” que tan en boga estuvo por esos años después de publicado el Informe Fauré.

Tal modelo educativo quijotesco, de haberse llevado a cabo en plenitud, se habría multiplicado no sólo en Venezuela, sino en todo el continente, pero los anti – quijotes de esa época no lo quisieron así y el núcleo universitario de Canoabo, por lo menos, quedó al servicio de la comunidad del occidente de Carabobo, convertido en un centro de educación urbano, enclavado en el ámbito rural.

Final

Lo que va de Ayer a Hoy, de 1960 ó 1970 hasta el presente, se manifiesta en la pérdida del interés por la lectura. Es indudable que cada día “la imagen va matando más a la palabra”, a través de la T .V., que forma parte del desarrollo tecnológico de los tiempos actuales, pero que tanto daño ha ocasionado, por su comercial administración, en la distorsión de los valores y en alejar especialmente a los jóvenes de los libros y de los textos en general. De igual modo el Internet, el Video Beam y otros sistemas similares ha contribuido a que El Quijote no haya sido leído en profundidad, a pesar de los esfuerzos de la Real Academia Española y de los gobiernos e instituciones del continente por editar la obra cumbre de Cervantes en diversas ediciones, a precios accesibles al lector común, pero la demanda ha sido escasa.

A lo anterior, ha contribuido algo insólito, ocurrido en más de una universidad del continente, donde en los estudios literarios se ha prescindido de la especialidad de Literatura Española, lo cual por supuesto ha excluido a El Quijote, por cuanto, especialistas de “última generación” en pensum, seguramente carentes de sentido humanista, han eliminado al más excelso maestro de la lengua que hablamos diariamente: ¿Qué se puede esperar de los alumnos, si los docentes ignoran tal conocimiento?. No de otra manera se explica que Samuel , un niño de diez (10) años de edad, de una escuela valenciana, cursante del quinto grado quien logró junto a su progenitor asimilar el inicio del primer capítulo de El Quijote, a tal punto que pudo memorizar, como antaño, un par de párrafos. Ya preparado, llegó al centro educativo donde estudia, hablando de El Quijote, pero nadie le hizo caso, lo cual repercutió negativamente en el estudiante, que retornando al hogar un tanto deprimido, formuló la siguiente pregunta: ¿Papá, por qué mis compañeros del salón y mi maestra no conocen El Quijote?. Posteriormente, por iniciativa de la Directora del establecimiento educacional, Samuel retornó de nuevo a la carga y sorprendió a los compañeros de su grado, de otros superiores y a sus propios docentes, quienes lograron entusiasmarse con esos personajes que se desplazan por el mundo eternamente y que no morirán por nunca jamás, salvo que el hombre desaparezca definitivamente, por cuanto representan al ser humano mismo que se desenvuelve entre el espíritu y la materia, es decir, que siempre llevaremos cabalgando dentro de nosotros mismos al caballero de la Triste Figura, acompañado eternamente del tierno y bondadoso Sancho.

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