Opinión Nacional

Interpretando a Chávez

Bien me decía Elías Pino Iturrieta en una conversación que sostuvimos días antes del megabochorno: “En Venezuela no hay nada qué hacer, una nueva etapa de la historia está en cierne, lo que ocurrirá de ahora en adelante está en nuestras manos. Eso sí, este pandemónium supone de nuestra total entrega, puesto que para darle salud y lógica a la república floreciente hay que inyectarle coherencia al chavismo, lo cual es bastante difícil.”

En ese orden de ideas, estimo prudente que analicemos la voluntad política de quien probablemente nos gobernará por los próximos veinte años.

En principio, vale destacar, que en la actualidad no se conoce líder político alguno que haya sido ridiculizado tan unánimemente por las elites intelectuales latinoamericanas como el nuestro. Un verdadero hazmerreír regional. Un día pelotero, el otro militar, el siguiente bufón, y, por último, inquisidor neobolivariano (¿cuándo Presidente?) Sus procederes autocráticos y fascistas, sus tonterías populistas y divisionistas, y, por supuesto, el descontrol de su lengua y de su psique a la hora de proferir discursos proselitistas, lo convierten en la última aversión política latinoamericana.

Eso es en la periferia latinoamericana, ¿qué sucede adentro? Lo mismo: la elite no ha descansado en descarar y prevenir respecto al riesgo que representa este alocado y showman presidente que nos rige.

Hugo Chávez (el hombre) es un quijote carismático que no tiene la más mínima idea de cómo gerenciar nada. El voluntarismo sectario, el idealismo adolescente y el romanticismo popular que lo guían, no representan valor alguno para conducir hacia la prosperidad a un país. Su presencia, cuando menos, es una comedia peligrosa. Está como perdido en el limbo de sus propias ideas fijas, y vive en una suerte de masturbación que, en soledad, se nutre de sus propias fantasías fáciles. Chávez, convencido de que sus ideas contorsionistas salvarán a la población por arte de improvisación y magia, “sueña” con transformar a un país como en su tiempo otros políticos nefastos de manera similarmente ilusoria lo soñaron (Castro, Mao, Gaddafi, Hitler, Mussolini). La diferencia es que Chávez, deslumbrado en su propio delirio, no se da cuenta que llegó demasiado tarde a una Historia Universal que lo vomita de vuelta.

A Chávez se le endosan rasgos infamantes como el de ser maniqueísta y comunista. ¿Por qué? Porque su voluntad es divisionista y su espíritu político abiertamente maoísta. Realmente, por más romanticón que sea su carácter, lo antojadizo y maniqueo de su proceder político es lo que lo define y acusa.

Otro problema ideológico básico que manifiesta Chávez es su revoltijo filosófico. Basta escuchar sus constantes menciones de Nietzsche en lo cuales exhuma una ignorancia histórica tal, que asusta; no debe tener idea de lo que este poeta prusiano represento para Alemania, porque si la tiene, en verdad, Chávez encarna una auténtica abominación política.

Para concluir en la interpretación de Chávez, hay que señalar que es un presidente que se masturba frente al espejo y delira. Sus fantasías lo transportan y proyectan hacia esa ficción de altar que promete la historia. Una mano dura estimula su proyecto. Lamentablemente, el goce, a solas, desparrama el licor seminal en la Nada.

Eso es Chávez: el goce solitario de un maoísta romanticón que siembra en la Nada…

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