Opinión Nacional

Irresponsabilidad pública

A mediados de 1998, en plena carrera por la presidencia de la república de Venezuela, Carlos Alberto Montaner, ese gran periodista y ensayista cubano, escribió un artículo llamado “El caudillo carapintada”. La democracia cibernética ha permitido que su contenido se haya hecho famoso y popular, posiblemente ante la sorpresa del propio columnista, polémico y apasionado como sólo puede serlo un cubano en el exilio, pero perfectamente consciente de la impopularidad que acarrea escribir a redropelo de las querencias de las multitudes.

Pues el personaje maravillosamente retratado por Montaner uniendo dos momentos de la vida política Latinoamérica: el caudillo de montoneras y el golpista mecanizado, contaba entonces con una aceptación popular desconocida en el país desde hacía algunos años. El caudillo carapintada que provocara las tribulaciones imaginarias y anticipatorias del agudo Montaner se hallaba sobre la cresta de la ola y surfeaba en las encuestas con una premonición de arrase. Meses después obtendría tantos votos como los que en sus momentos estelares obtuvieran expertos y tradicionales políticos del establecimiento como Carlos Andrés Pérez y Jaime Lusinchi, y un año después de ser electo aún disfrutaba de una popularidad cercana al 80%, porcentaje de popularidad absolutamente inédito en la historia nacional. Hablamos, naturalmente, de Hugo Rafael Chávez Frías.

Con la polémica agudeza que le es propia, Montaner anticipaba el futuro que le esperaba a Venezuela con una capacidad premonitoria sólo posible en quien lleva más de cuarenta años sufriendo de la peste del antecesor histórico de nuestro caudillo carapintada, el inefable Fidel Castro. Lo cual tampoco era una novedad para muchísimos de nosotros, los venezolanos que asistimos con verdadero horror al carnaval de dislates en que cayera el país desde ese terrible y espantoso 27 de Febrero de 1989, cuando sucesos absolutamente repudiables y que debieran haber provocado vergüenza y condena fueran divinizados por la turbulenta inconsciencia de quienes esperaban al acecho, para hacerse con el Poder y convertir en realidad las tenebrosas premoniciones de Carlos Alberto Montaner.

Lo que después de ese ominoso 27 de Febrero aconteció en el país debiera quedar grabado a fuego en la memoria de varias generaciones, como admonición de lo que una sociedad civilizada jamás debe permitirse, so riesgo de caer en el abismo en que nos encontramos. Pues los males que hoy nos azotan fueron cuidadosamente sembrados durante esos años canibalescos y delirantes, durante los cuales las mejores conciencias del país, desde sus más cultos y enciclopédicos notables como Arturo Uslar Pietri o Juan Liscano hasta seudo Catones sedientos de ascenso social y político como Rafael Caldera, Ramón Escobar Salom y José Vicente Rangel, hicieron cuanto estuvo a su alcance por liquidar la frágil institucionalidad que ellos mismos contribuyeran a fundar y a hundir en el fango y en el descrédito a todos aquellos con los que un pasado de ofensas había dejaba un presente de rencores y venganzas.

Fueron los años del destape, cuando empresarios mediáticos, periodistas y comunicadores hicieron su agosto pisoteando lo poco de estabilidad que dos siglos de turbulencias permitieran. Y es tan grave el mal de la desmemoria nacional, tan honda la irresponsabilidad pública que nos aqueja, que uno de los principales actores mediáticos de ese pasado ominoso, un “entertainer” chavista de la primera hora y golpista auto confeso, ha leído hace unos días con una solemnidad virginal el escalofriante artículo de Montaner. Hoy, cuando dejó el capricho pro chavista y abraza el capricho anti chavista. Como si él mismo, cuando dicho artículo fuera publicado, no hubiera estado comprometido hasta el cuello con la maldad que contribuyera a angelizar y entronizar.

Así, con esta facilidad camaleónica para abrazar causas absolutamente antagónicas, no construiremos un país auténticamente democrático. Quienes creen que la democracia es un producto “rating” al que se le puede sacar partido comercial armando algazaras televisas o telenovelas exitosas a favor del golpismo cuando está en alza y a condenarlo desaforadamente cuando ha mostrado su verdad y está en desgracia no hacen más que engordar la pesada carga de irresponsabilidad pública que nos aqueja.

Ojalá aprendan de esta terrible pesadilla. A no ser que ya estén afilando sus colmillos para caerle a dentelladas a quien la historia le entregue la difícil tarea de hacer gobierno y enmendarle el rumbo a una sociedad más bien floja en responsabilidad colectiva. Que el canibalismo de la estulticia no tiene cura. El tiempo dirá su última palabra.

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