Opinión Nacional

Jaime Requena: Tenemos veinticinco mil investigadores exilados

Jaime Requena es biólogo de la UCV, doctor en Cambridge. Ha sido investigador del Ivic y de Idea. Miembro de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales. Además, y es lo que es relevante en esta entrevista, especialista en cientometría o metaciencia, valga decir, el estudio de los números, el financiamiento, las políticas, los resultados, la pertinencia del hacer científico y tecnológico. Nadie como él ha hecho el seguimiento crítico de esta actividad básica en el país, sobre todo divulgada urbi et orbe, en su columna de TalCual, una vez que fue víctima de los mayores atropellos y armado de su valioso bagaje para ese complejo proceso quirúrgico.

­Píntanos un mapa para ubicar territorio tan vasto y variopinto. 

­Solemos hablar en ciencia de desarrollos lentos y acelerados. Hay países que tienen milenios haciendo ciencia, o aquello que la precede, con ritmos diferentes. Pero hay fenómenos deslumbrantes en que en décadas dan un salto gigantesco. Los Estados Unidos de mediados del siglo pasado apenas tenían una dispersa y pequeña actividad científica, nada institucionalizada, y de repente en tres decenios se pusieron a la altura de los grandes líderes científicos que eran Alemania e Inglaterra, Francia en medicina.  Japón es otro buen ejemplo, aunque menos fulminante, pero a comienzos del siglo XX prácticamente no tenían ciencia y mira dónde llegaron.

Bueno, Venezuela a partir de los años cincuenta, en que habría una docena de investigadores en sentido estricto, se ha producido un crecimiento acelerado y apabullante. Ya en los noventa había una investigación cualitativamente a nivel de Argentina o Brasil y cuantitativamente, relativamente superior a la de cualquier país de América Latina. A comienzos de los cincuenta apenas pasaban de diez los doctores, llegamos a tener cinco mil a fines de milenio. La Fundación Ayacucho produjo treinta mil magisters. En el censo científico de 1983 teníamos 1.680 investigadores en constatable producción. Casi todos con importantes estadías en los mejores centros del exterior. La mayoría de ellos en las universidades autónomas. La investigación petrolera, nada menos, era escasísima en el país, reducida a unos cuantos investigadores en la UCV, LUZ y el Ivic, básicamente químicos. Entonces surgió Intevep, uno de los centros de investigación petrolera más importantes del planeta, capaz de competir con los de las grandes transnacionales petroleras. En el año 82 Venezuela pudo presentar en Viena, en un encuentro trascendental sobre la energía, patrocinado por la ONU, más de 82 patentes, una cifra notable. En fin, todos estos datos sólo son posibles porque teníamos una ciencia institucionalizada, en red, seguida por el Conicit, con productos constatables.

­¿Entonces llegó la lógica de las charreteras? 

­Sí, tenemos, ahora, una tendencia contraria, un deterioro acelerado. Yo he calculado que anualmente nuestra ciencia y tecnología descienden hoy en un 10%. Al principio hubo una cierta esperanza con el nacimiento del ministerio, parecía una dignificación del sector. A la larga ha sido un fracaso. Primero porque no se ha construido nada en diez años, la infraestructura es la misma. Por ahí el Presidente inventa de vez en cuando que hay un laboratorio de no sé qué, el cual desaparece por un acto de magia o pasa a la más rígida clandestinidad. Antes, en la otra era geológica, tú presentabas tus proyectos ante el Conicit y te juzgaban colegas, pares, gente que podía valorar adecuadamente la proposición. Ahora el ministerio juzga burocráticamente, vaya usted a saber con qué criterios. Luego el financiamiento ha disminuido, con una variante de la cual hablaré después. En el 2005 se armó otro revuelo con la tal Misión Ciencia, a la cual se dotó de 600 millones que vaya a saber usted a dónde fueron a parar. Fue tan decepcionante que el año siguiente le rebajaron el presupuesto a 300. Hoy está en el cementerio de las iniciativas inútiles del gobierno, que son legión. Hay un documento que a mí me parece muy significativo que es un artículo reciente, dirigido a Chávez, de Rigobero Lanz , uno de los padres de la creatura, donde reconoce el fracaso de la misión y lo exhorta a repensar todo el mundo científico.

­Luego vino la LOCTI


­Sí, es a lo que me quería referir. Un dispositivo legal como ese es un viejo requerimiento de los investigadores, yo diría que el año 1976 ya se había formulado esa inquietud. En el 2004 Carlos Genatios la incluyó como una reforma de la Ley de la Ciencia. Según esa disposición las empresas privadas tienen que pagar un 0,5% de su entrada bruta, una vez pasado cierto umbral anual. Quiero recordar que Venezuela es uno de los muy pocos países del mundo en que la actividad científica y tecnológica está pagada en su casi totalidad por el Estado. En Estados Unidos más del 70% está a cargo de las empresas privadas, naturalmente motivadas por las mejoras que pueden lograr en su producción. El Estado se reserva la investigación básica y la defensa o proyectos como la Nasa, el espacio.

Pero la Locti tiene muchos defectos. En principio no contiene mecanismos de seguimiento y regulación, en ese sentido es extremadamente laxa. Luego es un impuesto progresivo que hace, por ejemplo, que el productor de leche tenga que pagarlo, pero también el que hace quesos con esa leche y el distribuidor de éstos y el que los vende en la cadena de supermercados.

Eso da una cifra desmesurada, gigantesca, algo así como el 3% del producto interno bruto PIB, lo que es una barbaridad. Países como los escandinavos o los dragones asiáticos no llegan a ella. O el presupuesto nacional apenas alcanza al 0,4%. Pero esa abundancia lo único que ha producido es que Chávez se llene la boca diciendo que somos uno de los países que más invierten en ciencia en el planeta.

­¿Y cómo se evapora ese platal? 

­Primero el Estado reduce cada vez más sus aportes ya que otros lo dan. Y las compañías que pueden administrar, casi sin regulación, esos impuestos los dedican a cosas muy distintas a la investigación, incluso la que podría optimizar su producción. Hacen cosas como cursos para adiestrar su personal o comprar equipos que supuestamente representan adelantos tecnológicos de la empresa. Tanto que algunos piensan hoy que lo más conveniente, a pesar de los pesares, es que ese impuesto vaya directamente al ministerio y éste lo administre.

­¿Cuántos científicos tenemos hoy? 

­Yo diría que 1.700, trescientos menos que el año pasado. El gobierno, con un criterio más distendido, tiene en el PPI 6.800 investigadores, 33% dedicados a las ciencias sociales. Como en casi todo lo que suele hacer el régimen no se conocen exhaustivamente ni los criterios, seguramente politiqueros en más de un caso, ni la producción de cada investigador, que debería ser tangible al menos con un trabajo escrito anual y medido con los parámetros internacionales. El 30% de esos investigadores son biólogos y químicos.

­¿Cómo se concibe la relación, siempre difícil, entre ciencia y técnica? 

­Desde sus inicios la actividad investigativa venezolana usó un criterio muy simplista y, en definitiva, dañino: comenzar por las ciencias básicas, las cuales generarían espontáneamente ciencia aplicada, tecnología, que algún día llegaría a las mejoras de la producción privada y las políticas públicas. Pero, sobre todo, alejó la investigación tecnológica de la industria que es su lugar natural. La relación producción/mejoras tecnológicas es más importante y fecunda que la relación de la técnica, por naturaleza práctica y puntual, con la ciencia llamada pura. Ese problema no lo hemos resuelto todavía y es uno de los grandes impedimentos para desarrollar el área.

­¿No hay empresas, las mayores, que sientan la necesidad de ese vínculo? 

­Muy poco. Yo no sé si la orimulsión es la mejor solución actual al petróleo pesado, pero sí fue un gran estímulo y orgullo para las universidades autónomas e Intevep, por el hecho de que se sintieron capacitados para encarar un complejísimo problema macro y ofrecer una solución válida y económicamente viable. O la harina Pan, hecha por Polar. Pero son casos aislados. No hay una sola empresa que tenga un laboratorio respetable de investigación tecnológica. Y ese nexo es realmente flagrante. Basta mirar los países desarrollados.

­¿Cómo ha afectado la ciencia el exilio voluntario, las más de las veces, de nuestros científicos? 

­Muchísimo. En Estados Unidos, donde se pueden consultar datas muy confiables, hay 9.000 científicos venezolanos, de los cuales 92% está en la industria privada y 8% en la academia. Yo diría que hay otro tanto en Europa y un equivalente en el resto del mundo. Estamos hablando de 25.000 cerebros bien entrenados. Recuerda que nosotros censamos en Venezuela menos de 2.000. En la mayoría de los casos se debe a que no hay puestos de trabajo, en otros que investigadores avezados no encuentran las condiciones mínimas para poder trabajar: laboratorios, financiamiento…

­¿Y los estudios universitarios nacionales de ciencias? 

­En los años 90 había 5.000 estudiantes en las Facultades de ciencias, hoy hay 3.000, la mayoría dedicados a la cibernética. Las Facultades de medicina han tenido que cerrar postgrados que antes estaban abarrotados, las becas al exterior son muy escasas. Es natural, ¿a dónde van a parar esos egresados con universidades ahogadas económicamente, institutos estancados, empresas privadas automarginadas, dificultades para autoexportarse?

­¿Está muy politizado el medio científico? 

­Menos de lo que se cree. Cómo van a sustituir un personal tan especializado.  Fíjate, nosotros hicimos un estudio, lo más objetivo posible, y nos dio que menos del 10% eran chavistas manifiestos, 44% de alguna manera se habían evidenciado como opositores, para ello nos fueron de gran ayuda cosas como la lista Maisanta.  El resto permanece en silencio, al fin y al cabo muchos trabajan para el Estado o tienen algún vínculo financiero con éste.

Digamos que ha sido una represión selectiva y minoritaria. Claro, salvo el horror de Pdvsa, un tercio de sus cuadros mejor entrenados está fuera e Intevep que fue arrasado y a lo mejor está en trance de desaparecer.

­Tú has llamada Copperfield al actual ministro Meléndez… 

­Sí, porque como el asombroso mago ha hecho absolutamente invisible el mundo de la ciencia y la tecnología. Ya nadie sabe qué se está haciendo, qué se proyecta, cuánto dinero hay, si es el cerebro de Chávez el que elucubra políticas científicas y se las dicta… Es una proeza de la más refinada especie circense.

­¿Renaceremos científicamente? 

­Seguro, tenemos una tradición y muchas reservas.

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