Opinión Nacional

Juan Vicente González (1810-1866). Humanista y Romántico Apasionado

Nadie sabe con certeza la fecha de su nacimiento. Puede haber sido en 1808 o en 1809, pero alguien prefirió fijarla en el vigésimo octavo día del mes de mayo, día en los que en esos tiempos la iglesia católica celebraba a San Germán de París, San Guillermo de Gelona, Santa Helicónides, Santa Ubaldesca y otros santos que nadie recuerda. Sin embargo, fue bautizado como Juan Vicente, quizá por decisión del español Francisco González Delgado, en cuya casa apareció un buen día. No es imposible que el señor González, que en tiempos de la independencia fue un realista irreductible, haya sido en realidad su padre, pero eso es algo que jamás se sabrá. Podría –y hay elementos para suponerlo– haber sido hijo de algún mantuano importante, emparentado con los Bolívar y Palacios, de los que causaron la separación de Venezuela de España. También podría ser hijo de algún sacerdote pecador, o de algún comerciante canario. Sus primeros estudios los hizo con el sacerdote José Alberto Espinoza, y gracias a los cambios que se produjeron en Caracas y en Venezuela durante su infancia y juventud, pudo ingresar a la Universidad de Caracas y graduarse de Licenciado en Humanidades, algo que apenas diez años antes habría sido inimaginable. Sobre su oscuro origen escribió: “Una mujer de pueblo formó mis entrañas”, pero agregó: “y una mujer que amaba al pobre, que era la compañera del que sufría, cuidó mis primeros pasos”. Se refería a Josefa Palacios y Obelmejía, parienta cercana de Bolívar y esposa de Pedro de la Vega y Mendoza, que fue asesinado por Rosete en Ocumare del Tuy, en los primeros años de la guerra de independencia (1814), y en cuya casa terminó estableciéndose el niño expósito antes de los cuatro años y prácticamente se crió, razón por la cual se ha afirmado que sería hijo de don Pedro, antepasado directo de los Vegas (Martín Vegas, Rafael Vegas, Luisa Amalia Vegas, etcétera). Lo que no tendría nada de extraño, vista su notable inteligencia y su vocación por la docencia. A los diecisiete años pudo ver en persona a Simón Bolívar, cuando el Libertador estuvo por última vez en su ciudad natal y visitó la Universidad en donde el joven Juan Vicente estudiaba. Fue algo que quedó grabado en su memoria y a lo que le dio mucha importancia en el transcurso de su vida.

Era un hombre alto, grueso, desmañado, descuidado en el vestir y sumamente enfático en sus opiniones, que le ganaron numerosas enemistades. Lisandro Alvarado lo describió así: “En los retratos que de él se conservan aparece feo, afeitada su barba, du cráneo al parecer dolicocéfalo. Glotón, desaliñado en sus modales, voz delgada y desapacible. Con una estatura procerosa, bien de torso algo encorvado y abultado vientre, veíasele atravesar las calles apoyado en un grueso bastón y sin revelar mucha pulcritud en su vestido. Olvidadas hoy las escenas ridículas a las que le condujeron sus enemistades políticas y personales, bastan a adivinarle y a comprenderle sus escritos: zafio para zaherir, exquisito para elogiar, fatigando a sus enemigos con una ironía destemplada, alentando a los suyos con entusiastas ditirambos. En caso de necesidad llenaba todas las columnas de su periódico sin colaboración y con producciones apasionadas, y a veces salvajes por el nervio y la vigorosa entonación, por el descuido y la cólera que las animaban. Contrariadas por otra parte sus ideas, ni reparaba en si era amigo o enemigo el objeto de su censura, ni en si era poderoso el enemigo.” Fundó varios periódicos, entre ellos “El Venezolano», “El Diario de la tarde” y “El Heraldo” y se distinguió como editorialista y polemista que entabló debates apasionados con liberales notables, como Felipe Larrazábal, Estanislao Rendón, Guillermo Tell Villegas, Tomás Lander, Rafael Arvelo y otros. Fue masón, pero, curiosamente, nada dado a opiniones medianamente progresistas. En 1838, año en el que el general Carlos Soublette fue acusado de “traidor” por llamar a Simón Bolívar “padre de la Patria”, Juan Vicente González se casó con Josefa Rodil y se dedicó a tiempo completo a la enseñanza en diferentes establecimientos de su ciudad natal. Once años después fundó su propio colegio, al que le puso el extraño nombre de “El Salvador del Mundo”. Previamente había sido designado diputado por Caracas, y como tal vivió el famoso atentado contra el congreso, que tuvo lugar el 23 de enero de 1848, cuando un grupo importante de parlamentarios había acordado que trasladarían las sesiones a Puerto Cabello, para poner el parlamento a salvo de interferencias del gobierno, y que declararían con lugar la solicitud de enjuiciar al Presidente Monagas con miras a su destitución. Los diputados resolvieron crear una Guardia del Congreso, con armas y facultades para defender la corporación y garantizarle la seguridad, y comisionaron para ello al general Guillermo Smith. La noche del 23 al 24 de enero de 1848 más de doscientos jóvenes, todos hijos de conservadores, formaron un pequeño ejército en el viejo convento de San Francisco y tomaron posiciones defensivas, como preparándose a una guerra larga. Casi de inmediato empezaron a formarse milicias gubernamentales en Caracas y en los pueblos vecinos, y se fueron ubicando en las calles cercanas a San Francisco y en las afueras de la ciudad. En la mañana del 24 de febrero una multitud tensa, que según los testigos sería de unas mil personas, se había reunido en la plazoleta de San Francisco, y los Diputados se reunieron en el segundo piso, en donde una barra, casi íntegramente formada por conservadores, especialmente los que habían sido retirados de la Guardia (que en su casi totalidad seguían armados), animaba a los diputados y manifestaba su rechazo al gobierno de Monagas. A las dos y media de la tarde se presentó el Ministro de Interior y Justicia, Tomás José Sanavria, acompañado por sus hijos Francisco y Martín José (el futuro redactor del Decreto de Instrucción Pública y Obligatoria, promulgado el 27 de junio de 1870 por el gobierno de Guzmán Blanco) y un hijo del Presidente Monagas, a presentar el Mensaje Anual, correspondiente a 1823, del Ejecutivo Nacional. Cuando se disponía a retirarse para entregar el documento en el Senado, el Vicepresidente de la Cámara, diputado José María de Rojas Ramos, pidió que no se le diera permiso a Sanavria para retirarse, sino que se citara a otros dos ministros. Se discute si lo hizo para buscar mayor seguridad o como parte una maniobra, y hasta se dijo entonces que se había acercado al Ministro con un puñal; en todo caso, algunos de los ocupantes de la barra gritaron que el Ministro había sido arrestado y esa fue la noticia que llegó a la Casa Amarilla, que entonces era sede del Gobierno. Los conservadores, entre ellos González, estaban convencidos de que el Gobierno disolvería en Congreso y los liberales de que el Congreso haría cualquier cosa contra el Presidente. Se dice que una simple discusión inició todo, la Guardia del Congreso atacó a la multitud y la multitud apedreó al Congreso, cuyos integrantes se dispersaron y muchos de ellos huyeron por los tejados. La acción fue afuera, no dentro del Congreso, y hubo relativamente pocos disparos. Siete u ocho personas murieron, cinco o seis de ellas en la calle y dos en los patios del convento. Los diputados José Antonio Salas, Francisco Argote y Juan García cayeron en el acto, dos de ellos apuñalados y el otro de un balazo. También murieron allí el sastre Juan Maldonado, Pedro Pablo Azpúrua, que era uno de los jóvenes conservadores Guardias del Congreso y Miguel Riverol, miliciano. Santos Michelena, uno de los grandes valores de nuestra patria, quedó herido de muerte por arma blanca y fue llevado a la Legación Británica, en donde expiró el 12 de marzo. Las milicias gubernamentales lograron imponer el orden y protegieron al propio general Smith, así como a Juan Vicente González y a José María de Rojas Ramos, dominicano de nación y uno de los diputados que optó por refugiarse en legaciones extranjeras por temor a las posibles represalias del gobierno, represalias que no se produjeron. El propio Presidente Monagas visitó a algunos de ellos para convencerlos de que volvieran a reunirse para mantener el hilo constitucional, entre ellos a Rojas Ramos, a quien acompañó a salir de la Legación Británica. Dos dichos han quedado para la Historia, a partir de esos sucesos: uno, que hace pensar que Monagas debe haber apelado a todo tipo de recursos para lograr que los diputados regresaran a sus puestos, y es el mensaje que le mandó Fermín Toro y que parece inventado para que se escribiera en textos patrios y no para que se le repitiera a otro ser humano; me refiero al dramático “Decidle al General Monagas que mi cadáver lo llevarán, pero que Fermín Toro no se prostituye;” y el otro es el del propio Presidente Monagas, cuando, pasada la tormenta, dejó escapar aquello de “La Constitución sirve para todo,” que puede ser interpretado de mil maneras.

Aunque no fue paecista, tampoco quiso González participar en las revoluciones que apartaron a Páez del poder, ni mucho menos en la Guerra Federal. Se opuso con especial vehemencia a los regímenes de fuerza, lo que valió más de un carcelazo. En 1861 estuvo a punto de ser deportado del país, pero las gestiones de Pedro Gual lo salvaron. Aun así, fue encerrado en una mazmorra en La Guaira, en donde escribió su obra “Eco de las Bóvedas”, en la que con gran pasión pinta cuadros terribles de la realidad de su tiempo. Igualmente fue opositor firme a la dictadura del General Páez, que precedió el inicio de la Guerra Federal. Páez lo encarceló por tres meses, y solo recuperó la libertad tras gestiones de los masones. Poco después fue encerrado de nuevo por Páez, período en el que escribió, prácticamente de memoria, su “Manual de Historia Universal».

Quizá por ser el mariscal Juan Crisóstomo Falcón alto jefe de la masonería, González no le hizo una oposición fuerte, aunque más de una vez lo atacó desde su tribuna periodística. Tiempo después escribiría una biografía de Falcón, que ya había muerto. También escribió una muy buena biografía de José Félix Ribas. Quizá sus trabajos más apreciados fueron las “Mesenianas”, que son elegías en prosa. Publicó también numerosos poemas que se inscriben dentro de la corriente romántica de su tiempo. Entre ellos se destaca un soneto dedicado a la memoria de Simón Bolívar. Al morir dejó inconclusa una “Historia del Poder Civil». Tampoco pudo completar su proyecto de escribir las biografías de los venezolanos y grancolombianos más ilustres desde la Colonia hasta sus días. Apenas publicó las biografías de José Manuel Alegría (1856), José Cecilio Ávila (1858), Martín Tovar Ponce (s/f), y la de José Félix Ribas (s/f), que es la más importante de todas. En 1835 publicó sus “Catilinarias” o “Epístolas Catalinarias sobre el 8 de julio”, en contra del caudillismo, y en 1841 editó un “Compendio de Gramática castellana”, un año después, a raíz del traslado de los restos de Bolívar a Caracas, dio a conocer su poema “Mis Exequias a Bolívar” y en 1843 “Elementos de ortología castellana.”

En 1851 editó en Caracas el “Análisis ideológico de los tiempos de la Conjugación castellana de Andrés Bello con notas explicativas de J.V. González.” Y el mismo año tradujo del latín el “Arte poética de Horacio.” Al año siguiente (1852) produjo un “Curso de literatura española,” precedido de un ensayo sobre la literatura de la Edad Media. De 1854 es “El baile en Caracas,” sátira en verso, y de 1855 es “Elementos de la Gramática latina,” traducción del francés. En 1863 publicó, por entregas la segunda parte de su Historia Universal. Dos años más tarde (1865) fundó la “Revista Literaria”, que sería su última gran aventura en el campo de las letras. Y en cualquier otro campo. A pesar de su notable combatividad, cuando murió, el 1° de octubre de 1866, era universalmente respetado, y nadie dudaba de su honradez y su rectitud, que obligaban hasta a sus más encarnizados enemigos a respetarlo.

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