Opinión Nacional

Juegos de guerra

. Declaraciones altisonantes, armamentismo y maniobras militares son piezas de un juego peligroso. En los tiempos que corren estar avecindados no significa ser siameses. La cohetería transcontinental es sonda apocalíptica que nos hizo vecinos distantes y amenaza la existencia de la “aldea global”. Las vecindades, en ocasiones resultan incómodas hasta en la cama. Es la confrontación de interese. Unas concluyen en recíproca destrucción, otras pueden drenar en retozos amatorios. Lo rigurosamente cierto es que son de alta peligrosidad. Explosivas. En ambos casos, el gobernante debe ser en extremo cauteloso.

El Siglo XXI recibió una herencia plena de horrores. La guerra. En épocas más que preteridas casi olvidadas, el sobrevivir un conflicto armado guardaba correspondencia con la posibilidad de matar o morir, persona a persona. En la actualidad, sin pedir opinión a la ciudadanía (siempre fue así) la ignorancia empoderada nos asoma a la posibilidad de enfrentamientos bélicos de gran intensidad. Valga decir: a la guerra nuclear. Por ahí le ha dado, en su gigantesca irresponsabilidad, al Comandante Bellaco en Jefe que posa su cancerosa humanidad en el solio presidencial.

Imagina los cohetes transcontinentales volando por nuestro cielo rumbo a la destrucción del imperio. Ninguno caerá en nuestro territorio. Ni siquiera el más leve olor a pólvora nos molestará. El tipo, en su obnubilación, nos está llevando al centro de una conflagración en la cual el único interesado es él, porque las “focas” se limitan a aplaudir sus discursos, pero listas para someterlo cuando llegue la hora de la verdad. Saben que en medio de semejante locura alguna ojiva podría caer sobre nosotros y acabar con lo poco que queda.

La obnubilación es la desmesura elevada a potencias infinitas. En ese torbellino está atrapado el locatario de Miraflores. Hunde el país en una horrura de miseria, semejante a la dejada por la Guerra Federal. Con inconsciencia propia de “iluminados” firma convenios que traducen compromisos de guerra. Es el capítulo de la publicitada “solidaridad comunista ante las agresiones del imperio”.

El recalentamiento imaginativo del Bellaco en Jefe, tiene origen en el corto tiempo disponible para levantarse del sillón presidencial. De allí la bulla y desbarros. Pretende contagiar con su miedo, miedo incurable, a los venezolanos firmes en la determinación de expulsarlo del gobierno y, de esa manera, cohesionarnos en torno suyo. Pero de darse la locura, a la inmolación marcharía en soledad. Los venezolanos, históricamente guerreros por buenas causas, lo veríamos con arreo militar, portando apresto para la guerra, como sombra de malos augurios que desvanece en la inmensidad de la paz.

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