Opinión Nacional

La aniquilación del adversario

Un hecho característico de nuestra historia ha sido la aniquilación del adversario por parte de quienes, al tomar el poder, pretenden adelantar un cambio drástico en la rutina política del país. De esa manera se procuran dos objetivos básicos: hegemonía absoluta y ausencia de oposición, por lo menos mientras logran consolidarse en el poder.

En 1830, José Antonio Páez y quienes lo acompañaron en el proyecto de creación de la República, sancionaron en el Congreso de Valencia la expulsión del territorio y la inhabilitación política de Bolívar y los suyos. No había lugar para el pluralismo ni la convivencia políticas, el proyecto debía construirse sin la presencia de los bolivarianos.

Unos años más tarde, Páez y los conservadores obtuvieron una dosis de su misma medicina. Con el triunfo de la Guerra Federal y el ascenso político de los liberales, hubo una determinación política: debía acabarse con los godos hasta como núcleo social. Y, en efecto, las armas federales hicieron desaparecer a los godos para siempre de la escena política venezolana.

Los liberales, cuando concluyó el siglo, fueron víctimas del mismo procedimiento, en este caso por obra y gracia de la «Revolución Restauradora». Cipriano Castro al ingresar a Caracas se ocupó de liquidar política y militarmente al liberalismo amarillo. No quedó rastro de ellos.

En 1945, casi medio siglo más tarde, la Junta Revolucionaria de Gobierno, dispuso la aniquilación de los residuos políticos del gomecismo. Los tribunales de responsabilidad civil y administrativa fueron el instrumento que inhabilitó y excluyó de la política a gomecistas, lopecistas y medinistas.

Hoy nos enfrentamos a un episodio similar. Por primera vez desde 1958 Acción Democrática y Copei están ausentes del tarjetón electoral. Sin embargo, la diferencia con épocas pretéritas radica en que no han sido las armas, ni la imposición de medidas de arbitrarias lo que ha determinado su exterminio, tal como en su momento lo ejecutaron Páez, Guzmán Castro y Betancourt, sino la incapacidad de ambos partidos para sostenerse como opción política para la sociedad venezolana.

La clara, contundente y peligrosa hegemonía de Chávez no la ha alcanzado a partir de un acto de imposición violenta sino a través de recurrentes consultas electorales en las cuales ha salido victorioso.

No parece, pues, que pueda obtener mayores resultados una oposición empeñada en desconocer la realidad y en no querer aceptar la fortaleza y exitoso desempeño político del fenómeno que aspira enfrentar.

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