Opinión Nacional

La batalla de Caracas

Hay solidaridades que matan. Sobre todo cuando descuidan la esencia de nuestros problemas e improvisan salidas al paso que no hacen más que atascarlas. Lo cual, si en tiempos normales nos llevaron de mal en peor, ni nos imaginemos adónde nos están llevando hoy. ¿O nos olvidaremos de las solidaridades automáticas que nos llevaran a callar ante situaciones absolutamente intolerables, como la presidencia de Blanca Ibáñez? No exagero si considero que en gran medida hemos llegado a este abismo por esa maldita costumbre de la solidaridad automática. ¿O que otra cosa fue el comportamiento de los generales institucionalistas con los coroneles golpistas, sino una repugnante solidaridad automática, así se la enmascarara cuidadosamente tras el espíritu de concordia de un cuerpo ya entonces podrido hasta el tuétano? ¿Qué otra cosa fue el odioso comportamiento de Rafael Caldera el 4F, si no una solidaridad automática “con los pobres incapaces de defender esta democracia”? Hipocresía automática.

Es el peso de la irresponsabilidad, el inmediatismo, la improvisación y la falta de coraje y grandeza que nos arrastra por estos suburbios de la inmundicia castrista. Podríamos escribir una enciclopedia de las solidaridades automáticas que nos han arrastrado al abismo. Pero por ahora sólo nos interesa destacar la última de nuestras solidaridades automáticas que nos puede costar una década de sufrimientos: no haber priorizado la lucha por la reconquista del Municipio Libertador aunando todas nuestras voluntades tras quien pudiera representar el futuro venezolano de la manera más digna, más ejemplar, más adecuada.

Que Ismael García, por cierto: un consecuente y tenaz luchador, en cualquiera de los bandos en que se encuentre, no era esa figura lo sabían todos los involucrados. Desde el partido que cambalacheó sus aspiraciones en el feudo ismaelista echando a rodar su nombre, hasta la alianza opositora que manejó la situación en aras de esa lamentable y patética solidaridad automática. Como el autómata solidario siempre anda alcanzado de tiempo y nunca encuentra un respiro para pensar a fondo y luego decidir con la mayor racionalidad sus acciones, todos terminamos montados en el carro de la solidaridad automática.

Allí están los resultados. Se perdió Libertador. Y debido al ingente esfuerzo en medios que le arrancó a la campaña y al obligatorio amarre con nuestra más importante figura, se estuvo a un tris de perder la Metropolitana. Puesto que por esa presión irracional de la solidaridad automática, nuestro mejor candidato, nuestro mejor político y nuestra mejor carta a futuro – Antonio Ledezma – se vio puesto contra las cuerdas por un advenedizo carente de los más elementales atributos como para ser algo más que un propagandista del régimen.

No es cuestión de nombres más, nombres menos. Ni el momento para reivindicar a quienes no tienen los merecimientos. Pero sí es el momento para demandar más seriedad, más sentido de la oportunidad histórica, más grandeza a un liderazgo que sigue procediendo como si estuviéramos en las ligas menores. Llegó la hora de la verdad.

Sres.: con los Castro no se juega.

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