Opinión Nacional

La civilización del amor

En un foro reciente que concedió a este mismo diario, Arturo Sosa resolvió incluirme junto a Claudio Fermín entre los representantes del pensamiento liberal en Venezuela. Sé que no hubo malicia en su afirmación, pero ella me sirve de pretexto para reiterar mi compromiso ideológico social cristiano, demócrata cristiano y Humanista Cristiano. No me considero liberal, a pesar del respeto que me merecen los grandes aportes que el liberalismo ha hecho a la sociedad contemporánea, especialmente en el campo de los derechos humanos.

Pienso que el Humanismo Cristiano tiene hoy más vigencia que nunca en el mundo entero, y particularmente en países en vías de desarrollo como Venezuela. El liberalismo, y particularmente el capitalismo como su expresión económica, puede ser una técnica eficiente para producir riquezas, pero nunca será, ni él mismo se lo ha propuesto, una respuesta integral a los problemas que plantea la condición humana y el destino mismo del hombre.

Estamos viviendo tiempos de cambios asombrosos y veloces, de tal manera que alguien ha dicho que durante el último medio siglo la Humanidad ha prosperado más que en todos los tiempos anteriores. Nunca antes, en tan corto tiempo, el hombre avanzó tanto en el cumplimiento del mandato bíblico de dominar la creación y enseñorearse de ella. Sin embargo, al mismo tiempo debemos contemplar el hecho de que más de mil cien millones de personas viven en la pobreza y que la distribución de la riqueza que se produce en el mundo sigue siendo muy desigual, al punto que según el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD, los mil millones de personas más ricas tienen ingresos 60 veces superiores a los mil millones de personas más pobres.

Frente a todos estos cambios y nuevas realidades yo sostengo que los principios, valores e ideas del Humanismo Cristiano alcanzan una innegable actualidad y que, igualmente, el ideal histórico de una nueva cristiandad al que nos invitó Maritain tiene hoy una profunda significación. Pienso que la doctrina demócrata cristiana representa y aporta las orientaciones más acordes a la dignidad humana para encarar positivamente las realidades del mundo actual y resolver satisfactoriamente los problemas de las sociedades modernas.

La Democracia Cristiana, en nombre de la dignidad humana y a partir de una concepción muy elevada de la persona, proclama la necesidad de conciliar la libertad con la Justicia, y sostiene, conforme a la enseñanza del magisterio de la Iglesia, que el derecho de propiedad debe ser condicionado por el destino natural de los bienes al servicio de todos los hombres.

No cabe duda que las economías de mercado demostraron mayor eficiencia que las economías estatizadas. Pero no fue en defensa del mercado ni de la eficiencia económica que los pueblos oprimidos por dictaduras comunistas se levantaron en su contra; fue en demanda de libertad y en defensa de la dignidad humana. La caída del Muro de Berlín simboliza, sobre todo, el triunfo de la libertad contra la tiranía y no la victoria del mercado sobre el Estado.

Tampoco la lucha mundial contra el comunismo se dio en nombre del mercado, sino en nombre de la libertad y de la dignidad humanas. Solyenitzin y todos los demás grandes escritores perseguidos en la Unión Soviética, no centraron sus críticas en la ineficiencia económica del comunismo, sino en los horrores de la tiranía. Todo el mundo reconoce el papel estelar del Papa Juan Pablo II en el enfrentamiento eficaz de la dictadura comunista, y ese protagonismo estuvo de nuevo inspirado en la defensa de valores que van mucho más allá de una mezquina dimensión economicista.

El llamado a construir «La Civilización del Amor» está pendiente. Sus cimientos han de ser la Libertad, la Justicia y la Solidaridad. Estos son los valores básicos en que creemos los demócratas cristianos. La libertad por sí sola no basta para alcanzar la «buena vida humana» que todos aspiramos. Es igualmente necesaria la Justicia, requisito indispensable para que los fuertes no abusen de la libertad en desmedro de los débiles. Y para quienes creemos en el Evangelio de Cristo y procuramos serle fieles, es también indispensable el amor al prójimo, que impone una exigencia elemental de solidaridad.

Son muchas las razones que nos mueven a renovar nuestra confianza y nuestra adhesión al ideario Humanista Cristiano, y esas mismas razones marcan distancia con otras visiones, colectivistas o liberales que, abstracción hecha de los respectivos aportes que puedan haber hecho al desarrollo y al progreso de la civilización, no satisfacen la exigencia de respuestas integrales a la condición humana que sólo puede encontrarse a partir del reconocimiento de la dignidad esencial de la Persona como hijo de Dios, dotado de libertad, sujeto de derechos y llamado a un destino trascendente. Por eso soy Humanista Cristiano, por eso no soy liberal, y por eso siento que el llamado a la construcción de la «Civilización del Amor» tiene hoy más vigencia que nunca antes.

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