Opinión Nacional

La conquista del Polo Norte en dirigible

Recientemente vimos en el canal Eurochannel una famosa cinta italo-soviética-británica que causó sensación en su estreno en 1969, por ser una lujosa coproducción con Peter Finch, Sean Connery, Claudia Cardinale y Hardy Kruger, donde se relata el malogrado viaje del dirigible Italia al Polo Norte en 1928. La expedición estaba comandada por el general italiano Umberto Nobile, y llevaba 14 tripulantes a bordo, esencialmente científicos, militares y alpinistas.

La nave sobrevoló el polo norte, tal como estaba planeado, pero luego encontró fuertes vientos y se estrelló en el hielo del ártico a centenares de kilómetros al norte de la lejana isla Spitzbergen, Noruega, saliendo originalmente el aparato desde Milán. El diseño de la curiosa nave, con el enorme tabaco lleno de hidrógeno y una cabina diminuta, había sido del mismo Nobile, un ingeniero aeronáutico que trabajó para el estamento militar y luego estuvo junto con el explorador Roald Amundsen en el primer vuelo en del dirigible Norge, que sobrevoló el polo norte, pocos días después del todavía discutible primer sobrevuelo en avión de Robert Peary en 1926.

Nobile era un técnico y no participaba en los planes bélicos de Mussolini, dedicándose mayormente a sus actividades aeronáuticas, pero fue lentamente ascendido a general por su proeza ártica con Amundsen en el dirigible Norge de diseño italiano, cuando dejaron caer sobre el polo banderas de Noruega, Italia y EE.UU. (un millonario estadounidense financió la expedición).

Al año de ese hito, Mussolini autorizó y financió otro viaje en dirigible con bandera italiana al polo norte, que se convirtió en tragedia por una falla técnica (un escape de gas), y -al romperse en dos el aparato- seis de los tripulantes fueron arrastrados por una parte de la nave, chocaron con el hielo y perecieron en el inclemente frío ártico. Sus cadáveres nunca fueron encontrados.

Los otros nueve, con Nobile entre ellos, se salvaron y sobrevivieron por varias semanas alimentándose con la raciones halladas entre los escombros, y luego con la carne de un oso polar –cazado con una pistola- que se acercó a la tienda, hecha con la tela del tabaco e instalada encima del casquete de hielo, luego pintada de rojo para que sea más visible. Por fortuna se salvó el radio-transmisor, con el cual pudieron saber de las labores de rescate, tanto de la armada italiana como de la comunidad internacional, apiñada en Spitzbergen junto con una prensa fascinada por la aventura de Nobile. Finalmente un mensaje radial en código Morse fue captado en la campiña de de URSS, y el mundo supo que había sobrevivientes del desastre, lo que aumentó el interés por el suceso. Con intención de capitalizar el hecho para la URSS, un barco rompehielos soviético, el Krassin, fue ordenado dirigirse rápidamente a la zona desde Leningrado, pero se le dañó la hélice propulsora y quedó varado por un tiempo hasta repararla en el grueso casquete de hielo.

El gran explorador Amundsen, famoso por se el conquistador del Polo Sur en 1912, quiso participar en la búsqueda de su amigo Nobile, a quien se debía el éxito de la expedición polar del Norge, y salió hacia Spitzbergen en avión pero el mal tiempo hizo que su nave se estrellara en el trayecto, siendo encontrado luego la nave con su cadáver –y los de otros 4 tripulantes- congelado, con el relato de la tragedia. Con Amundsen fuera de las operaciones de rescate, cundió el pesimismo, aunque un joven aviador sueco en busca de gloria, un tal Lundborg, se prestó para sobrevolar la zona, dando eventualmente con la tienda roja donde se abrigaban 6 de los 9 sobrevivientes del Italia, aterrizando precariamente en el quebradizo hielo.

El feliz hallazgo puso a Nobile en un dilema. Aunque él quería que en el avión monomotor –con puesto para un solo pasajero- se fuera el tripulante peor herido en el desastre, Lundborg lo convenció de que se montara el mismo Nobile, quien supuestamente podría organizar mejor las operaciones de rescate desde Spitzbergen. Obviamente Lundborg quería regresar con un hombre famoso a bordo y capitalizar los titulares. Nobile cedió a la muy humana tentación de ponerse a salvo, después de pasar tres semanas en el inhóspito sitio, sin saber que su decisión –la de irse de primero y dejar a su gente- iba a ser muy criticada por contrariar la consabida práctica naval. Mussolini ya estaba molesto por el fracaso de la expedición –aunque habían llegado al polo norte- y aprovechó para desvincularse de Nobile, dándole menos importancia al rescate, pues el viaje del dirigible Italia ya no le serviría de propaganda para su régimen.

El segundo viaje de Lundborg en avión para rescatar uno por uno a los demás sobrevivientes, terminó también en tragedia al estrellarse su aparato en el hielo. Eventualmente, con la ubicación precisa del sitio del desastre, el rompehielos Krassin pudo continuar viaje y rescató dos semanas después al resto de la tripulación, incluyendo a dos sobrevivientes del trío que había salido mucho antes a pie tratando de llegar a tierra noruega para pedir ayuda. Aunque la prensa se regodeó con los emocionantes detalles de la odisea, los sobrevivientes no fueron recibidos con honores en Italia y el mismo Nobile fue retirado deshonrosamente por Mussolini de las filas militares y la docencia, siendo obligado a irse a EE.UU. a enseñar aeronáutica en Chicago.

A su regreso forzado a Italia en 1943, deportado por ser de un país enemigo durante la guerra mundial, Nobile sólo pudo practicar la enseñanza, dar conferencias y escribir libros, viviendo como pensionado hasta los 93 años en un modesto apartamento de Roma, mientras la mayoría lo culpaba de haber sido responsable de la tragedia y, peor todavía, de haber abusado de su autoridad y abandonado a su gente, gracias a la propaganda del régimen fascista, nunca desvirtuada totalmente. Un triste final para un famoso explorador y un valioso tecnólogo, que hizo mucho por modernizar y popularizar los dirigibles, en la era en que se usaban incluso para viajes trasatlánticos comerciales –antes de los aviones- pero que terminó con la tragedia del zeppelín Hindenburg en 1938. También habría que reconocerle a Nobile su arrojo en viajar hacia las azarosas regiones polares, dándole un cierto prestigio a Italia en la época en que éstas se estaban explorando por primera vez gracias a los adelantos tecnológicos.

Los dirigibles pasaron de moda con los adelantos en vuelos de aviones a motor, pero se siguieron utilizando para diversos fines, especialmente los exploratorios o para fines militares, ya que esos aparatos van a una velocidad baja e incluso pueden permanecer estacionarios encima de un sitio. De hecho, todavía se pueden ver encima de los estadios norteamericanos durante ciertos partidos, con propaganda de Good Year u otros productos. Y, al haberse reemplazado el inflamable hidrógeno por el gas helio, aprendiendo la lección del Hindenburg, hubo pocos accidentes con los mismos en el último medio siglo. Los entusiastas de estos extrañas nave de otra era de la aeronáutica argumentan que incluso son más seguros que los aviones, pues aún si se les disparara desde el suelo u de otra aeronave, la baja presión del gas haría que los orificios puedan ser reparados prontamente.

La odisea de Nobile en el cine.

La polémica sobre la responsabilidad de Nobile en el vuelo del dirigible Italia fue tratado con maestría que en la película “La tienda roja”, del ruso Mikail Kalatazov, donde se le hace un juicio imaginario a Nobile en su apartamento romano, 40 años después, obligándolo a enfrentar en sus noches insomnes a los ‘fantasmas’ de los que murieron en la búsqueda (Amundsen y Lundborg), así como el capitán ruso del rompehielos, el comandante italiano del rescate y otros sobrevivientes de la expedición. En el juicio se ventilan los problemas éticos, humanos y políticos causados por el sonado evento, tan importantes como los de los técnicos de la expedición en vista del revuelo que causó la supuesta ‘deserción’ de Nobile. Muy apropiado el recurso fílmico, que intercala en medio del ‘juicio’ los pormenores del viaje en secuencias muy realistas, hechas con una depurada fotografía, algo en que se destacaba el cine soviético.

Viendo ahora la cinta en la pantalla chica después de 35 años, se pierde la espectacularidad del formato panorámico con que fue filmada, aunque sigue siendo interesante ver a actores de la talla del australiano Peter Finch (ganador del Oscar póstumo de 1976 por su rol del profeta iracundo en “Network”) en un papel hecho a la medida de su talento. También sobresale un joven Sean Connery –cuando ya era el 007 fílmico- en el papel del anciano Amundsen, quien prácticamente es el héroe del filme al sacrificarse para salvar a un amigo. Merecen mencionarse otros dos actores de renombre que aparecen en el filme en papeles protagónicos: el alemán Hardy Kruger y el italiano Massimo Girotti. Pero los espectadores masculinos se deleitarán grandemente con la presencia de la hermosísima Claudia Cardinale en un papel clave, inventado por el productor Franco Cristaldi –su marido desde 1966- para darle un toque femenino a un relato lleno de hombres. No puede olvidarse la excelente música de fondo del genial Ennio Morricone, capaz de subrayar y conmover a la vez, como lo hace al final cuando el fantasmagórico Amundsen justifica la expedición, diciendo que “al menos Nobile y su gente pudieron admirar nuevamente la inmensidad, la soledad y la pureza de las regiones árticas”. Para el aficionado al cine -o a la exploración del globo- la película es una memorable experiencia, por lo que “La tienda roja” merece verse, sea en el Eurochannel -que repite de vez en cuando sus películas- o alquilando el video en tiendas especializadas en clásicos del cine.

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