Opinión Nacional

La constitución y la educación.

La Constitución, además de una concepción propiamente jurídica, la podríamos considerar, no sólo como una finalidad en sí misma sino, también, como un medio para la culminación de un fin. Con respecto a estos conceptos, la filosofía escolástica consideraba que «finis est primum in intentione et postremum in executione» (el fin es lo primero en intención, pero lo último en ejecución). Por analogía, la Constitución de un Estado es la primera intención del ser humano para acomodarse a sí mismo en una unidad nacional; es, también, la acción última del ser humano para hacer, de esa realidad, el fin de su intencionalidad. La Constitución de un Estado, en consecuencia, es un fin y, al mismo tiempo, es un medio para alcanzar ese fin; también podríamos proponer que una Constitución se deriva de la experiencia humana, resultante de la necesidad que ha tenido el hombre de ordenarse entre sí. El hombre, en la medida que va perfeccionado ese ordenamiento, va acercándose al fin supremo: La Felicidad. Por tanto, la Constitución, como un producto humano, implica un alto grado de civilización. Pero, en la medida que las potencialidades del ser sujeto de razón, el hombre, van sufriendo cambios, la Constitución de un Estado, como una creación humana, también se va convirtiendo en objeto de esos cambios. Este proceso de continuos cambios podría explicar porque Venezuela está en la antesala de promulgar su Constitución número veintisiete: El Hombre Venezolano de 1811 no es el mismo Hombre Venezolano de 1831. Este, a su vez, no es el mismo Hombre de la Venezuela de 1961. En tal sentido, valiéndonos de la reflexión de José Ortega y Gasset (La Historia como sistema), podríamos decir que la naturaleza del hombre venezolano es su Historia. En esa Historia está contenido la evolución de nuestro ser.

Ahondando en esta investigación, nos encontramos que el hombre, como «un ser en el mundo» en relación con los otros y con las cosas (Martín Heidegger), va desarrollando potencialidades y, en esa medida, irá haciendo normas más universales para su coexistencia con el otro. Pero, las potencialidades del hombre, como lo muestra la Historia Universal, están relacionadas con su cultura. La actividad cultural, como la más alta expresión del desarrollo del intelecto humano, es alcanzada, por los pueblos, mediante su Educación. Por este motivo, la Educación, como una finalidad contemplada en la Constitución, está relacionada con la existencia misma de la Carta Magna que rige la vida de los hombres que viven en comunidad.

En estudios realizados por el filósofo y filólogo Werner Jaeger sobre la Educación en la antigua Grecia, éste considera que «Paideia», término que significa (en griego) educación de los niños, englobó una especie de proceso, en el cual, la Educación o la formación del niño está relacionada con una noción de cultura o de civilización. En tal sentido, Jaeger, en su obra titulada «Paideia», argumenta que la permanente actitud y decisión de los griegos por educar fue lo que posibilitó la superación de las pautas bárbaras que mediaban la relación de los hombres entre sí. Los estudios de Jaeger, entre otras conclusiones, proponen que la cultura –entendida, por el hombre occidental de hoy, como los valores conscientes que emanan de la vida en comunidad- fue uno de los más apreciados logros que tuvieron los griegos hace unos cuatro siglos antes de la Era cristiana. La «Paideia» o la Educación, vista por los griegos como un proceso, no fue desarrollada, sólo como la transmisión de conocimientos formalizados, sino también, como la transmisión de los valores que le posibilitaron al individuo tener una comprensión de su vida en la sociedad. En la cultura griega, el individuo se ajustaba a los designios de la sociedad. Este fenómeno entrevé que el hombre, al ajustarse a la sociedad, está haciendo justicia para consigo mismo y está mostrando, a su vez, respeto para con el Otro. Ese ajuste (justicia, ética) y ese respeto (orden) fueron aprendidos y transmitidos de generación en generación (cultura).

Estos conceptos, llevados a nuestra realidad, parecieran inducir, cuando pensamos en la Educación, que el legislador que promulgó la Constitución de 1961 (vigente) había legislado para un hombre en un tiempo delimitado. Efectivamente, treinta y ocho años después, el Artículo 55 de nuestra Constitución pareciera que no es ni un fin ni una intención. El referido Artículo dice así: «La educación es obligatoria en el grado y condiciones que fije la ley. Los padres y representantes son responsables del cumplimiento de este deber, y el Estado proveerá los medios para que todos puedan cumplirlo». Esta disposición general, desde nuestra realidad, parece una poesía. Pues, una investigación empírica de hechos reales, hecha con mente crítica y sin perjuicios, podría llegar a la conclusión que el legislador estaba cargado de imaginación. Si no fue así, ¿a cuál otra deducción podríamos nosotros llegar cuando a un maestro le reprueban el 30%, el 40%, hasta más, de sus alumnos y no se han tomado las medidas necesarias para corregir el problema? En estos casos, hay una respuesta muy usual: «¡Los estudiantes son unos flojos!»… «¡Son unos desaplicados!» En fin, el estudiante carga con toda la culpa. ¿Y el maestro? ¿Alguna vez, la Sociedad Civil, que integran los padres y los representantes, pudieron hacer la observación de que la alta cifra reflejaba que, no sólo el alumno está fallando, sino que el maestro también? Pero, ¿por qué el maestro y los alumnos han de ser los culpables? Al parecer, la falla no es de los alumnos, ni del maestro… Esta reflexión se fundamenta en la realidad y la realidad no miente. La maestra Hilda de Schiarizza, abnegada educadora de primaria, jamás la llamaron para ofrecerle un curso de mejoramiento profesional durante treinta años de servicio; fue jubilada y la Orden Andrés Bello o la del Trabajo nunca llenó de orgullo su pecho. El Estado se limitó a ofrecerle un trabajo, por el cual, le pagó un sueldo y nada más… Otros ejemplos cotidianos: El Estado decretó que los estudiantes podían viajar, a sus centros de estudios, pagando una tarifa mínima por concepto de transporte. Entonces, muchos niños, enfrentándose por primera vez al desafío de la vida y confiados en el decreto gubernamental, levantaban sus manos, para que el autobús se detuviera. Pero, cinco bolívares son muy poco, por tanto, el conductor sigue de largo, dejando al infante saboreando el desagradable sabor del resentimiento y del engaño. Ante estos hechos cotidianos, entre otros, posiblemente insignificantes, alguien, que lea esta página de Venezuela Analítica, podría decir –con mucha razón- «¡pero, eso no es culpa de la Constitución!… ¡Eso es culpa del Ministerio de Educación o de otra institución!». La observación no deja de ser cierta. Pero, realmente, ¿quién ha fallado? A esta pregunta, propongamos, como respuesta: ha fallado la Educación.

Buscando despejar el dilema de nuestra Constitución, en cuanto a su cumplimiento, demos una lectura a su Ordinal 9º del Artículo 60, el cual dice así: «Nadie podrá ser objeto de reclutamiento forzoso ni sometido al servicio militar sino en los términos pautados por la ley». Luego de la lectura, podría surgir una pregunta: ¿A cuántas madres, la recluta, le «dejó el corazón como capilla sin santo»? (Andrés Eloy Blanco). Por este camino, entre la realidad y la ley, la noción de Constitución se hace confusa. Entonces, en una segunda instancia, podríamos proponer que la Constitución ha fallado… No obstante, no es oportuno precipitar una respuesta, sin antes haber explorado otras propuestas.

¿Y el Estado? ¿Qué responsabilidad tendrá el Estado en esa aflicción de la sociedad? Pues, pareciera que éste no aporta los medios suficientes, no sólo los económicos sino también los conocimientos, para que la Constitución se cumpla. Los citados artículos, en consecuencia y con el respeto que merece nuestra Carta Magna, treinta y ocho años después (dos generaciones aproximadamente) parecieran indicarnos que, la Constitución promulgada en 1961, ha dejado de ser un fin y una intención.

Pero, en este enjambre de ideas, ¿Cómo están relacionadas la Constitución y la Educación? A los fines de entrelazar las realidades que expresan los dos conceptos que sirven de objeto a este estudio, podríamos proponer que, de los argumentos descritos, se desprende que toda sociedad se constituye, como tal, mediante unas normas que han de observar los miembros de esa organización. En el caso específico de nuestro país, podríamos conceptuar que la Carta Magna establece los deberes y las obligaciones que tiene el Estado para con el ciudadano y, recíprocamente, los deberes y las obligaciones del ciudadano para con el Estado. En sí, en la Constitución están contenidos los deberes y las obligaciones que tiene el ser venezolano para consigo mismo. Esta realidad jurídica y cultural podría ser identificada como «Democracia», forma de gobernarse, que viene siendo puesta en práctica, por el pueblo venezolano, a partir del 23 de Enero de 1961. Estas manifestaciones jurídicas y culturales podrían conducir a la presunción de que la Educación ha venido siendo desarrollada, en Venezuela, como una «Paideia». Pero la realidad sugiere lo contrario. Pues, la Educación, que irradia sabiduría sobre el convenio social, no es solamente la transmisión de conocimientos de gramática, de matemáticas, de física, aprender a leer y a escribir. La Educación es, también, aprender cómo nos ajustamos y cómo nos ordenamos en esa sociedad. Sólo así, con un aprendizaje integral, el individuo podría tener conciencia de que el 40% de los alumnos reprobados en una asignatura es la evidencia de que el sistema educativo tiene fallas intolerables. Estas deficiencias, que se van convirtiendo en costumbre y en antivalores, no sólo se perciben en los maestros y en sus discípulos. A menudo se puede observar que un galeno, cuando mira a su paciente, está mirando también a una cirugía que le puede generar dos millones de bolívares de ganancia; el conductor del autobús desprecia la necesidad que tiene el alumno de sus servicios; el policía arremete contra el manifestante, sustituyendo la obligación, por la rabia, etcétera. Entonces, el problema de la Educación, podríamos inferir, no es causado por el maestro, ni por los alumnos, ni por la Constitución. Entonces, ¿quién lo ha causado?

Ante respuestas influidas por intereses personales o de grupos, demos un salto a la antigüedad griega (cuna de la civilización de Occidente), para tratar de encontrar, muy lejos, en la reflexión helena, una respuesta independiente de nuestros propios intereses: «Los fenómenos que encontramos en nuestra experiencia individual son tan variados, tan complicados y contradictorios que apenas si podremos explicarlos. Hay que estudiar al hombre, no en su vida individual, sino en su vida política y social… La naturaleza del hombre se halla escrita, con letras mayúsculas en la naturaleza del Estado. En éste surge de pronto el sentido oculto del texto y resulta claro y legible lo que antes aparecía oscuro y confuso [sobre el hombre]» (Platón, citado por Ernst Cassirerr en Antropología Filosófica). Siguiendo estos delineamientos conceptuales, el problema de la Educación, no lo ha causado el maestro, ni el conductor de autobús, ni el alumno, ni los padres y representantes. El problema lo viene causando el Estado. En materia educativa, el Estado venezolano ha sembrado el petróleo. Venezuela ha producido excelentes científicos, artistas, técnicos, dramaturgos, deportistas, etcétera. La democracia política y la democracia social han convertido a nuestra Venezuela en una esperanza. Pero entonces, ¿qué ocurre? ¿Por qué el Estado no ha podido mantener, sistemáticamente en el tiempo, una Educación que fomente los valores culturales que le permitan al individuo ser feliz como parte del ser venezolano? Esta interrogante tiene muchas respuestas. Permítanos, sin embargo, las propuestas siguientes: La Educación de un pueblo es una intención costosa y el Estado no ha sido eficiente en la conversión del petróleo, su principal fuente de ingresos, en Educación. Los hombres que conducen al Estado deben estar conscientes que sin Educación, la Constitución es la emanación de unos valores culturales con poca vigencia en el tiempo y, cada medio siglo o cuando el hambre sitie a nuestra moral y a nuestra voluntad, tendríamos la angustia de tener que estar refundando a Venezuela. Los hombres que conducen al Estado, al buscar las fórmulas para financiar la Educación, también deben hacer, periódicamente una revisión exhaustiva del personal, del calendario, del plan curricular, de los sindicatos. El sistema educativo, en general, debe ser actualizado constantemente, pues el hombre, en cuanto a conocimientos se refiere, parece un ser sin fondo. Pues, cada día, el conocimiento humano se ensancha sorprendentemente y debemos estar, no al margen de ese espacio luminoso del progreso, sino dentro de su propia corriente sanguínea. Estas propuestas generales, entre tantas otras inquietudes, podrían ser una vía para que los educadores, el pilar principal que sustenta la conciencia del pueblo venezolano, se conviertan en un verdadero medio transmisor de conocimientos formales sobre matemáticas, física, castellano y literatura, Historia de Venezuela, biología, química, computación, etcétera. Pero, también transmitirán, a sus discípulos, la emoción de que el hombre venezolano no tiene naturaleza, lo que tiene es una historia que lo llena de orgullo y de fe en el devenir.

En conclusión, la tan comentada crisis de la Educación en Venezuela no es sólo una crisis del individuo, es también una crisis del Estado. La maestra, solitaria, sin estima, con bajos salarios, ignorada, no puede transmitir sentimientos puros… El conductor de autobús sólo entiende que el estudiante le produce perdida… El refranero popular dice que el funcionario público (con un envidiable curriculum), prefiere el cargo, no el que él puede ejercer debido a sus valiosos conocimientos, sino «donde hay más», etcétera. Pero, una Paideia venezolana sería un proyecto que haría feliz a nuestro pueblo a lo largo del tiempo.

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