Opinión Nacional

La construcción de la felicidad en Venezuela

Extracto del mi libro Raíces Democráticas de Venezuela

Resumir el itinerario o las raíces de la acción de gobierno que arrancó el 13 de febrero de 1959, bajo la Presidencia de Rómulo Betancourt, es siempre una tarea incompleta y que no debe descender a la demagógica plebeyez, especialmente cuando para combatirla y desfigurarla han trabajado al unísono extremistas de derecha e izquierda. Pero la tarea de la recuperación de Venezuela y de su saneamiento fiscal y económico es también una faena de informar más y mejor de lo que aquí se ha hecho y seguirá haciendo, en beneficio de la nación y del pueblo. La obra político-administrativa de los siguientes cuarenta años que se inician en 1958, independientemente de las incuestionables e ineludibles fallas que acarrea toda empresa creadora, demuestra una voluntad de servicio, deseo de acertar y empeño no sólo de garantizar las libertades públicas sino también de ejecutar un programa coherente de desarrollo económico y justicia social.

Este es el inicio de una Revolución Democrática. De país despotizado se pasa al respeto de las libertades y de la dignidad del hombre. De país donde el capital foráneo invertido en las industrias básicas -hierro y petróleo- obtenía ganancias exageradas, ha pasado a ser uno donde la nación recaba por impuestos al Estado y salarios a los trabajadores una proporción justa de los ingresos de las empresas. El latifundio ha sido batido en el campo y la reforma agraria se adelanta en forma acelerada. La educación deja de ser privilegio de minorías y el pueblo tiene acceso a ella en todos sus escalones, desde primaria hasta las universidades. Ya la renta nacional no se distribuye en la proporción de un 90 por ciento para el 10 por ciento de la población, y se prorratean más equitativamente los ingresos del país. El manejo del erario público se sustituye por una manera más aséptica de administrar los dineros de la colectividad. Se adelanta una vigorosa política de industrialización para bajar la dependencia del petróleo y del hierro. El gobierno civil es acatado y respaldado por las Fuerzas Armadas

En toda esta labor están los argumentos irrebatibles de las cifras, contradiciendo siempre a quienes se empeñan en desvíos interesados causando dudas sobre la posibilidad abierta a los regímenes democráticos que están animados de mística creadora y de vocación social para realizar en los pueblos cambios estructurales y profundos por vías verdaderamente pacíficas y con apego a procedimientos legales, siempre en contra de la arbitrariedad erigida en fórmula de gobierno. Porque cuando un vastísimo frente civil confluye en empresa libertadora, fracasa el podrido armatoste del despotismo.

Eso sucedió con la aurora de la libertad recuperada en nuestra tierra, consolidándose el ansia de vida libre y digna, como pasión de libertad entrañable, inextinguible, irrenunciable. La derrota aplastante de la dictadura fue posible porque decenas de venezolanos ilustres lucharon y murieron en las cárceles, en el destierro o asesinados en las calles. Todo ello y más hace que sobre nosotros gravite como inexorable mandato el no cejar en el empeño de hacer de Venezuela una patria ya para siempre inserta dentro de un estilo de vida democrática, inmunizada contra la recurrencia dictatorial. Por encima de las tumbas, Venezuela se hizo una nación de conciencia cívica adulta, capacitada plenamente para transitar por los caminos pacíficos de la ley democrática hacia el logro de su estabilidad institucional.

No sucedió al despotismo unipersonal la enconada disputa entre grupos por el poder, no advino una situación caótica tras eliminar el orden mecánico impuesto a la sociedad por el terror. Hubo brotes aislados de inadaptabilidad, pero fracasaron ante la actitud institucionalista de las Fuerzas Armadas y ante la decisión de los venezolanos de todos los estratos sociales y de todas las condiciones económicas de cerrarle el paso a los representantes del retroceso. En esto hay que honrar a quienes encarnaron y respetaron la voluntad democrática de Venezuela en los doce meses de provisionalidad posteriores al 23 de enero de 1958, como el militar civilista Wolfgang Larrazábal y Edgar Sanabria, entre otros. Porque los venezolanos sellamos un pacto de unidad nacional, escrito en la conciencia de todos, para preservar la libertad recién recobrada.

La Revolución Democrática tiene raíces en el hecho de que patronos y obreros llegaron a fórmulas de avenimiento que no entorpecían el normal proceso de la producción; los gremios profesionales suscribieron un pacto solemne comprometiéndose ante el país y ante la historia a no prestar jamás sus servicios técnicos a un régimen de usurpación; el estudiantado evolucionó hacia la constitucionalidad; las Fuerzas Armadas se marginaron al debate político y a la controversia ideológica; y los partidos políticos dieron una revelación impresionante de clara conciencia de sus responsabilidades con el destino de Venezuela.

Los partidos políticos venezolanos, obligados por el despotismo a laborar en la clandestinidad, convinieron en una acción concertada y unida para abrirle a Venezuela caminos hacia el orden democrático, tal como sucedió en las jornadas de diciembre de 1957 y enero de 1958. Hubo tregua en la pugna interpartidista y un esfuerzo coordinado para ofrecer a la nación soluciones a sus problemas básicos, políticos, económicos y sociales. Fue un compromiso acordado entre colectividades partidistas con plataformas programáticas diferenciadas, con estilo y filosofía políticos propios, que en el trienio 1945-1948 habían contenido ásperamente. Esta discordia fue reducida el mínimo, en señal de madurez.

Fue más profundo el sentido que se dio a la tregua partidista: en pacto público suscrito el 31 de octubre de 1958, AD, Copei y URD (que obtendrían más del 92% de los votos) adquirieron compromisos concretos con la nación, en vísperas de iniciarse la campaña electoral, donde sostenían y elevarían el tono principista, erradicándose el desfogue verbal y la acrimonia personalista; comprometiéndose a respetar y hacer respetar el resultado de los comicios; a popularizar un programa común de gobierno y a que se gobernase dentro de un régimen de coalición.

Acción Democrática, una vez ganadas las elecciones, relevó de responsabilidades disciplinarias a Betancourt para la escogencia del equipo ministerial, para la integración de un gobierno de ancha base nacional, pensando en lo más apropiado para la buena marcha de la República. Prevalecieron en el gabinete una mayoría de técnicos, políticamente independientes, eminentes ciudadanos con capacidad indiscutible. Se respetó así «el espíritu del 23 de enero». El Pacto de Punto Fijo, que será posteriormente denigrado en gesto de gran estupidez, permitió avances que superaron lo anteriormente logrado en toda la historia de Venezuela (afirmación que no es una exageración fanática, como seguiremos viendo).

Habiendo dejado la dictadura al país al borde de la bancarrota, se aplicó una audaz política de austeridad. El nuevorriquismo derrochador desapareció de las costumbres oficiales, eliminándose lo ornamental y suntuario en las obras públicas, con mano firme se puso en vigencia la Ley contra el Enriquecimiento Ilícito de Funcionarios Públicos y se afrontaron las tareas inaplazables del desarrollo económico nacional, así como del mejoramiento de las condiciones de vida del venezolano. Se encaró la necesidad de diversificar y de venezolanizar su producción, creándose múltiples instituciones financieras, protegiéndose la producción nacional para preferir lo nacional a lo importado, con la defensa de los intereses del consumidor.

Se aplicaron bien estructurados programas, como los de la petroquímica y la siderúrgica, perfilándose la creación de una Venezuela grande, próspera y feliz. Carreteras de penetración, electrificación, puertos, aeropuertos, obras de riego, telecomunicaciones; todo con estudios y realización de obras técnicamente elaboradas. Se hizo una utilización racional del crédito público para aplicar aportes fiscales cuantiosos y continuados a la atención de problemas de primera magnitud, como el desempleo generalizado, las condiciones infrahumanas de vivienda, la ausencia de servicios sanitarios de ninguna especie (acueductos, cloacas), el analfabetismo, la carencia de planteles educacionales, de maestros y profesores, escasos servicios asistenciales, la construcción de hospitales; todo a escala nacional.

Se echaron las bases para un orden social nuevo, donde CORDIPLAN pensaba más allá del quinquenio, desechando planes parciales, desarticulados e inconexos, en una coordinada y vasta acción de conjunto de gobierno y nación, planeada con detenimiento y ejecutada con acometividad agresiva, recabando el concurso de la iniciativa privada y la cooperación de todos los venezolanos con sensibilidad social. Lo mismo sucedía con la política internacional, integradora y respetuosa, defendiendo los intereses nacionales y colocándole un cordón sanitario a los regímenes que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de sus ciudadanos y los tiranicen con respaldo de políticas totalitarias.

Toda la política nacional e internacional se realizó a la luz del día, en diálogo constante y abierto, a conciencia de que los gobernantes no son sino mandatarios de la nación, y porque la permanente vigilancia del pueblo y de la opinión pública impiden al gobernante desviarse hacia el ensimismamiento ególatra, hacia la vacua presunción de infalibilidad. Sin arrogancia, se consultó a todos los sectores de la colectividad con respecto a los rumbos políticos y administrativos por imprimirle a la nación, creándose inclusive un nuevo modus vivendi con la Iglesia.

Con crudeza de plantearon las dificultades y problemas venezolanos, aunque con firme optimismo de futuro. Hubo creencia en que conjugando recursos, voluntades y esfuerzos públicos y privados, Venezuela lograría estabilizar un régimen democrático, de libertades ciudadanas y creador de riqueza, cultura y bienestar general. Porque el gobierno constitucional nacía asistido de un sólido aval de opinión colectiva, y con el respaldo leal de las Fuerzas Armadas, donde se inyectó un afán de superación, de estudio, de trabajo, dentro de un concepto de profesionalización y apoliticismo de la institución toda.

Esto dijo Rómulo Betancourt al asumir la Presidencia el 13 de febrero de 1959: «Estoy seguro de que cuando dentro de cinco años venga aquí a cumplir con el imperativo constitucional de transferirle la banda presidencial a quien habrá de sucederme en la jefatura del Estado, se podrá decir que he cometido muchos errores y desaciertos en mi gestión de Presidente de la República, porque la infalibilidad y la aptitud para acertar siempre, no son virtudes que se hayan dado nunca en ningún ser humano. Pero Venezuela reconocerá entonces -estoy seguro de ello, porque tengo dominio de mis convicciones- cómo durante los años en que cumplí el mandato de Presidente de la República, no actué nunca con intención distinta de la de procurar con lealtad, con empeño creador, con fe si se quiere fanatizada, la gloria de Venezuela y la felicidad de su pueblo».

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