Opinión Nacional

La correlación de fuerzas es decisiva

En Chile se logró la salida de Pinochet sólo cuando los demócratas cristianos, los socialistas, algunos demócratas de la centro-derecha como Sebastián Piñera y buena parte de los comunistas entendieron que era necesario superar la desconfianza y la animadversión, basadas en la historia y las ideologías, para concentrar y unir sus esfuerzos en contra del común mal mayor y a favor de la democracia. Los chilenos tardaron casi diecisiete años en entenderlo. Algo similar, “mutatis mutandis”, pasó en Nicaragua. Sólo cuando los partidarios de la “contra”, los moderados del centro y la izquierda democrática privilegiaron conjuntamente la movilización electoral alrededor de Violeta Chamorro, se logró que el Sandinismo negociara la entrega del gobierno. El proceso duró diez años. En ambos casos, muchos analistas consideraban imposible que una dictadura militar y unos marxistas–leninistas, que habían llegado al poder con las armas y que controlaban todas las instituciones del Estado, incluyendo el árbitro electoral, entregaran pacíficamente el gobierno. Efectivamente, no fueron los actos electorales por sí solos que permitieron el cambio de gobierno, lo fundamental fue el cambio de correlación de fuerzas, que se hizo evidente por la movilización electoral y la unidad de la oposición, tanto para la comunidad internacional como para actores internos claves, como sectores de la fuerzas armadas chilenas. En Venezuela, ningún “tipo” de cambio de gobierno podrá darse, sin un cambio evidente en la correlación de fuerzas. Chávez se ha debilitado por la incapacidad y la ineficiencia del gobierno, sin embargo mientras no exista una alternativa creíble, que es posible construir alrededor de una candidatura unitaria, Chávez será siempre más fuerte que un conjunto de enanitos y grupúsculos enfrentados entre sí. La guerra sucia contra hombres íntegros de oposición como Teodoro y Pompeyo, no sólo revuelve el estómago, sino que es una estupidez que le hace el juego al caudillo militarista, los verdaderos “colaboracionistas” son los que dividen a la oposición. Porque no luchar juntos por unas garantías electorales, de acuerdo a las recomendaciones de la UE y la OEA, alrededor de un candidato unitario, elegido o “decantado”(a más tardar en junio), que nos permitiría crear la alternativa creíble con unidad de mando y la necesaria “interlocución” frente a la comunidad internacional. El candidato siempre podría retirarse, con un efecto deslegitimador poderoso, si no hay condiciones aceptables.

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