Opinión Nacional

La costumbre

Las personas fraguan su existencia en la costumbre. Ésta le da sentido a la pulsión secreta de sus vidas. La costumbre es una trama invisible que se teje e instala en lo cotidiano, con la paciencia de un gusano de seda. Es tan poderosa que la memoria puede llegar a olvidar cuando ésta exactamente comenzó. A través de ese silente proceso, todo lo que forma parte de la costumbre, comienza a adquirir valor de pertenencia para la conciencia de la persona. Es un nombre que forma parte de algo que está más allá del tejido cerebral. Pero una vez perdida la presencia tangible de la costumbre, las personas se desestabilizan, extravían su centro, entran en el vértigo del vacío. Perder a alguien entrañable, algún objeto imprescindible, la ciudad o el lugar donde se habita, el paisaje inédito que alimenta la mirada, puede significar una catástrofe psíquica y espiritual. Aun perder lo que más se ama es perderse a sí mismo. Las pérdidas pueden acontecer de manera inesperada, o por senderos imperceptibles, inimaginables. La nostalgia y el recuerdo están fundados por la ausencia, por la imposibilidad de reencontrar lo perdido en la niebla del olvido. Aquello que no volverá. Nace la tristeza o la depresión cuando la persona se ha quedado sin nada. Tal como ese ser que soñó que había perdido sus piernas, pero cuando despertó comprobó con amarga certeza, que la pesadilla se había prolongado hasta la vigilia.

La gente también se acostumbra a perder, bien por resignación o imposición de otros. Sobre todo en las dictaduras, donde los miembros de la sociedad tienden a acostumbrarse a la degradación de sus sueños, deseos y expectativas. Las necesidades de su propio cuerpo llegan a ser un estorbo. Los gobiernos comunistas consideran a la boca y el ano, como dos orificios que le dan existencia a la burguesía y al imperialismo. En este aspecto, no es casual la coincidencia existente entre el Che Guevara y El Ilegítimo de Venezuela. Para el primero, la pasta dental era un lujo burgués; para el segundo, el papel higiénico un servicio innecesario. En Cuba, la menstruación de la mujer es considerada un delito contrarrevolucionario porque demanda toallas sanitarias, que sólo pueden conseguirse en los mercados capitalistas. Radio Bemba anuncia que a Raúl Castro se le ha ocurrido la brillante idea de elaborar tapones hechos con el bagazo de la caña de azúcar, para succionar la sangre menstrual de las infelices mujeres cubanas. Las dictaduras persiguen pautar el tiempo social y el tiempo existencial del ser humano. Con ello, el goce y la alegría son desterrados con la luz enceguecedora del Estado. En la Unión Soviética existió una famosa escuela de payasos, la cual se ocupaba de enseñar cómo burlarse de la estupidez humana, pero jamás del poder totalitario.

Las dictaduras crean una oligarquía usufructuaria de los bienes del Estado. A esa clase de privilegiados no le hace falta nada. Sus necesidades corporales y emocionales están unidas a su natural ambición, a la creencia de que ellos como representantes del pueblo lo merecen todo. Esto les da el derecho de hacer uso de todos los placeres, y de ir tras aquellos que la perversión celebra. Beria, el director de la Policía Secreta del Estado soviético, salía a medianoche a raptar niñas para violarlas en el interior de su limosina negra. El poder de los dictadores ansía galopar eternamente sobre los caballos desenfrenados del placer. Sin embargo, la muerte no le permitió al olvidado Hugo Chávez llevarse a la tumba sin nombre, su vanidad faraónica, representada en miles de fluxes, zapatos, camisas, corbatas y numerosos relojes de oro. Fue el pasajero aéreo que más viajó entre el lujo y la ostentación. El huésped que más habitaciones ocupó en hoteles cinco estrellas. Aunque su costumbre no fue olvidada por sus herederos que lo imitan con igual exceso y descaro.

Las dictaduras tratan de agotar las acciones políticas de sus opositores contra el arrollador proceso de la costumbre que busca imponerse de manera total en la sociedad. Quieren que estos crucen la línea de sombra donde acecha la guerra civil. Pero en Venezuela sólo hay un enemigo militar: la dictadura de los Castro. Y algún día –más temprano que tarde-, ésta tendrá que rendirle cuentas a la Fuerza Armada Venezolana; aquéllos no deben ignorar que el silencio puede ser más temible que la gritería de los serviles. La otra modalidad que tiene la gente de escapar de una dictadura, es huir. Los exilios forzosos se producen en masa; las fugas acontecen de forma desesperada. Muchos alemanes murieron intentando saltar el muro de Berlín Oriental. Cubanos mueren tratado de fugarse de una dictadura que ha devorado, junto con los tiburones, más de la mitad de un siglo. En Venezuela, el tiempo se estira mientras la paciencia, agota su hilo más delgado. Quizá, porque todavía, la verdadera rebelión no se ha desatado.

 

 

 

 

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