Opinión Nacional

La cultura de la muerte

No es posible encontrar en los partidarios de Chávez un equilibrio entre apoyar al gobierno y ser críticos al menos de algún evidente desacierto. Cualquier cuestionamiento o exigencia de diseño de políticas gubernamentales adecuadas, va inmancablemente acompañado de las recurrentes acusaciones de fascista, golpista, desestabilizador o cómplice de la conspiración mediática. Destinadas al acorralamiento y la descalificación y a imponer el silencio, como un dogma -palabras más, palabras menos- será repetido desde el seguidor del mas apartado lugar hasta el presidente de la Asamblea Nacional, del TSJ, los ministros, el vice-presidente y por supuesto, el presidente.

No otra cosa demuestra el voto salvado de los representantes oficialistas en el Consejo Universitario de la UCV, quienes ante la propuesta de un comunicado en solicitud de claras políticas de seguridad por parte del Ejecutivo nacional, como reacción al salvaje asesinato de los hermanos Faddoul y el Sr. Miguel Rivas; agregaron a las recurrentes acusaciones, la indiferencia ante los sectores populares, víctimas cotidianas de la delincuencia; realidad ante la que ni ellos han tomado nunca ninguna iniciativa, ni el gobierno que tan celosamente apoyan ha diseñado políticas de prevención y combate de la inseguridad, que en lugar de disminuir ha crecido durante los últimos 7 años, golpeando mayormente a los sectores populares que tanto se vanaglorian en defender.

Entrevistado al día siguiente de conocerse la muerte de los hermanos Faddoul a la entrada del Palacio de Miraflores, el presidente Chávez hizo alusión a la cultura de la muerte; no abundó en explicaciones, pero no era difícil adivinar hacia dónde se dirigían sus acusaciones que en absoluto incluían ninguna autocrítica sobre su gestión. Los que día a día sufrimos de la intromisión en nuestros hogares de las interminables cadenas presidenciales, no tenemos duda que esa cultura está alimentada por su discurso plagado de odio y resentimiento, que ha herido gravemente la convivencia de los venezolanos, divididos por diferencias políticas insalvables, al igual que ha desintegrado a las familias, en el mejor de los casos por la migración de al menos uno de sus miembros en búsqueda de horizontes mas seguros; y en situaciones mas dramáticas, por la muerte de uno o mas de sus miembros en manos del hampa.

La cultura de la muerte se encuentra en la absolución de los asesinos de la Sra. Maritza Ron, en el nombramiento de Richard Peñalver como jefe de Seguridad de Pequiven; de los Tupamaros como encargados de la seguridad de PDVSA, en la propuesta del alcalde Barreto de distribuir armas a la población; en la foto donde el presidente aparece abrazado con el gobernador Manuitt, banalizando las acusaciones provenientes de los propios meverristas sobre su participación directa en los escuadrones de la muerte, silenciadas por arreglos políticos y también en dedicar la gestión oficial a pases de factura y a exclusiones destinadas a demostrar que todo tiempo pasado fue peor .

Esa cultura también se encuentra en la implacable persecución a los trabajadores de PDVSA; en negarle cabida en el país a quienes no sean incondicionales del régimen, en las listas de Tascón y Maisanta, y en la obligatoria sumisión de sus partidarios; incluyendo a otrora defensores de las libertades y los derechos humanos, así como a jóvenes que se supondrían más cuestionadores y preocupados por el futuro del país que les corresponderá vivir, con lo cual se desperdicia un importante espacio de concertación ante un tema que es preocupación de todos los venezolanos independientemente de su ubicación política y social.

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