Opinión Nacional

La cultura de la protesta

En medio de la ignorancia crasa y supina, Pedro Carreño, el titular del «minpopoinjust» o Ministerio del Poder Popular de Interior y Justicia, no sabe que en Venezuela la protesta social y política forma parte de la cultura nacional, y es tan antigua como la República misma.

Y sobre todo a partir de los sucesos del 27-F de 1989, el célebre Caracazo de hace 18 años, se viene hablando con toda propiedad de la cultura de la protesta como santo y seña de la vida cotidiana del conjunto de los venezolanos.

No es por nada que el gran historiador y ex-presidente, Ramón J. Velásquez, suele decir que en aquella oportunidad el pueblo salió a la calle y en la calle se ha quedado desde entonces. Pero el llamado «Gobierno bolivariano» quiere acabar las protestas a punta de amenaza y represión, de acuerdo a una vieja doctrina cubano-fidelista: candelita que se prenda, candelita que se apaga…

¿Quién se acuerda del recién posesionado Chávez yendo a Cumaná con medio gabinete para denunciar que un estudiante de la UDO había sido agredido por la policía en una manifestación universitaria?

Poco le faltó para rasgarse las vestiduras y hasta se encadenó en radio y televisión para jurar por el crucifijo que nunca más un joven manifestante sería víctima de la policía… A los pocos meses, desde luego, de esas proclamas no quedaba ni la silueta de la sombra.

Ahora resulta que los estudiantes de todo el país que patean las calles son unos lacayos del fulano imperio, que están empeñados en prender una «mecha lenta» –según la teoría de Eva Gollinger– para tumbar a Chávez con magnicidio incluido. En otras palabras, las protestas de los muchachos, amén de las demás, son en sí en un acto conspirativo.

Curiosa concepción, porque los canales oficiales se la pasan transmitiendo las protestas que los colombianos le hacen a Uribe, y que los mexicanos a Calderón, y que los ticos a Arias y que los peruanos a García, todos los cuales, por cierto figuran en la «lista negra» del chavismo internacional. Es decir, que las protestas son buenas en Colombia, México, Costa Rica y Perú, pero son infames en Venezuela. ¡A otro con ese cuento!

Es más, el propio presidente Chávez se la pasa organizando, financiando y encabezando protestas y manifestaciones en otros países de la región y más allá. ¿Se acuerdan, por ejemplo, de la de Mar del Plata, Argentina, cuando la Cumbre de las Américas, o de la millardaria gira-protesta por medio continente en contra de Mr. Bush?

Por otra parte, para nadie es un secreto que los activistas profesionales de la extrema izquierda mundial, cuyo modus vivendi es la protesta anti-globalización, tienen a Caracas como cuartel general con todo y hospedaje cinco estrellas. ¡Viva la revolución!, dirán los musiues

Sin embargo, lo que el oficialismo aplaude afuera lo quiere castigar adentro. Al parecer la paranoia es de tal intensidad que hasta un par de chiflas en cualquier estadium de la Copa América es considerado casi un acto criminal por Carreño y su comparsa.

¿Quién sabe que inventarán el señor Chávez y su entorno para tratar de sacar a los venezolanos de las calles? Pero hagan lo que hagan, no podrán tapar la cultura de la protesta con un dedo, ni con una boinacolorá, ni tampoco con un casco militar.

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