Opinión Nacional

La Cumbre de Trinidad o la guerra entre “el perfecto idiota” y “las venas abiertas de America Latina”

La V Cumbre de Las Américas que concluirá hoy en la isla de Trinidad no ofreció indicios serios de que las relaciones Estados Unidos-América latina conocerán cambios sustanciales durante los años en que Barack Obama presida al país más poderoso del planeta.

Y ello por una razón muy sencilla: mientras el promotor del sacudón histórico que mantiene en vivo las expectativas del globo en torno a los paradigmas que guiarán su gestión de gobierno se reveló como un líder del siglo XXI, preocupado esencialmente del futuro, y de temas que involucran a la sociedad en su conjunto como la crisis económica, el recalentamiento climático y la independencia energética de los combustibles fósiles, la generalidad de los jefes de Estado de los países situados al Sur de Río Grande se mantuvo atada a los fantasmas de los años 60, sin posibilidades ni deseos de escapar del tiempo en que se podía hablar con racionalidad de imperialismo y antiimperialismo, de teorías de la dependencia y del subdesarrollo, de lucha de pobres contra ricos y de ricos contra pobres, de responsabilidad no compartida, y de acusaciones “al otro” sobre lo que no es otra cosa que la culpabilidad “del mismo”.

En otras palabras: que el replay del discurso por el que la región ha ido aislándose del resto del mundo, convirtiéndose en una excrecencia en cuyo jurásico político todavía existen guerrillas y unos gobiernos que las combaten y otros que las apoyan, barbudos redentores que predican el amor mientras levantan paredones de fusilamiento, terroristas y secuestradores aplaudidos porque dicen admirar a Robin Hood, devotos de la ingenuidad y el realismo mágico económico que postulan que hay que sacrificar la libertad para acceder al bienestar, la igualdad y la justicia, y defensa del dogma básico de la religión subcontinental, según el cual, los hombres fuertes con amor inagotable por los que más sufren son los llamados a promover el despertar de unas multitudes que, entretanto, pierden un tiempo invalorable para una educación útil por lo productiva y solidaria por su capacidad de generar riqueza.

Panorama intimidante y perturbador que si quedó epitomizado por algo, fue por la entrega a modo de regalo del presidente Chávez, al presidente Obama, de “Las venas abiertas de América Latina” del escritor uruguayo, Eduardo Galiano, una suerte de manual del sufrimiento o de muro de los lamentos de la izquierda del subcontinente, en el cual, con el reduccionismo típico de la Guerra Fría, se condena a los poderes mundiales por un expolio que jamás pudo cometerse sin la indiferencia, y hasta complicidad, de los locales, de todos los locales.

Y que pudo ser recompensado al dador con otro regalo de Obama o de alguno de los asistentes a la Cumbre, quizá Felipe Calderón o Alán García, del “Manual del perfecto idiota latinoamericano” de Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa, sin duda un material más actualizado y a tono con ideas y estadísticas de las cuales, ¡qué duda cabe!, no dispuso 40 años ha el profesor Galiano.

No fue, sin embargo, la prueba más incontrastable de los tempos diferentes donde orbitan el nuevo liderazgo norteamericano que heredó a los republicanos de George Bush y el que continúa instalado en la mayoría de países de origen hispano-portugués, sino que, igualmente, la forma como quiso obligarse al presidente Obama para que acepte el compromiso de poner el fin al embargo estadounidense a Cuba, más allá de las exigencias a la dictadura de los hermanos Castro para que restituya la democracia, la libertad y el respeto a los derechos humanos en la isla, puso en evidencia que más que preocupados por la salud política, económica y social del pueblo cubano, a los líderes iberoamericanos solo les interesa la permanencia en el poder de una satrapía que puede ser acusada con toda razón de haber promovido y perpetrado una catástrofe humanitaria sin precedentes en la historia de América latina y del continente.

Gestión que, aparte de otras dobleces, en ningún sentido puede considerarse típicamente altruista, pues busca, por sobre todo, poner a resguardo e inmunizar de futuras sanciones de parte de organismos multilaterales y de los propios Estados Unidos, a gobiernos que, como la mayoría de los que imperan hoy día en la región, violan los derechos humanos, se rigen por normas antirrepublicanas y antidemocráticas, son alérgicos a la libertad, la pluralidad y el estado de derecho y avalan y protegen a socios decididamente autoritarios y neototalitarios como Daniel Ortega en Nicaragua, Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia.

Muy “creativos” y “originales”, por cierto, a la hora de inventar formas de dominación como la “dictadura constitucional” o de “democracia plebiscitaria” con reelección indefinida de Hugo Chávez en Venezuela; o de un gobierno familiar como el de los esposos Kirchner en Argentina con períodos alternativos ya para el esposo, ya para la esposa; de reelecciones continuas como las que pretende Álvaro Uribe en Colombia, o de presidencia de sacerdotes que cuelgan los hábitos y se refugian en la política por discrepancias con la jerarquía religiosa, pero no por razones teológicas, sino de faldas.

Una situación, en definitiva, de anormalidades constitucionales e institucionales que explica por qué los pocos gobiernos auténticamente republicanos y democráticos del subcontinente, tienen que convivir con una nueva generación de pichones de dictadores que, al igual que los viejos, despotiza, atropella y le impone “su ley” a los pueblos, pero ahora en nombre de la redención de los pobres, el fin de la explotación del hombre por el hombre, el socialismo, la revolución y la salvación de la humanidad.

Evidentemente que en el propósito de conjugar dos de los productos más perversos del modelo cubano, como son pobreza extrema, desigualdad absoluta y dictadura sin límites de tiempo y espacio, que parece ser la patente de corso para el regreso del absolutismo dinástico al continente que alguna vez quiso verse como la tierra de renaissance de la libertad, el estado de derecho y la democracia constitucional.

De modo que, nada nuevo ni importante que constatar en la V Cumbre de las Américas que concluirá hoy en Trinidad, como no sea el alejamiento de América latina de los grandes centros y polos de desarrollo desde donde la sociedad del siglo XXI trata de enfrentar y vencer los desafíos que crea un mundo globalizado, y en el cual el bienestar no puede aplazar la sujeción a normas convenidas de derecho y constitucionalidad, y que no puede retroceder, ni voltear a ver siquiera, a caudillos y gobierno anacrónicos para quienes la violencia es una forma de actuar, hablar, y aun de pensar.

Asfixiados por oposiciones de todo tipo, pero básicamente por una reciente, de comienzos de los años 90, que dejó claro que los gobiernos fundados en el autoritaritarismo, en el desprecio la ley, y alérgicos a la diversidad y el respeto de los derechos humanos, no son sino motores que conducen a una catástrofe que aun después de terminada no deja de espantar por sus sequelas y traumas.

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