Opinión Nacional

La danza de la muerte

 

A Franklin Brito, in memoriam

 

“La violencia es la partera de la historia”                                                                                 Carlos Marx

            Un estudio estadístico demostraría sin duda que las casi 20 mil personas asesinadas en el curso de este año, que bate el record de asesinatos civiles en tiempos de paz en la historia de la República, pertenecen a las clases D, E y F. En el seno de las cuales se encuentra, he allí el colmo de las contradicciones, el fuerte del respaldo político al principal responsable constitucional por la inseguridad reinante, cuya cosecha de muertes, en contra de lo que cabría esperar, ha sido sistemáticamente alentada domingo a domingo por obligada cadena nacional.

            Franz Fanon, en un famoso libro escrito en los años sesenta que hiciera historia entre los seguidores del tercermundismo revolucionario, Los condenados de la tierra, llamaba la atención sobre el dramático efecto inducido por la violencia del colonizador: introyectaba la violencia en el colonizado, que no encontraba mejor escape que aplicarla contra sus semejantes. Algo similar ocurre con la prédica de la violencia inducida por el presidente de la república: el llamado tácito o explícito a aniquilar a la oposición, previamente descalificada como escoria, basura o plasta y reducida a la mínima expresión del escualidismo, ha conducido su política a la vía del exterminio. Acompañada del robo sistematizado por medio de la violencia del Poder de los bienes privados que le parecen apetecibles, el llamado al asalto y al robo encuentra la alta legitimación de los fines del Estado. De allí a que el mensaje de la acción directa encuentre oídos atentos en el lumpen que prolifera en los sectores populares, degradados a comparsa de la delincuencia gubernativa. Un ejemplo especular y digno de ser imitado. El resultado: el robo a mano armada, el asalto, el secuestro y el asesinato. Si el Estado se apropia de un canal de televisión, de un banco, de una cadena de radios, de un predio, de un edificio, ¿por qué no habría de apropiarme yo, que lo eligió y puso donde había, de una cartera, un televisor, un celular, un vehículo, una vida?

            El salón de los turbios espejos del régimen complementa ese llamado a la acción directa y a la gangsterización del colectivo. Mientras más del 90 % de los asesinatos y seguramente el 100% de los crímenes de menos cuantía permanecen en la absoluta impunidad, una jueza es encarcelada por obedecer a los dictados de su conciencia y la ley que está en la obligación de respetar y cumplir. Y mientras las decenas y decenas de miles de asesinos y criminales de toda especie deambulan impunes por las calles, decenas de inocentes se ven aherrojados a las mazmorras políticas del régimen por mostrarse renuentes a someterse a su arbitrio. El mensaje del Poder no puede ser más explícito: sigue tu conciencia, oponte y vas preso. Sigue tus instintos, asesina y respáldame. Serás premiado con la libertad.

            La violencia, no es ninguna novedad, es causa y efecto de la relación entre la sociedad y el Poder. Detrás de un monarca se encuentra un mercenario, decía Voltaire. Detrás de una corona, la espada. Como el sable, la lanza y el machete estuvieron detrás de la clase dirigente surgida de nuestra Independencia. Es esa violencia, la que impone la existencia de un árbitro mediatizador, el Estado, según Hobbes. No es el espíritu, como creía Hegel, el que se apersona en la figura del estado. Es la sangre derramada.

            Pero esa función mediatizadora del Estado para impedir que vivamos en una permanente guerra de todos contra todos desaparece con la revolución, para la cual sólo la violencia arbitra. La dictadura como máxima expresión del poder pretende el monopolio de la violencia en estado puro. Y en su defecto, propiciarla y universalizarla hasta el extremo de agotar a la sociedad y hacerla fácil presa del tirano. Es lo que, según cuentan los testigos, le respondió Fidel Castro a Chávez en uno de sus primeros encuentros luego de ser electo, cuando le preguntara qué hacer con la delincuencia: “cuidado, podrían serte leales aliados en la lucha por el control total del poder”.

            De allí que no sea el azar el que nos lleva a batir records de inseguridad, brutalidad y violencia: es la economía del Poder rojo rojito. En las ciudades de Venezuela se libra una guerra civil solapada, propiciada y alentada desde el Poder. Ponerle un fin definitivo es el imperativo moral de nuestra civilidad.

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