Opinión Nacional

La democracia enemiga

Abundan, en estos confusos tiempos, quienes pretenden abordar los problemas políticos como si se tratara de
una fiesta de circo, como si para ello bastara la astucia de los maromeros que saltan de una cuerda a la otra. Se
trata de un gran simulacro. La sola idea de la democracia como sistema pluralista parece perturbarlos, ponen
todo énfasis en su condena. Así, la democracia se desahucia como sistema, y se privilegian las formas
autoritarias que la niegan. O sea, se le abre espacio a la autocracia, al caudillismo decimonónico, y a majaderías
tan anacrónicas como «el culto a la personalidad». No se excluye del lenguaje la palabra democracia, pero se le
ponen algunos aditivos tan laberínticos como ése de «democracia protagónica», verdaderamente cómico. Lo que
está en juego en Venezuela es la democracia sin adjetivos; la que desde 1936 decidió consolidar un sistema
civilizado, a pesar de que el proceso fuera interrumpido (otra vez) en 1948, por una dictadura militar. En 1958
recuperó la escena, y se inició entonces un proceso complejo que es preciso analizar sin darle tregua a los
impostores. La primera reflexión es pertinente: el siglo XX venezolano se reparte entre autocracia y democracia.

Frente a ese paisaje de la historia venezolana, 40 años de democracia pluralista y de estabilidad institucional
quizás puedan comprenderse en su significación y en sus verdaderos alcances, no sólo en el contexto nacional,
sino en el latinoamericano; mientras la democracia naufragaba en Argentina, Brasil, Perú, Bolivia, Uruguay y
Chile, el antiguo país de los dictadores preservó su sistema de libertad, y se convirtió en refugio universal de
perseguidos.

Ahora se niega el legado de la democracia, pero no basta negarlo: sus raíces son profundas, y nadie podrá
escapar de ellas. ¿Puede alguien pretender concurrir a la política abjurando de la idea de la elección popular,
directa y secreta? Nadie se atrevería a confesarlo, a pesar de que se recurra a la adulteración del proceso. ¿Puede
alguien pronunciarse abiertamente contra la libertad de expresión? No. Se morderá primero la lengua. ¿Discrepa
alguien de la política petrolera de la democracia, de la defensa de los precios, de la fundación de la OPEP en
1960, y de la nacionalización de la industria años después? No. Claro, se envanecen de la OPEP, sí, pero
guardan silencio sobre su origen y su historia de 40 años. ¿Cuestionan la política educacional, acaso, en sus
líneas fundamentales de educación de masas, abierta, que garantizó la autonomía de las universidades con
absoluto respeto a sus propias decisiones? ¿No fueron, acaso, equitativas y abiertas las políticas culturales del
Estado, a pesar de las características diversas de cada etapa? ¿No se le otorgó a la cultura la jerarquía necesaria?
La democracia venezolana llevó a cabo reformas sustanciales, desde la reforma petrolera que retomó las
políticas esenciales del periodo 45-48 -no más concesiones, mejores ingresos para el país- hasta la fundación de
la Organización de Países Exportadores de Petróleo, al año siguiente de haber asumido el poder el presidente
Betancourt. No fue una tarea simple, porque la OPEP fue vista con enorme desconfianza, y los grandes países
trataron de socavarla por todos los medios. La consideraron como un peligroso cartel de productores. Las
dificultades del tiempo de su creación pueden comprenderse mejor si se toma en cuenta que el petróleo
venezolano era explotado entonces por los trusts extranjeros, y las presiones se ejercían indistintamente de
adentro y de afuera.

Fue Venezuela, además, el país líder, y el ministro Juan Pablo Pérez Alfonzo su desvelado arquitecto. Si la
economía del país gira en torno del petróleo, y el petróleo genera los enormes ingresos del Estado, no cabe duda
de que la creación de la OPEP y, posteriormente, la nacionalización de la industria petrolera, deben inscribirse
entre los legados fundamentales de la democracia venezolana. Si alguien desea ilustrarse sobre lo que entonces
significó la OPEP como proeza de los países en desarrollo, haría bien en consultar The Prize / The epic quest
for oil, money and power, de Daniel Yergin.

Una política exterior democrática en sus principios, solidaria, que se esmeró en combatir siempre por las
grandes causas sociales y económicas, por los derechos humanos, por la autodeterminación de los pueblos, por
un sistema mundial de relaciones económicas y comerciales donde privara la equidad. Una política exterior, en
fin, que abogó por la paz y la justicia, y preservó en todo momento los intereses permanentes de Venezuela.

Desde un punto de vista político, los logros de la democracia fueron innegables. En los dos primeros períodos
constitucionales, el régimen democrático enfrentó desafíos severos, tanto del sector militar como de la derecha,
y de la izquierda. En medio de esos asedios coincidentes, los golpes militares y las guerrillas, la democracia se
impuso, no por arte de magia, sino a través de un respaldo popular consecuente, y de reformas sociales sin
precedentes, como la agraria, con las visiones, obviamente, de los años 60.

La historia del período democrático registra sucesos y conquistas que antes no se conocieron en la política
venezolana. Veamos las más relevantes: por primera vez en Venezuela, un candidato presidencial elegido en
comicios a los cuales (también por vez primera desde 1830) concurrieron los candidatos de otros dos partidos
nacionales, logra ejercer y completar los cinco años de su periodo constitucional, y entregar la Presidencia a
otro candidato elegido en las mismas circunstancias de 1958.

No es cierto que la democracia fue una conjuración de los partidos para repartirse el poder. En las elecciones de
1968, por primera vez en la historia, el candidato de la oposición triunfa sobre el candidato del partido de
gobierno. A partir de entonces, los partidos se alternan en el poder; gobernaron sin recurrir a alianzas. De
manera que hablar de los partidos como de una hermandad sin discrepancias, es un error de perspectiva, y, sin
duda, de falsificación o desconocimiento de la historia. Al analizar la democracia latinoamericana, sus logros,
sus indecisiones o sus desfiguraciones, Octavio Paz escribió: «… casi todo lo bueno que se ha hecho en
América Latina, desde hace un siglo y medio, se ha hecho bajo el régimen de la democracia».

http://www.el-nacional.com/eln23042000/f-pf6s2.htm

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