Opinión Nacional

La democracia frente a la tiranía

El tema de Venezuela en el año 2006 es centralmente uno: la democracia frente a la tiranía.

Puede haber y hay numerosas interrogantes y urgencias pero está pendiente y cortante en el tiempo inmediato una disyuntiva tremenda a la cual están subordinadas las otras alternativas.

El asunto no es que la sociedad venezolana enfrente este desafío con candidato único o fórmulas comunes de aproximación política sino que todas las definiciones y acciones concurran en el repudio a la nueva encarnación del autoritarismo comunista, a la versión totalitaria de la imprecisable revolución bolivariana que aspira a vestirse con las galas del sufragio universal y de la legitimidad democrática.

Es en esto último en lo que hay que concentrarse: la legitimidad democrática. Y en otro todavía más corto y más preciso: la legitimidad. De eso se trata, de la legitimidad, la cual constituye la referencia central de los sistemas políticos en los últimos 300 años. No es una abstracción de la teoría ni de la filosofía política sino una referencia enlazada con la cultura y el nivel ético de la comunidad. Es legítimo lo que es aprobado en términos de valor. Diferente a lo que es legal que es lo autorizado por la ley, un hecho de fuerza puede vestirse con la forma de la ley pero no puede cubrirse con el valor intangible que le confiere su origen o su naturaleza. El militar que secuestró el triunfo de la cultura civil en 1952, en Venezuela, haciéndose llamar presidente Pérez Jiménez en lugar de presidente Jóvito Villalba, nunca fue legítimo. El joven general de la Revolución Francesa que se ciñe la corona de Emperador de Francia, teniendo como notario al Papa, nunca fue legítimo y su capacidad militar jamás comparable a los gorilas que en el mundo han querido reproducir su estampa autoritaria, nunca le proporcionó el valor que más anhelaba su grandeza: la legitimidad. La legitimidad es impalpable, costosa, distante, pero dramáticamente concreta.

Un sistema político como el de Bielorrusia o el de otras de las antiguas repúblicas soviéticas carece de legitimidad. Es ilegítimo, autoritario, sin títulos legales respetables. El club de países antidemocráticos, con los cuales el presidente Chávez pretende oponerse a la fuerza del imperio estadounidense tiene armas, dinero, petróleo, fusiles, cohetes, probablemente armas nucleares, pero no disfruta ni un centésimo de la autoridad moral del Reino de Suecia.

En este país lo que habitualmente se llama el debate o la controversia política ha venido manteniendo el alto nivel de trivialidad posterior a 1998. La unidad nacional no siempre es definible en fórmulas personales o matemáticas. Pero hay otros métodos de aproximación y de consenso que permiten reducir los espacios y oportunidades para el conflicto y favore cer los consentimientos para acciones comunes o proyectos coincidentes. Si varios candidatos defienden reglas claras, comunes, inconfundibles y en conjunto rechazan lo que se oponga a estas condiciones, están formulando un proyecto común.

Esto se llama diafanidad. Si el juego es inaceptable porque un jugador se lleva las ventajas no puede haber juego. La democracia es muy inexperta todavía para manejar algunas situaciones complejas o inesperadas. El voto en blanco, al cual José Saramago le ofrece un buen trozo descriptivo, puede ser una posibilidad concreta de la democracia. No tiene la democracia todavía como enfrentar metodológicamente un resultado numérico muy próximo. En el football se destranca mediante los penaltis. Pero las segundas vueltas ofrecen también alternativas.

La abstención puede constituir un recurso político supremo pero tiene que ser documentado por un procedimiento claro, continuo, convincente. No hay abstención a priori. ¿Qué hubiese pasado si en Praga o en Ucrania se hubiesen abstenido antes de comenzar a jugar?

Pero además, ¿qué es jugar? ¿En que consiste el juego? El juego en este caso consiste en poner al gobierno enfrente de sí mismo. Mostrarle el rostro de la pobreza que ha producido en ocho años y su incapacidad para enfrentar uno solo, así mismo, uno solo de los grandes retos del país.

Este experimento político llamado revolución bolivariana vive de la pobreza y de proyectos sociales que podrían ser motivos para atraer el humorismo mundial. Sus experimentos comunitarios de trueque, para sustituir la moneda formal por la moneda que ellos llaman social y cuya versión descriptiva es, por ejemplo, cambiar una cachama o cualquier pez fluvial por cereales, para así realizar el trueque de las sociedades primitivas, no es un proyecto político de bucolismo regresivo sino un episodio que puede invitar a los humoristas del mundo a que pongan la mira en el socialismo del siglo XXI.

Poner el gobierno frente a sí mismo es no solamente mostrarle su incapacidad total, su derroche y su corrupción, sino su violación permanente del Estado de Derecho y su naturaleza autoritaria, militarista y antidemocrática.

En el referéndum revocatorio el Gobierno puso durante casi un año de relieve su descarado ventajismo. La oposición se presentó con el aire de los primeros cristianos en el circo romano. Ahora ese mismo abusivo ventajismo puede ser argumentado a favor de la oposición.

Y el que acepte ser candidato debe asumir el compromiso moral y político, bien documentado ante la opinión internacional, de que si no se respetan las reglas básicas del debate democrático, la respuesta sería la abstención.

En este caso la abstención no sería un testimonio de ausencia sino abierta proclama mundial, voto en blanco masivo, contra un acto de ilegitimidad del poder.

Es en este último espacio donde es necesario situar la argumentación, para después convertirla en argumento jurídico, en hecho político y en testimonio ético.

Sería un conspicuo acto de protagonismo histórico en los albores del siglo XXI. El caso Venezuela puede ser proyectado en términos mundiales para demostrar que de la fuente electoral pueden emerger demonios, como argumento en mi próximo libro Los demonios de la democracia en lugar de fórmulas legales de convivencia. Las amenazas contra la libertad de expresión, el derecho de propiedad, el derecho a la educación democrática, los derechos políticos, el abuso por parte del Presidente en la utilización de los medios de comunicación, son hechos presentes, visibles y audibles.

La oposición debe ser terminante en pedir un clima de libertades, de convivencia, de no agresión por parte del presidente y del gobierno y la libertad de todos los presos, civiles y militares, por acciones conectadas con hechos políticos. La sociedad democrática debe ser enfática en la solicitud de una amnistía como ambiente de conciliación nacional.

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