Opinión Nacional

La democracia: un asunto de los pueblos.

La Segunda Guerra Mundial fue, seguramente, el más universal de los acontecimientos sociopolíticos vividos hasta entonces por la Humanidad. Parece posible afirmar que no quedó un rincón habitado del planeta que no fuese afectado de inmediato, directa o indirectamente, en mayor o menor grado, tanto por sus expresiones militares e ideológicas, como por sus repercusiones políticas, económicas y sociales. Su desenlace atómico no sólo consolidó la universalidad del acontecimiento, sino que lanzó esa universalidad por una proyección abierta que ha sido, desde entonces, el fantasma que más aterra a la Humanidad.

Es obvia la significación de la Segunda Guerra Mundial como la primera y primordial derrota infligida al totalitarismo, en sus dos más agresivas derivaciones del socialismo, el fascismo y el nacionalsocialismo. Lo es también en su proyección hacia la confirmación de un orden mundial articulado sobre bases que tienden a lo igualitario y democrático, en las relaciones internacionales, y a lo genéricamente humanitario en lo concerniente a los derechos del hombre. Parece posible afirmar que a la existencia de este ordenamiento puede atribuirse el hecho de que el cruento y generalizado episodio denominado La Guerra fría no desembocase en una abierta, y posiblemente terminal, conflagración mundial.

Pero mis palabras no estarán dirigidas a explorar estos fundamentales aspectos de la cuestión que motiva este Foro. Lo estarán a proponer a la consideración de Ustedes un resultado de la Segunda Guerra Mundial que, en lo concerniente a los venezolanos, ha pasado inadvertido. Lo enunciaré de esta manera: la democracia venezolana es una de las tres grandes democracias resultantes de esa guerra, compartiendo esa condición con Japón e India; y con ello la instauración del régimen sociopolítico democrático en escenarios que parecían muy poco propicios a ese efecto. En el caso de los venezolanos, se había llegado a considerarnos histórica y socialmente incapacitados para el ejercicio de la democracia, y por ello condenados a padecer dictaduras y veladas tiranías.

Y es al caso de la democracia venezolana que deseo referirme. En la Larga marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia es posible distinguir dos grandes etapas. Una etapa ha consistido en la instauración de un régimen sociopolítico democrático.

Los antecedentes pueden hallarse a mediados del siglo XIX, pero su realización ocurrió a partir del 18 de octubre de 1945, justamente al término de la Segunda Guerra Mundial. Llegó a su término, igualmente, la dictadura liberal regionalista que imperaba desde el comienzo mismo del siglo XX. Los hombres que impulsaron ese histórico cambio tuvieron clara comprensión del momento internacional que vivían, y de las expectativas que, en parte debido a ello, podían abrigar. En un discurso pronunciado el 6 de mayo de 1945, el más representativo de esos hombres, Rómulo Betancourt, dijo: …”Desconfiamos confesamente de los gobiernos que están moldeando la paz, pero creemos, con apasionada y militante fe, en los pueblos de Europa, de Asia, de América que con su energía colectiva serán capaces de forjar un mundo mejor, de hacer cumplir la Carta del Atlántico, de transformar las cuatro libertades rooseveltianas en norma de convivencia humana, ahora que corren el riesgo de servir apenas como pie forzado de oraciones necrológicas, vertidas sobre la fosa recién abierta del gran estadista estadounidense.” A lo que añadió una expresión de firme convicción: “Nosotros creemos que la post-guerra abre para todos los pueblos del universo magníficas perspectivas y grandes posibilidades. Entre ellas hay una fundamental; libre cancha para el desarrollo democrático de las naciones, porque si algo ha quedado liquidado definitivamente, o cuando menos por algunas décadas, en esta sangrienta contienda, ha sido la tesis providencialista del ‘jefe único’”… (Rómulo Betancourt, Rómulo Betancourt. Antología política, volumen tercero, 1941-1945, p. 305).

Los requerimientos de la lucha contra el fascismo llevaron a la producción de los dos documentos que acabo de mencionar. Uno, la Doctrina de las cuatro libertades, formulado por Franklin Delano Roosevelt. El otro, la Carta del Atlántico, suscrito por el ya mencionado y Winston Churchill. En su contenido vieron los demócratas venezolanos la garantía de la autodeterminación de los pueblos y la legitimación de la aspiración democrática, y actuaron en consecuencia. Infortunadamente para otros pueblos, esos documentos, presentes en las conferencias de Teherán y Yalta, vieron agostarse su fuerza, hasta perderla del todo, en el infame reparto de zonas de influencia; mientras nuestra naciente democracia sufría un transitorio colapso en aras de la Guerra fría.

Pero la Historia es tenaz, y la democracia apresuradamente sembrada en el lapso 1945-1948, arraigó, y superando reiteradas y dolorosas agresiones, tras casi cuatro décadas de vigencia, reveló los requerimientos de la que constituye la segunda gran etapa de la fase final de la Larga marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia. Se hizo patente que la democracia, por no ser sólo un régimen jurídico-político sino, sobre todo, un tejido orgánicamente sociopolítico, no radica en las instituciones, -por ser éstas siempre intimidables, corruptibles o desnaturalizables-, sino en la sociedad.

En suma, que sólo una sociedad genuinamente democrática puede ser el asiento de un régimen sociopolítico democrático, consolidado y autoperfeccionable. Y en impulsar la formación de esa sociedad estamos ocupados hoy los venezolanos que oponemos nuestra determinación democrática a las pretensiones, confesamente absolutistas, de quienes atentan contra la República liberal democrática.

No estamos solos en esta lucha, como tanpoco somos la única sociedad amenazada por los que René Felber, Presidente de la Confederación Helvética, denominó los viejos demonios, exacerbados por los sobrevivientes de los regímenes autoritarios derrotados en 1945, coludidos con los ahora náufragos del socialismo autocrático.

Los pueblos hermanos del Este de Europa viven el trance de disipar, en su seno, las secuelas de un pasado reciente que puso medio siglo de distancia entre la aspiración de democracia y libertad, que se esperaba después de la derrota del nazifascismo, y la instauración de un régimen sociopolítico democrático. También el pueblo venezolano vive hoy la amenaza de viejos demonios, atávicos y sobrevivientes de los regímenes derrotados en La Guerra fría, confabulados contra su democracia.

Esos pueblos, aquí dignamente representados, advierten con cada día mayor claridad, como lo hace el venezolano, que la vigencia de un régimen sociopolítico democrático sólo es posible mediante la conformación de una sociedad genuinamente democrática. Tal es la lección que brinda la historia contemporánea: la democracia es un asunto de los pueblos.

Caracas, 2 de noviembre de 2008
Nota: Ponencia presentada en el Foro “La Democracia: un asunto de los pueblos”, organizado por el Instituto Respekt Cas La Venezuela, Grupo de extensión Universidad Central de Venezuela. Ponentes: Germán Carrera Damas, Embajador, Historiador {Venezuela), Philip Dimitrov, Ex Primer Ministro, Diputado y Embajador (Bulgaria), Jan Rumli, Líder de la Revolución de Terciopelo, ExMinistro del Interior (República Checa), Eduard Kukan, Embajador, ExMinistro de Relaciones Exteriores (República de Eslovaquia), Fredo Arias King, sovietólogo, Milos Alcalay, Embajador (Venezuela) y video conferencia de Vaclav Havel, Líder de la Revolución de Terciopelo, Expresidente de la República (República Checa). La participación de Lech Walesa, Premio Nobel de la Paz y ExPresidente de la República (Polonia), fue impedida por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela. Caracas, Universidad Central de Venezuela, 3 de noviembre de 2008.

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