Opinión Nacional

La desilusión de Dios

Citando a Robert Pirsig, que asegura que: “cuando una persona sufre de creencias míticas se llama enfermedad mental, y cuando muchas personas sufren de lo mismo se llama religión”, se me ocurre que las discusiones filosóficas modernas no pueden ser entendidas, ni siquiera tangencialmente, desde el marco mítico del socialismo del siglo XXI. Y posiblemente tampoco, desde el marco de cualquier sociedad subordinada a los criterios de una “mitificada” institucionalidad.

Es por eso que el ataque del jefe del socialismo del siglo XXI a la iglesia deja de ser verídico cuando en realidad sólo se trata de un simple quítate tú pa´ ponerme yo.

El título de esta nota se genera del libro “The God Delusion” de Richard Dawkins, quien apunta (mi libre interpretación), que “por ahora Dios es el creador supernatural del universo, omnipotente, omnipresente y omnibenevolente”, y aunque existen otros autorizados pensadores como Dawkins, que argumentan contra la existencia de Dios, sospecho, que destruir  creencias, en el mejor de los casos, sólo nos encamina a crear nuevas formas de religiosidad.

La necesidad de “fe”, es inherente a grandes estratos de las sociedades del mundo, así como lo son las necesidades de creer en loterías u horóscopos alentadores. Esta es una debilidad que bien puede ser aprovechada por aquellos que, aún siendo creyentes, están conscientes de los frutos que se pueden generar de la ingenuidad que propicia el fervor.

En el “San Manuel, bueno, mártir” de Don Miguel de Unamuno, nos percatamos de una realidad difícil de rechazar: al cura del pueblo, que circunstancialmente era bueno, lo hacen santo. Y al final, cuando descubrimos que su fuerza se ha nutrido de su profundo y claro ateísmo, ya que San Manuel, misericordioso, era el único “no creyente” de la comunidad, es cuando entendemos cómo surge la inevitable cementación de la religiosidad, lograda, contradictoriamente, desde la ausencia total de la fe.

Al igual que San Manuel, Chávez tampoco cree en nada. Simplemente cree en que “el creer” es rentable tanto para el como para la iglesia. Y que de ser como siempre ha sido, pragmáticamente, mejor que crean en mí y no en los que están en mi contra. Sin embargo, existe una gran diferencia de actitud entre estos dos actores: a saber, que el heterodoxo “San Manuel, bueno, mártir”, de Unamuno, esgrime la actitud de un misericordioso cristiano que hace el bien, mientras que  nuestro energúmeno bolivariano, simplemente esgrime una espada mutiladora de cualquier benigna ingenuidad.

Así vamos andando a ciegas en esta vereda de “señores escogidos” donde nadie se atreve a cuestionar la esencialidad de la enfermedad. Donde la ciencia, la tecnología, el orden social y la convivencia, no se rigen por las leyes de la naturaleza sino simplemente por las leyes de los mitos que logren enraizarse en la sociedad.

El problema no es sólo de Venezuela, sino de toda la humanidad.

Si lográramos dar al traste con esas circunstancias, respetando la absoluta validez de las manifestaciones culturales que naturalmente se generan de esas necesidades oscurantistas, lograríamos hacer una verdadera revolución. Y no sólo en Venezuela, sino también en Afganistán, Israel e Irlanda, así como en muchos otros países donde las sociedades adolecen de cierta irracionalidad desde sus ceñidas religiosidades.

Creo que tenemos mucho que aprender, y si no reflexionamos en aras de asumir una actitud algo más pragmática, más científica, más racional, o más bien desapegada de las fáciles soluciones narcóticas que, eficientemente, hay que reconocerlo, logran hacernos creer que nos sentimos mejor, seguiremos sufriendo las consecuencias del Olimpo bolivariano.

O para decirlo mejor (aunque suene contradictorio): ¡que Dios nos proteja de nuestro irracional y empedernido apego a los mitos…!

Liko Pérez

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