Opinión Nacional

La equivocada ruta cubana.

La presencia de Fidel en la toma de posesión de nuestro Presidente no debió crear preocupación. Como Jefe de Estado, aunque no haya sido legitimado en 40 años por el pueblo, Castro era invitable. Y fue invitado y vino. ¡Cómo perderse esa oportunidad una vedette profesional para actuar! . Imposible. Confiamos en que nuestro Presidente, que sí está legitimado, no acepte los consejos del moribundo dirigente de una revolución aun más moribunda que él. Imagino que habrá escuchado muchos consejos de Castro pero para no seguirlos, única vía para que la revolución en democracia de nuestro Presidente no se convierta en otra revolución moribunda! ¡Cuidado! Sea original.

Por eso no es inútil que nuestro Presidente conozca como actuó Castro a partir del 1º de Enero de 1.959, para que no siga los pasos que condujeron a una revolución fracasada y al pueblo a una frustración colectiva. No puede presentarse como exitosa una experiencia de cambio como la de Cuba donde el pueblo se va hasta nadando de ese paraíso que dice Castro haber construido. ¿ Por qué la gente se quiere ir?. ¿ Por qué?.

Lo primero que hizo Castro fue destruir a la sociedad civil cubana y a sus instituciones. Enfrentó a todos los sectores de esa sociedad. Empezó por los partidos políticos y las organizaciones sindicales (CTC) a quienes responsabilizaba constantemente de la crítica situación en que encontró al país. Para lograrlo dividió a los cubanos en revolucionarios o puros y contra-revolucionarios o corruptos. Quienes lo apoyaban eran todos puros, quienes lo adversaban eran todos unos corruptos. Así nació una nueva moral revolucionaria desconocida que nada tiene que ver con la moral cristiana. La destrucción de la sociedad civil, sus organizaciones más representativas y sus instituciones básicas dejó al ciudadano «indefenso» frente a un estado militarizado cada vez más poderoso.

Simultáneamente fue paralizando cualquier reacción contrarevolucionaria que pudiera producirse amenazando e infundiendo temor en la población pensante. Mejor que poner a la gente presa era someterla a través de una «guerra psicológica» que le dio excelente resultado. Las concentraciones tumultuarias amenazantes en la Plaza de la Revolución y los discursos interminables de Fidel contribuyeron a extender una presión psíquica sobre el ciudadano quien, sin saber por qué, empezó a sentir miedo. Esa sensación de sentirse preso mientras se caminaba por una calle cualquiera de la Habana, era el producto de la guerra psicológica desatada por el Líder en sus discursos casi diarios. Para Castro fue una estrategia válida porque consiguió una pasividad total, una inmovilización «voluntaria» muy efectiva de quienes estaban preocupados por el rumbo de la Revolución. Los medios de comunicación, por ejemplo, iniciaron, atemorizados, la autocensura pensando que si se plegaban serían respetados. Sucedió al revés. Los diarios más contrarevolucionarios fueron los últimos en ser cerrados y aquellos que se «acomodaron» -mostrando debilidad y miedo- fueron clausurados mucho antes. El caso del Diario de la Marina, decano de la prensa, ilustra esto pues fue el más respetado porque se hizo respetar. La agresión constante no fue casual sino una estrategia para colocar los adversarios a la defensiva como se hace en una guerra.

La destrucción de la sociedad civil y el temor de ser aplastado, no por el pueblo pensante que estaba bien preocupado, sino por las masas irreflexivas manejadas a través de la emoción y el circo por Castro, actuaron como un factor de represión muy efectivo.

Pero como siempre hay un porcentaje pequeño que hace resistencia a la autocracia y que no puede ser reducido por la guerra psicológica y el miedo, la revolución se vio obligada a crear dos organismos represivos. Los Comités de Defensa de la Revolución (C.D.R.) y el G-2. Los primeros vigilaban a los ciudadanos, cuadra por cuadra, a través de todo el país y el segundo recibía las denuncias de los C.D.R. sobre cualquier reunión «sospechosa» y actuaba en consecuencia como órgano represivo. Una reunión casera familiar de cuatro o cinco personas, por ejemplo, era reportada como sospechosa al G-2. Las denuncias eran inocuas en un 90%, pero solo el saber que uno podía ser denunciado al G-2 -que registraba el nombre de todos los asistentes- era suficiente para profundizar y ampliar la paralización de ese 10% en rebeldía. El temor ante lo repetidos discursos amenazantes y las movilizaciones de las masas, utilizados ambos como disuasivos, era así reforzado mediante un aparato represivo sofisticado que había asimilado la experiencia soviética y china al respecto.

Es curioso señalar que mientras estos controles se ejecutaban sin hacer mucho ruido, el pueblo, o mejor las masas, seguían alegres disfrutando sin conciencia del peligro de un circo impresionante especialmente preparado para ellas que la hacía muy feliz. Juicios revolucionarios, corruptos atrapados por hechos de corrupción verdaderos o falsos, eso no importaba mucho. Fusilados en el paredón. Esta fue la época también de los «fusilamientos morales», peores que los físicos, que siempre eran menos aunque suficientes para impactar al mundo. Este escándalo fue el precio que debió pagar la revolución y su líder en el exterior para neutralizar con el terror cualquier reacción interna contraria de los gusanos o sea los corruptos.

Cuando el carnaval y el circo terminaron, el pueblo despertó; pero ya Castro no lo necesitaba. La popularidad del régimen pasó a un segundo plano. Destruidas las organizaciones políticas y sindicales, fraccionada la sociedad civil, atemorizada y neutralizada la Iglesia, reprimidos los rebeldes, el gobierno autoritario se impuso sin mucha dificultad al desaparecer las defensas de un ciudadano cada día más impotente. Entonces se pudo avanzar más. Las propiedades de los empresarios y de los políticos fueron confiscadas bajo la acusación de ser corruptos por la llamada «justicia revolucionaria» practicada por Tribunales parcializados. Estatizadas las propiedades de todos, el Estado se convirtió en el empleador único y el ciudadano dependió aun más de él para tener trabajo y para poder comer. Se completó así el ciclo hacia una dependencia y sometimiento total. El derecho al trabajo era efectivo sólo para los simpatizantes de la revolución. Para vestir la actuación revolucionaria de legalidad se hizo una nueva Constitución a la medida de Castro. Poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial quedaron en las manos de un solo hombre legitimado por sí mismo y no por el pueblo. Lo que sigue después tanto nuestro Presidente como cualquier venezolano lo sabe. Quiebra de la economía, distribución de la miseria entre una masa frustrada, solicitud de ayuda a la U.R.S.S. para tapar el desastre económico con un subsidio e hipoteca de la soberanía nacional.

Después el circo se redujo pero Castro seguía gritando en la Plaza de la Revolución que Cuba era el único territorio libre de las Américas. Sin pan y sin libertad. Ahora que no hay U.R.S.S. el líder está en una afanosa búsqueda, o cacería impúdica, de inversionistas capitalistas extranjeros que le den la mano para sacar a Cuba del caos de su economía socialista. Ironías de la historia. El que tenga ojos para ver que vea…

Presidente Chavez, siempre es mejor experimentar en cabeza ajena. No exponga su mandato tan lleno de esperanzas al fracaso. Su paso por la Historia puede ser estelar. Aléjese de esta ruta autoritaria que dejó a un pueblo frustrado sin libertades y también sin pan.

El Libertador y la Historia están vigilantes.

* Abogado.

jefe de la Cátedra de instituciones políticas de la U.C.A.B.

FAX: 730-57-23.

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