Opinión Nacional

La espiritualidad mata los demonios

La espiritualidad es la energía morfogenética del individuo que suma razón, sentimiento y acción para marcar hitos y romper paradigmas en la historia de la República. Su incidencia en dos macro-componentes estructurales del Proceso Bolivariano: Bien Común y poder popular nos permite afirmar que el nuevo modelo de sociedad que busca establecer la revolución en Venezuela es consecuencia de la racionalidad política en conjunción con la energía que emerge de la fuerza integral del revolucionario. La espiritualidad es el vaso comunicante para concebir un sistema político cuya raíz es el Bien Común.

Esta característica, sin que le agreguemos otras, es suficiente para entender que el Proceso Bolivariano nunca es ni será igual o similar, a los otros modelos políticos que se sostienen con base en el usufructo del poder. La democracia representativa, por ejemplo, no entiende la vida y al mundo desde una visión de amor hacia al prójimo. Lo hace sobre el marco capitalista cuya esencia lo define el beneficio y la acumulación hasta el valor infinito que produce el mercado. Su razón existencial es el lucro, el egocentrismo, la competencia, la rivalidad, el individualismo, el consumo. Diametralmente opuesto a la meta de la revolución.

La diferencia la encontramos que en la revolución lo espiritual permite que se direccione la acción política hacia la satisfacción de las creencias basadas en el humanismo. El poder popular, por ejemplo, significa transferir la potestad de la toma de decisiones al pueblo organizado. Quien no sienta amor por el prójimo, nunca cederá el poder a nadie. No dará ni un milímetro de la dirección del aparato del Estado a los grupos comunitarios que lo necesitan para satisfacer sus expectativas de vida. Eso se obtiene de manera legítima, cuando por propia voluntad la acción política inmersa en la convicción de la espiritualidad humana, el revolucionario se iguala a su prójimo y resaltando la disposición de desprendimiento y de solidaridad fraterna, decide conscientemente materializar la transferencia de poder al pueblo. Quienes no pongan en práctica este principio no son revolucionarios.

La fase actual del Proceso identificada como la de transición, es decir, traslación del poder y transformación de la estructura social demanda consecuencia con los postulados socialistas. Justo momento para estimular la conciencia en el colectivo a fin de expandir su entendimiento, reforzar su voluntad de lucha y consolidar los factores internos de su energía creadora. Transición para ver el socialismo hecho realidad. Transición del pragmatismo del capital al Bien Común del socialismo.

Resulta entonces que la espiritualidad es la fuerza demoledora de los demonios (contra-revolución) que aparecen en la escena para impedir los avances inexorables del nuevo modelo de sociedad. Es por lo tanto un componente orgánico del revolucionario inherente a la concreción permanente, constante y final de la Revolución.

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