Opinión Nacional

La ficción del odio

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Los grandes valores de la contracultura son norteamericanos. Yankee fue el hombre que inspiró a Gandhi: Henry David Thoreau, el autor de Walden, promotor de la desobediencia civil pacífica. Otro personaje, Martin Luther King, simbolizó lo mejor del espíritu americano y como tal fue homenajeado el pasado martes, reinvidicada hasta la saciedad su visión pacifista y de reconciliación, al alcanzar un afroamericano la primera magistatura de los Estados Unidos. No hace falta mencionar la inmensa transformación sufrida en los años sesenta por ese gran país para recordar la genuina fuerza que impulsa su democracia, arraigada por años de lucha contra el racismo y las aventuras militares. Algunos de nosotros tuvimos esa experiencia y presenciamos el horror; otros leímos al respecto, frecuentando los libros del propio Luther King, los de John Lewis, David Halberstam y tantos más. Recuerdo particularmente Soul on Ice, de Elridge Cleaver, candidato de las Panteras Negras a la presidencia de los Estados Unidos, por la honestidad de su confesión. O la autobiografía de Malcom X, atormentada, violenta. Native Son de Richard Wright: la inevitabilidad del crimen, cuando no existen alternativas a la pobreza y a la incompresión. La pavorosa sinceridad de aquel libro de James Baldwin, The Fire Next Time o El hombre invisible de Ralph Ellison. Y más reciente aún, la obra de Toni Morrison, sobre todo Beloved, la crónica de una comunidad de esclavos al finalizar la Guerra Civil, imaginaria pero real, la inmensa verdad de toda ficción.

El espectro de la guerra siempre estuvo ahí, el fantasma de un enfrentamiento entre blancos y negros o ricos contra pobres. La tentación de las armas siempre es poderosa. Más fácil resulta insultar que respetar al adversario. Por eso mataron a King cuando hablaba de comprensión, acorde con una postura ética de gran contenido religioso, enfrentada al discurso de la intolerancia. Malcom X terminó asesinado, después de su peregrinación a la Mecca, al darse cuenta del valor de la verdad: el diálogo es superior a la violencia. El discurso inaugural de Barack Hussein Obama es fruto de un árbol de grandes raíces, que alimentan millones de personas a la sombra de la esperanza, para prosperidad suya y de la nación que ayudan a construir. Optaron por el reformismo y derrotaron la revolución. El cinismo de la discordia no fue invitado.

El cotidiano pregón de la violencia chavista, en cambio, no tiene arreglo. Privilegia el resentimiento y envalentona al ruidoso, al abusador que no tolera la disciplina ajena. Mataron a otro periodista en Valencia, asesinaron a Orel Sambrano, víctima del sicariato, al igual que el Dr. Larrazabal, veterinario del Haras San Francisco. Y el Ministro Tareck El Aissami se rasga las vestiduras ante las cámaras de televisión, en protesta por la muerte de mil palestinos en una guerra trágica, proclamando su condición de iraquí. ¿Por qué no se rasga las vestiduras por los caraqueños o por los huérfanos venezolanos o es que sólo los palestinos le preocupan? Llevamos más de cien mil muertos, no pase esa cifra por alto. Escribo estas líneas y todavía está en el aire la violencia que intentó aplicar la Guardia Nacional contra una marcha de estudiantes que protestaba por la inseguridad en Carabobo. Afortunadamente la Policía del Estado, que ya no recibe órdenes rojitas, impidió la tragedia. La verdad es una ruta de coraje, de sacrificio y lucha, pero no hay más por dónde coger. Nunca tuvimos cerca la tentación de sangre derramada, esa se la dejamos a La Piedrita y a otros exaltados, que ocultan su odio tras armas con seriales limados. Podrán tener la fuerza, pero nunca la razón.

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