Opinión Nacional

La fiera herida: entre la vanidad, la derrota y la muerte

Es fundamental comprender la magnitud de nuestra empresa. Poner fin al delirio de la vanidad ilimitada de quien antepone su gloria a los intereses de su Patria. Y prever su reacción y la de los suyos ante la existencial derrota.

Retomando la palabra de Cohelet, hijo de David, para quien la historia del hombre es la historia de la vanidad – “vanidad, vanidad, todo es vanidad”, afirmó en ese maravilloso compendio de sabiduría política que es el Eclesiastés – Thomas Hobbes, el gran pensador inglés que abrió la filosofía política a la comprensión del Estado moderno y a la fundamentación de la acción política misma, reafirmó que en el fundamento de la política, en el origen del ansia de Poder del hombre, – única bestia que hace de la conquista del Poder Infinito leitmotiv de su existencia-, se encuentra la vanidad.

Pulsión animal de competir hasta derrotar a todos los otros hombres, establecer su poderío total y obtener el reconocimiento, el sometimiento y la esclavitud de sus semejantes condenándolos a reconocerlo en su grandeza. Pues ese afán, definitorio de lo humano, lleva a su famosa definición de la vida social como la guerra de todos contra todos: bellum omnia contra omnem. De la que, finalmente, el vencedor absoluto es el tirano. “La felicidad consiste en superar continuamente al prójimo” – una suerte de carrera perpetua, decía Hobbes – “que no tiene otra meta, otro premio, que ser el primero”.[i]

Pero si la vanidad es uno de los extremos de la búsqueda del Poder, la que lo determina en tanto tal, el otro, el que pone un límite insalvable a los apetitos del poderoso, es la angustia ante la muerte. La única realidad capaz de interrumpir el delirio del todopoderoso y al cual su vanidad debe rendirse. Máxime cuando aparece repentina, súbitamente como amenaza real. Y sobre todo si esa amenaza está revestida de violencia: “La oposición con que comienza la filosofía política de Hobbes es la oposición entre la vanidad como raíz del apetito natural y el miedo a una muerte violenta como la pasión que hace racional al hombre”[ii].

Es precisamente entonces, cuando el mundo imaginario que se ha construido y en el que ha obtenido el reconocimiento de los otros, se ve brutalmente invadido por el horror a la muerte, que irrumpe la realidad en todo su invencible y supremo poderío. “Los hombres no tienen otros medios para reconocer sus propias tinieblas que razonar sobre las desgracias imprevistas que le acontecen en sus caminos”.[iii] Es el comienzo del fin de la felicidad de quien necesita del reconocimiento permanente de su incuestionable superioridad por parte de sus súbditos. Pues o bien le continúan reconociendo tal superioridad, o ponen fin al efecto de la seducción y lo desconocen: el desaire de los otros. “Pero ser desairado es la mayor animi molestia, y del sentimiento de ser desairado surge la mayor voluntad de herir.

El desairado anhela venganza. Para vengarse ataca al otro, sin importarle si al hacerlo pierde la vida. Sin preocuparse por la conservación de su propia vida, él desea, sin embargo, por sobre todo que el otro permanezca con vida; pues “la venganza no tiene como objetivo la muerte, sino el cautiverio y el sometimiento de un enemigo…la venganza tiene como objetivo el triunfo, que no es tal sobre un muerto”.

La lucha que estalla entonces, – en la cual según la opinión de ambos contendores, el objetivo no es el asesinato sino el sometimiento del otro – se torna, puesto que es una lucha entre cuerpos, una lucha real, forzosamente grave…El miedo modera la ira, coloca el sentimiento de ser desairado en el trasfondo y transforma el deseo de venganza en odio. El objetivo del que odia ya no es más el triunfo sobre el enemigo, sino su muerte.”[iv]

Hobbes, el gran pensador del Estado y la política, vivió en pleno siglo XVII, y escribió su obra cumbre, EL LEVIATHAN, en 1651. Que su pensamiento, montado en la cornisa que separa la filosofía política fundada en Sócrates, en Platón, en Aristóteles y la Patrística, dominantes hasta el Renacimiento, por una parte, y la nueva realidad de los Tiempos Modernos, por la otra, tocaba la esencia de la nueva política lo demuestra la insólita actualidad de sus ideas. Sirven como a propósito para explicarnos la lucha a muerte en que hemos venido a dar y el enfrentamiento cuerpo a cuerpo que podría – y seguramente podrá – ponerle un fin definitivo a la tiranía de un vanidoso.

Es fundamental comprender la magnitud de nuestra empresa. Poner fin al delirio de la vanidad ilimitada de quien antepone su gloria a los intereses de su Patria. Y prever su reacción y la de los suyos ante la existencial derrota. Pues mientras su vanidad y su orgullo son infinitos y estrictamente individuales, los nuestros están limitados por el reconocimiento de la Ley y el Orden y de ninguna manera sujetos a un hombre, sino al bienestar de toda nuestra sociedad.

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