Opinión Nacional

La filantropía como alternativa política

Frecuentemente me preguntan cuál es la mejor alternativa ideológica para contraponerla al Socialismo del Siglo XXI, ya que el simple liberalismo económico atraviesa su peor momento en setenta años, por la debacle financiera internacional.

En principio, no creo útil la simple continuación de un discurso anti-socialista, especialmente porque en Venezuela, todas plataformas ideológicas han sido más o menos socialistas. Desde la socialdemocracia hasta el socialcristianismo, incluyendo el socialismo revisionismo del MAS en los setenta. Desde los albores de la democracia, todos los ideólogos de partidos entendieron que el gran reto era darle un contenido esencialmente social al proyecto político de las organizaciones.

Ahora que el Gobierno Nacional ha radicalizado sus posiciones y acelera un programa de nacionalizaciones y estatizaciones, se impone ubicar un discurso social para ese enorme segmento poblacional, económico y cultural que no se asimila dentro del socialismo.

Recordemos que el nudo-giordano de la política venezolana continúa siendo esa inmensa franja de la pobrecía nacional –campesinado, desempleados, habitantes de los cerros y quebradas, trabajadores informales y desasistidos en general- quienes siguen enganchados con Chávez y no perciben en la oposición un planteamiento específico y holístico para ellos.

Como resultado de ese desbalance en la oferta programática, el Gobierno ejecuta las estatizaciones y nadie sale a protestar por los intereses de los antiguos patronos. Muy diferente fuera la situación y esa política marchara a un ritmo mucho más lento si los peones estuvieran solidarios con los hacendados, los obreros con sus caporales petroleros y todos los trabajadores con sus patronos tradicionales. El dilema se plantea en términos muy desfavorables porque es un Gobierno popular y proteccionista que ofrece más beneficios para el trabajador, versus unos empresarios usualmente concebidos como egoístas y sólo movidos por sus propios intereses.

Esa percepción impopular, elitesca y clasista del empresariado venezolano es resultante de varios factores. Primero, la falta de una estrategia de posicionamiento con las comunidades y mayor responsabilidad social, la gran falla de relaciones públicas de nuestras empresas. Segundo, las cicatrices dejadas por la década infame del “capitalismo salvaje”, aquellos años noventa cuando se eliminó casi toda la protección social, la retroactividad de las prestaciones, incluso el seguro social. Y tercero, por el rol beligerante de discursos opositores asumidos por los dirigentes gremiales del sector, empeñados en sacar a Chávez sin ofrecer nada concreto como alternativa.

Pero a pesar de su falta de liderazgo popular en sectores marginales, la empresa privada no puede desaparecer en Venezuela. Primero porque socialismo y capitalismo obligatoriamente han coexistido en todos los experimentos de la historia. Aún la Cuba de los años setenta y la China de la Revolución Cultural necesitaron un segmento privatizado de “firmas” que manejaban el comercio exterior y mantenían la productividad. Así la Yugoslavia de Yosip Broz Tito, la China de Den-xiao Ping, Cuba misma desde los años noventa. Eso lo aprenderá el Gobierno más temprano que tarde, y tendrá que reprivatizar casi todo lo que ahora está estatizando, pero entre tanto, debemos provocar una profunda redimensión de la visión social del empresario venezolano.

La historia universal no registra otro esquema operativo surgido de la inventiva humana mejor que la empresa, que proviene el emprendimiento, la responsabilidad, la labor tesonera, de hormiguita, el denuedo y desvelo del individuo apostando por la mayor eficiencia, productividad, rendimiento y crecimiento, combinando ahorro, inteligencia, capacidad y empeño.

Un derivado esencial de la tradición empresarial ha sido la filantropía, que viene desde los griegos, el amor a la humanidad. El filántropo es un empresario del interés social, que satisfecha sus necesidades, ahora piensa más en los otros y no tanto en sí mismo. Occidente ha producido los grandes paradigmas de la filantropía, desde el suizo Henri Dunant quien se arruinó para fundar la Cruz Roja Internacional hasta Andrew Carnegie, el magnate del acero quien dijo que el sólo interés por el dinero hacía mediocre al hombre y de hecho dedicó gran parte de su fortuna a causas caritativas y culturales.

Venezuela tuvo una tradición filantrópica de avanzada en los siglos diecinueve y veinte. Desde las “Sociedades Económicas de Amigos del País” que promovían la inmigración y el saneamiento, hasta las colonias alemanas que en Maracaibo desarrollaron hospitales y centros de atención social. Empresarios de enorme compromiso social que legaron buena parte de la red hospitalaria y educativa de la cual dispone hoy el país.

En Venezuela debemos imitar el ejemplo de los auténticos capitalistas, quienes han creído en el auténtico desarrollo que es humano. Como John Rockefeller quien se retiró de todas sus empresas y destinó la mitad de su fortuna para luchar contra el paludismo y la lepra en el mundo entero. Claro que la Standard Oil Company era imperialista y desestabilizó gobiernos, pero es justo recordar también los millones de personas que se salvaron gracias a la profilaxia social y sanitaria financiada con esos recursos. O el mismo Eugenio Mendoza quien constituyó la Fundación contra la parálisis infantil, hospitales y otros centros de atención social.

Hablo de los ganaderos recreando el programa de la “Gota de Leche” entre las comunidades indígenas de su entorno y creando “repartos para viviendas y conucos”, por iniciativa propia, antes que el Gobierno se los imponga. Hablo de cada empresa irradiando proyectos de desintoxicación (contra el alcoholismo masificado y la ludopatía) en los barrios de su entorno. Que la cultura rotaria y leonística, de las fundaciones y asociaciones sin fines de lucro pase a presidir la agenda empresarial y que Fedecamaras verdaderamente imite a los empresarios norteamericanos, quienes han creado miles de ciudades-iglesia, con hospitales, ancianatos, orfanatorios, farmacias, bibliotecas y teatros, todo financiado por empresarios devotos, cristianos y de gran compromiso social.

Ahora mismo recuerdo que la llamada “cogestión” y “autogestión”, ese esquema donde los trabajadores pasaban a ser accionistas de las empresas, fue enarbolado por los democratacristianos de los años ochenta en la hora luminosa de Luis Herrera Campins. Es hora de aceptar el reto y relanzar esa idea.

Con el discurso de la dictadura, del 350 y de la marcha nada se ha logrado en diez años. Vale la pena intentar otra vía para crear una auténtica alternativa que cree las condiciones para un predicamento exitoso en tiempos electorales.

La filantropía, con responsabilidad social empresarial es la clave del sector privado, humanista, cristiano y liberal para contraponerla al socialismo. Y que coexistan los dos modelos, cada quien apostando a salvar más gente de la miseria.

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