Opinión Nacional

La frustación de Copenhagen

Los pírricos resultados de la cumbre de Copenhagen pueden interpretarse de varias maneras; pero por mas que se quiera buscar el lado positivo del acuerdo político negociado por un pequeño grupo de países industrializados y emergentes muy poderosos, el liderazgo mundial no estuvo a la altura de las circunstancias, a la luz del grave daño infligido y por infligirse al ambiente y a los ecosistemas de no producirse, más temprano que tarde, un tratado jurídicamente vinculante para los 192 países que integran la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Las naciones industrializadas –causantes del 80% de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero-, escurren el bulto a dos siglos de contaminación arguyendo que los nuevos países industrializados, entre ellos China y la India, deben asumir compromisos de reducción de emisiones tóxicas como si fueran los únicos responsables del calentamiento global y de la degradación ambiental del planeta.

Los grandes países emergentes se resisten a convertirse en los chivos expiatorios de los platos rotos dejados por las naciones desarrolladas. Y en el medio están los países pobres a los cuales se les dan migajas para que hagan, antes de desarrollarse, lo que los híper-consumidores de energía barata se han negado a hacer desde que se industrializaron.

Es cierto que el mayor emisor de gases de efecto invernadero hoy día es China, seguido de cerca por Estados Unidos, Japón y los países más avanzados de la Unión Europea; pero la gran potencia asiática se defendió con sólidos argumentos: entre 2003 y 2008 ha reforestado 20 millones de hectáreas y la producción de energía proveniente de fuentes renovables se ha incrementado un 51% en el trienio comprendido entre 2005 y 2008.

Puede que algunos se refugien en la frase conformista y peligrosa de peor es nada, y estimen que es preferible cualquier acuerdo a ninguno, por más pobre que haya sido. Puede que otros consideren que los pésimos resultados de la cumbre de Copenhagen reflejen un cambio sustantivo en la geo-economía mundial, donde el poder político y económico internacional está redistribuyéndose a favor de los llamados BRIC (Brasil, Rusia, India y China).

Puede que sea positivo que el Grupo de los 77 + China, representantes de los países en vías de desarrollo, contrarresten la hegemonía de las naciones industrializadas en los organismos multilaterales. Pero no hablamos de exacerbar la división Norte-Sur, sino de que cada país asuma su correspondiente responsabilidad en el saneamiento medioambiental de la Tierra. Ninguna nación y ninguna sociedad pueden divorciarse de la obligación moral y ética de lograr un tratado de primera calidad para beneficio de la Humanidad y de las futuras generaciones, tanto más cuando se trata de la supervivencia misma del planeta, de sus seres vivientes y de sus sistemas ecológicos interdependientes.

El planeta Tierra que nos da la vida requiere con urgencia que las emisiones de gases tóxicos, principalmente de dióxido de carbono, detengan su crecimiento y se reduzcan, para el año 2050, a la mitad del nivel alcanzado en 1990 para evitar una catástrofe ecológica. Hasta los propios países industrializados aceptan que deben bajar un 80%, también para el 2050, sus emisiones respecto de aquel año para disipar un desastre medioambiental y para que los países en vías de desarrollo puedan crecer razonablemente y mitigar considerablemente la pobreza. La comunidad científica mundial y el panel de 2.500 especialistas que reúne la ONU –ganadores del Premio Nobel de la Paz-, coinciden en estos requerimientos mínimos.

El pequeño grupo de negociadores de Copenhagen ni siquiera pudo colocar un tope a las emisiones de efecto invernadero con una fecha precisa, a partir de la cual comiencen a disminuir; requisito indispensable para que cualquier tratado futuro tenga la debida credibilidad.

El acuerdo de Copenhagen deja mucho que desear. La revisión de sus resultados en 2015 (!); la creación de un Fondo irrisorio de $10 millardos para los países pobres, sin recursos nuevos pues estos son provenientes de redistribuciones de partidas presupuestarias ya existentes; la promesa de llevar ese fondo a $100 millardos a partir de 2020 (!); el ofrecimiento de transferencia de tecnología; la oferta de instaurar un mecanismo difuso de monitoreo de las ofertas de reducción de emisiones; y el compromiso sin cronograma ni método de no permitir el aumento de la temperatura mundial por encima de 2 grados Celsius para el 2050, parecen objetivos alcanzados entre gallos y media noche en una partida de póker y no en una cumbre de jefes de Estado.

Para colmo de males, además de que no se alcanzó un convenio legalmente obligante, se dejará fenecer el vigente Tratado de Kyoto en 2012, sin uno mejor que lo remplace. Dios quiera que el liderazgo mundial recapacite y logre responsablemente arribar a un tratado vinculante en la próxima reunión de México, el 29 de noviembre de 2010.

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