Opinión Nacional

La generosidad en el capitalismo

APROXIMADAMENTE 2.300 millones de dólares han sido donados por ciudadanos estadounidenses a las víctimas de los ataques terroristas del 11 de septiembre en los Estados Unidos. La misma cantidad que ha desaparecido de las Arcas Nacionales sin que nadie pueda responder por ello. En el año 2000, los estadounidenses donaron 203 mil millones de dólares a organizaciones de caridad, aproximadamente el 2% de Producto Nacional Bruto de ese país (de acuerdo a la American Association of Fundraising Counsel), superando con creces las contribuciones de cualquier otra nación. Aunque es una suma considerable, es consistente con la generosidad tradicional de los estadounidenses. Otro dato: los países que compiten con EEUU en filantropía privada son, precisamente, los países que comparten las tradiciones y valores de EEUU.

¿Por qué los estadounidenses y los países capitalistas son tan grandes y generosos donantes? Se podría superficialmente argumentar que quien tiene tanto dinero puede darse el lujo de regalarlo, y habrá otros, de espíritu aun más mezquino, que dirán que tales donaciones son la obligación moral de los habitantes de un país rico y poderoso. A fin de cuentas, razonan, tal riqueza es sólo el resultado del desbordado crecimiento económico a causa del éxito espectacular del capitalismo en ese país, un hecho histórico innegable. Perogrullada, sí, pero nadie puede discutir que poseer riquezas más allá de lo que se requiere para satisfacer las necesidades propias es lo que hace más fácil contribuir a las causas humanitarias y caritativas.

No obstante, la relación entre capitalismo y caridad va más allá de la creación de riqueza para luego “repartirla”. No sería justo tal comportamiento para ninguna de las dos partes. Hay muchas cosas que se pueden hacer con la riqueza que se tiene, además de regalarlo para ayudar a satisfacer las necesidades de los demás. El comportamiento humanitario no se basa sólo en la posesión de riquezas, sino en un ethos, o conducta moral. Y hay dos aspectos del ethos capitalista que hacen posible la generosidad caritativa y humanitaria: una forma sana de materialismo y, por supuesto, el individualismo.

El materialismo, bien entendido, es la creencia de que la calidad de la vida depende de algo muy importante: LA VIDA ES ALGO MAS QUE LA LUCHA DIARIA POR SATISFACER LAS PROPIAS NECESIDADES. Esto es importante comprenderlo, ya que si uno no cree que las condiciones materiales de la vida son importantes, no hay valor alguno en tratar de satisfacer las necesidades materiales de los demás. Si pienso que todo es vano y pasajero, ¿por qué no dedicarme a enseñar doctrinas estoicas que permitan sobrellevar las penurias de la vida diaria como un sano camino de purificación espiritual, en lugar de invertir en la investigación y desarrollo de nuevas medicinas?

Aquellos cuya arma es la violencia – como los sujetos que volaron los aviones contra las Torres Gemelas y el Pentágono, o como los viles asesinos de Puente Llaguno el 11 de abril – no creen que las condiciones materiales de la vida de los demás tengan alguna importancia (sólo las propias) y, más aún, no piensan ni siquiera que la vida misma de los otros sea importante. En realidad, sus actos y la retórica de sus líderes son antimaterialistas en su peor forma: su credo es la destrucción.

El capitalismo, al contrario, es la ideología de la construcción. Es el mejor ethos que la humanidad ha encontrado jamás para hacer realidad sus sueños y aspiraciones concretas. De manera que una forma sana de materialismo es necesaria para la creación de la riqueza la cual, a su vez, hace posible llevar a cabo actos humanitarios. El materialismo, como ética, es un prerrequisito necesario para ayudar a satisfacer las necesidades de los otros.

La segunda condición ética necesaria del capitalismo para hacer posible los actos humanitarios y caritativos es la creencia en el individuo como valor fundamental. El individualismo toma lugar en el valor primordial de la persona separado del valor del grupo.

El «humanitarismo» no es – importante aclararlo de una buena vez – ayudar a la humanidad «en colectivo». Algo así sería, de hecho, difícil de llevar a la práctica. El “humanitarismo” (para no llamarlo “caridad”) es la actitud y la acción de ayudar a satisfacer las necesidades de individuos concretos, no de individuos abstractos o de la sociedad “en general”, o el “pueblo”, como nos martillan a diario los ideólogos de todos los colectivismos. Es ayudando a individuos concretos que se ayuda a la Humanidad.

Está demostrado hasta la saciedad que de la otra manera no funciona. Esta consideración se perdió en el comunismo y en todos los enfoques socialistas. Los comunistas y afines hablan con frecuencia de las necesidades de la sociedad en todo su conjunto, y argumentan que los beneficios del sistema no deben ser sólo para una cúpula de privilegiados, como acostumbran decir que ocurre en los sistemas capitalistas. Lo irónico es que en dichos regímenes socializantes, los únicos beneficiarios terminan siendo los gobernantes y los adláteres del partido de gobierno, rémoras que viven comiendo las migajas del tirano de turno.

Irónicamente, la prédica constante de estos populistas de izquierda acerca de su “preocupación” y de sus “lágrimas derramadas” por los necesitados no los hace en lo absoluto caritativos y humanitarios. Todo lo contrario. Demuestran en la práctica que los individuos concretos no les interesan. Fusilamientos, deportaciones en masa, campos de concentración para los disidentes, o, como en el caso de Venezuela, disparos a mansalva por francotiradores contratados por el gobierno contra una muchedumbre desarmada, son la mejor muestra de la falta de escrúpulos y de la carencia de auténticos valores humanos.

Más aún, es la falta de preocupación por los individuos concretos lo que impide a estos regímenes, como ocurre ahora con el gobierno de Hugo Chávez, satisfacer las más elementales necesidades de los pueblos a los que sometieron. El siguiente comentario de Margaret Chapman, Presidenta fundadora de USA-Russia Business Forum, es significativo:

«Se dice frecuentemente que la gente está dispuesta a morir por su país, pero no a trabajar por él».

En los regímenes donde impera la economía de mercado, «los actos humanitarios» no se logran por la muerte de nadie ni apelando a la violencia. Al contrario, la caridad como conducta nunca ha sido fácil porque requiere de trabajo duro y sacrificio para mejorar la vida de otro individuo. Necesita acompañamiento y cercanía. Requiere estar presente día a día al lado del necesitado, tal como muchísimos santos y santas de la Iglesia nos lo han demostrado durante siglos.

Es más: la lógica del razonamiento ético de los regímenes colectivistas trabaja precisamente en contra de las acciones humanitarias. Si es el Estado el que se debe encargar de satisfacer las necesidades concretas de los individuos, entonces los ciudadanos están exentos de hacer nada por sus compatriotas más necesitados. Peor aún: la existencia de personas con necesidades no resueltas se convierte en un problema de Estado (en la URSS y Europa del Este era una situación que había que ocultar lo antes posible), ya que se convierte en la evidencia de que el sistema y el gobierno no funcionan. Ayudar a otro puede ser considerado, y no exagero, una acción subversiva.

El individualismo, como ética, define el individuo no sólo como el beneficiario último sino como el auténtico responsable de resolver sus propios problemas. Nuestra tendencia a continuar mirando al Estado como una especie de Padre Protector frente a la “voracidad” del mercado no es más que una de las tantas manifestaciones de inmadurez social y económica de nuestros pueblos. Vivimos en una especie de eterna “adolescencia”, etapa en la cual se está a punto de pasar a la adultez (independencia, primero; interdependencia, después) lo que, en términos económicos, significa, ni más ni menos, economía de mercado, competencia poderosa, capitalismo y libertad, pero nos da miedo al mismo tiempo dejar el acogedor y seguro seno paterno donde nos encontrábamos protegidos en la niñez, lo que, en términos económicos, significa tener un Estado que nos da todo lo que necesitamos y al cual no le debo nada en retribución, tal como los niños reciben todo de sus padres sin la obligación de dar nada a cambio.

Podrían esgrimirse argumentos de índole religiosa contra esta posición. Sin embargo, desde el punto de vista espiritual no hay ninguna contradicción ya que la mayoría de las religiones (al menos las mayoritarias) reconoce el rol y el valor del individuo como ejecutor de la caridad frente al colectivo. La Cristiandad (protestantes, católicos y ortodoxos) reconoce la caridad como una virtud teologal, junto con la fe y la esperanza. El Islam considera la ayuda al pobre como uno de los cuatro pilares fundamentales de la fe musulmana. El Judaísmo tiene un concepto similar, tzedakah. Cada uno de estos conceptos (caridad, ayuda al pobre, tzdedakah) involucra un acto individual. No existen atajos colectivistas.

Si tuviera que elegir entre vivir en una sociedad libre donde hay personas que mueren de hambre, y una sociedad donde a nadie le falta el alimento, pero donde nadie es libre de decidir por su cuenta, prefiero moralmente la primera. Ahora bien: ése es un dilema teórico que ya está resuelto desde la culminación de la Guerra Fría. Las sociedades de tendencias totalitarias, donde un partido o un caudillo es la única voluntad, no sólo le quitan la libertad a la población sino que, además, los matan de hambre, como ocurrió en la antigua URSS, en los países de Europa del Este, y como todavía ocurre en la patria de José Martí y en Corea del Norte.

La contradicción entre el sano egoísmo y la caridad realmente no existe, y ha sido una diatriba alimentada, primero por la Iglesia, y luego por todos los teóricos de los regímenes colectivistas, incluyendo Marx y Lenín.

La generosidad es UNO entre MUCHOS otros medios de conseguir la realización de nuestros valores personales, incluyendo el valor que le damos a preocuparnos por el bienestar de los demás. La caridad debería ser ejercida en el contexto los otros valores personales. No puede ser tomado como una obligación a la cual se deben subordinar todas las otras consideraciones axiológicas. Los “altruistas” de izquierda tienden a mirar la generosidad como una especie de “expiación” de la culpa de poseer riquezas o bienestar, como si estuviese bajo la suposición de que hay algo pecaminoso o sospechoso en ser capaz, exitoso, productivo y rico económicamente hablando.

Paradójico como pueda parecer, los hombres y mujeres que son libres de decidir y optar por ser materialistas e individualistas, resultan a la larga ser los más generosos de todos. La historia económica de la Humanidad lo demuestra.

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