Opinión Nacional

La geopolítica de Chávez

(AIPE)- ¿Qué es un revolucionario? Como bien apuntó Henry Kissinger, si la respuesta a esa pregunta fuese fácil, pocos revolucionarios tendrían éxito, pues sus adversarios advertirían a tiempo la amenaza y actuarían decididamente en su contra. La historia enseña, sin embargo, que los revolucionarios triunfan no precisamente porque engañen, sino porque sus enemigos no creen que hablen en serio. Sólo muy tarde, en retrospectiva, los objetivos de los revolucionarios se muestran verdaderos, pero ya las consecuencias de sus actos son irreversibles. El caso de Hitler es uno de los más reveladores: siempre dijo lo que pensaba y planeaba hacer; no engañó a nadie, pero no le creyeron. Lenin recibió ayuda del Alto Mando militar alemán para viajar a Rusia en 1917, y el líder bolchevique anunció: «le venderé al último de los capitalistas la soga con la que le ahorcaré». Castro hizo un diestro uso del engaño por buen tiempo, pero también es ejemplo de las dificultades sicológicas y políticas que se interponen en cualquier intento de detectar a tiempo, y contener, una amenaza revolucionaria. En 1958, el nuevo gobierno democrático venezolano envió armas a la Sierra Maestra para que los románticos «barbudos» acabasen con el odiado Batista y Washington se cruzó de brazos mientras los guerrilleros avanzaban hacia La Habana. No es cuestión de estupidez, sino de miopía.

Salvando todas las necesarias distancias, Venezuela y América Latina entera enfrentan hoy una nueva y muy seria amenaza revolucionaria, encarnada en el liderazgo mesiánico y radicalizante de (%=Link(«/bitblioteca/hchavez/»,»Hugo Chávez»)%). A pesar de que Chávez ha dicho una y mil veces qué cree y por qué lo cree, ha anunciado una y mil veces en innumerables discursos qué es lo que se dispone a hacer, y ha despejado toda duda acerca de sus convicciones y propósitos, todavía muchos no quieren creerle, atribuyendo sus pronunciamientos a la confusión o a una especie de virus pasajero, y se consuelan con la vana esperanza de que el caudillo «bolivariano» va a cambiar y a convertirse en una especie de Menem o Cardozo, que con seguridad abandonará el populismo y la retórica de izquierda.

Se trata de una ilusa esperanza, pero lamentablemente no parece haber forma de convencer a los que se empeñan en presumir que a Chávez no hay que tomarle en serio, que sus palabras son meras fantasías y sus anunciadas metas los sueños de un adolescente que madurará pronto. Lo cierto, no obstante, es que Chávez es un verdadero revolucionario, que si bien es capaz de adoptar una táctica flexible para avanzar hacia sus objetivos, posee una clara estrategia y firmes convicciones. Esto no significa que su ideología sea coherente, o que sus creencias políticas puedan superar un riguroso test filosófico en cuanto a solidez y cohesión. Pero que su visión política sea confusa no la hace menos dañina. Chávez se considera portador de una misión revolucionaria, y si bien su «bolivarianismo» es más una emoción que una ideología coherente, el caudillo venezolano tiene muy claro aquello a lo que se opone: la democracia representativa de tradición occidental (a la que califica de «falsa» democracia), el capitalismo y los mercados (que promueven, en su opinión, la «injusticia social», y a los que ahora tolera por necesidad), el pluralismo (que combate día a día, asfixiando paulatinamente la oposición a su gobierno), y los «centros de poder unipolar» (en concreto, Estados Unidos e Israel). La visión geopolítica de Chávez proyecta una radical transformación en América Latina, conducida por «ejércitos bolivarianos» en alianza con la Cuba castrista, los estados árabes radicales (Irak, Irán y Libia), una Rusia de nuevo beligerante y China Popular. En esta lucha contra el «neoliberalismo salvaje» todo aliado es bienvenido en la medida que comparta los mismos enemigos: Estados Unidos, Israel y las «oligarquías» latinoamericanas. De allí que Chávez simpatice con las guerrillas en Colombia, se solidarice con los militares golpistas en Ecuador y vote a favor de Cuba e Irán en materia de derechos humanos en las Naciones Unidas; de allí también que Chávez haya rechazado la ayuda norteamericana a raíz de la catástrofe de diciembre en las costas venezolanas, pero acepta la continua presencia de centenares de «médicos» cubanos, a pesar de las reiteradas protestas elevadas por la Federación Médica Venezolana.

Los tiempos han cambiado: vivimos en la era de la Internet; los revolucionarios enfrentan más escollos, la democracia y los mercados se extienden por el mundo. Pero América Latina atraviesa tiempos difíciles; la respuesta a los retos de la globalización genera crecientes tensiones y dificultades. En tales condiciones, el llamado radicalizante de una ideología mesiánica puede cundir como fuego en la pradera seca. Como mínimo, Chávez representa el retorno del populismo demagógico y destructor; pero su amenaza es más intensa y compleja, y tiene una fundamental dimensión geopolítica. Ni Washington, ni los líderes democráticos latinoamericanos, para no hablar de los tontos útiles que en Venezuela continúan haciendo coro al hombre fuerte que les insulta y ofende a diario, se han percatado aún de lo que significa Chávez. El, con innegable habilidad, avanza gradualmente hacia sus objetivos, fortaleciéndose a cada paso, y nublando con medias verdades el campo de visión de sus adversarios potenciales. Pero continúa su rumbo con constancia y pasión. No todos, sin embargo, seremos tomados por sorpresa cuando el verdadero rostro de Hugo Chávez se muestre palpable e inequívocamente ante nuestras conciencias.

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