Opinión Nacional

La guerra civil muestra el hocico

Mérida, bien lo decía Luis Herrera Campins, es el campo de experimentación de los conflictos más graves que se han asomado por los predios de esta desamparada república portátil. Allí aparecieron a comienzos de los sesenta los primeros brotes guerrilleros, antes de esa descabellada aventura con que el castrismo pretendiera apoderarse de nuestro petróleo y controlar el Estado venezolano. Y que encontrara en Rómulo Betancourt y el entonces patriótico ejército venezolano bastiones inexpugnables. Allí se vivió el caracazo en miniatura, antes que reventara como una pústula en los alrededores de la Gran Caracas y echara a andar la siniestra aventura golpista que hoy reina por sus fueros. De allí vinieron también las primeras estrategias golpistas que terminaran por asaltar el Poder y ponérselo en bandeja de plata a Fidel Castro y sus asesinos cubanos.

Por eso es preciso analizar con lupa los sucesos merideños, ahora y siempre. Y lo que venimos viendo durante todo este período pesadillesco de nuestra historia adelanta y presagia lo que puede estar cocinándose en las mentes extraviadas del golpista mayor y sus secuaces. Banda de ladrones, estafadores, asesinos y asaltantes capaces de asesinar a sus madres a cambio de no soltar el botín del estado. Suficientemente respaldados por el tirano del Caribe y sus tropas invasoras. Que no caben en dos lanchas de asalto con motores fuera de bordo, como en Falcón y en Machurucuto en los sesenta, sino en miles y miles de Tupolev con que iniciaran hace once años la solapada aventura de apoderarse de nuestro país. Hoy conforman ya todo un ejército de ocupación – 95 mil combatientes disfrazados de entrenadores físicos, enfermeros y burócratas que controlan las claves del Poder y hacen y deshacen con nuestra prostituida Nación. Como sucediera el 11 de abril, cuando se apostaran con francotiradores expertos sobre las azoteas que rodean al palacio de Miraflores, detuvieran la más impresionante marea popular jamás vista en América Latina con el asesinato de una veintena de venezolanos e hirieran a decenas y decenas de ellos. Para hacerse desde entonces con el poder total de Venezuela.

Pues detrás del 11 de abril está Fidel Castro. Y están sus mercenarios, asesinos de venezolanos, jefes, cómplices y espalderos de quienes nos desgobiernan y ejercen el más abominable de los crímenes de que es capaz un uniformado: la traición a la patria. ¿No es así coronel Carrizales? ¿No es así, Raúl Isaías Baduel? ¿Por qué no nos echan el cuento completo y callan lo que debiera ser del absoluto conocimiento público?

Desesperados porque ven venírseles encima la avalancha de descontento e ira popular, angustiados por la fortaleza opositora, capaz de poner en la calle cientos de miles de manifestantes pacíficos y alegres, pero combativos y esforzados, sin un aviso, sin un bus, sin una presión, mientras ellos deben escarbar en los listados de sus ministerios para llenar una plaza, comienzan a sacar sus cuentas y a prepararse para la defensa a ultranza de sus invadidas posesiones. Temen los capitostes chavistas ser sacados a patadas del poder y aterrizar en las cárceles de alta seguridad que esperan por ellos. Y los cubanos por atravesar el caribe a nado, el culo en la mano. ¿O creen que se irán a disfrutar de sus latrocinios en alguna playa de Las Bahamas? ¿O que los dejaremos volver a su desgraciada isla sin que den cuenta de sus iniquidades?

Por eso el ensayo del asesinato de estudiantes universitarios en Mérida. Por eso la amenaza de desatar el caos y la violencia. Por eso el fantasma de la guerra civil que pretenden escenificar lanzando sus cachorros de mastines y pistoleros del PSUV contra inermes estudiantes. Por eso el asesinato de dos jóvenes en suelo merideño. Por eso el cierre de nuestras emisoras y nuestros canales de televisión.

Están chorreados y heridos de muerte. Ojo, que no hay peor animal que el que está malherido.

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